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jueves, noviembre 21, 2024

Arte generado por IA: Danza con espectros

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Cada vez más seremos testigos de la aparición de artefactos artificiales que generan arte, algunos de cuyos productos ya se venden en miles de dólares. De hecho, luego de la primera exposición de un robot humanoide con aspecto femenino, llamado AI–Da, en la que se incluyeron tres lienzos con el título de AI–God, dedicados al matemático Alan Turing, considerado por dicho androide en una entrevista como un “dios del cómputo y la inteligencia artificial”, uno de tales cuadros fue subastado por Sotheby’s en poco más de un millón de dólares. ¿Estamos en el ocaso de la creatividad humana o solo abriendo un nuevo capítulo, donde los ingenios se acomodarán por su propio peso?  

No hay nada qué hacer ante el arte de un puñado de cálculos numéricos, herramienta eficaz pero celosa, que se desvive por hacer su trabajo lo más rápido y eficiente posible, no importa si padece de alucinaciones y recurre a la mentira, a la distorsión de la realidad hasta donde su base de datos se lo permite.  

Traigo a colación una muestra montada en la galería Two10 de la Fundación Wellcome, en el centro de Londres, entre marzo y julio de 1999, pues representa un dramático, contundente ejemplo de por qué los androides animados mediante IA terminarán recorriendo su propio camino cuasi independiente del nuestro.  

Intitulada Los nuevos anatomistas, la exposición reunía la obra de 11 artistas plásticos (Ian Breakwell, Annie Cattrell, Rebecca Elliott, Michael Esson, Leora Farber, Bernard Moxham, Predrag Pajdic, Tom Phillips, Joyce Cutler Shaw, Madeleine Strindberg, Sarah Simblet) y una empresa, Primal Pictures Ltd. El resultado fue una peculiar mezcla de arte clásico inspirado en el cuerpo humano con su propia reflexión visual basada en las en ese entonces novedosas técnicas de introspección biomédica.  

Annie Cattrell, por ejemplo, tuvo varias estancias en hospitales indagando sobre la manera de crear, a través de la experiencia personal, nuevos cruces entre conocimiento artístico e imaginación científica permeada por diversas tecnologías. Michael Esson, por su parte, se dedicó a explorar la mortalidad humana, así como su estructura y vulnerabilidad. Leora Farber también construyó su propia interpretación del cuerpo femenino explorando las conjunciones y disyunciones entre materia y forma, control y exceso, satisfacción y dolor, orden y caos.  

Bernard Moxham generó imágenes computarizadas acerca de la compleja conectividad interior del cuerpo humano. Predrag Pajdic ha trabajado sobre problemas mentales como la paranoia y la manera de plasmarla en arte. Tom Phillips no solo está interesado en las entrañas corporales, también cavila sobre las partes íntimas de artefactos colosales como el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) del CERN, luego de haber realizado una estancia en ese laboratorio de física de subpartículas atómicas que se localiza en las afueras de Ginebra, Suiza.  

Joyce Cutler Shaw revisó en forma exhaustiva las posibilidades físicas de mirar un cuerpo. Madeleine Strindberg se halla en constante búsqueda de lenguajes que expresen en forma objetiva lo que significa poseer un cuerpo. Sarah Simblet publicó un formidable libro sobre el tema: Anatomy for the Artist (2001).  

Quizás el menos interesado en estos cruces era Ian Breakwell, hasta que se le diagnosticó cáncer, lo cual lo empujó a volcar toda su creatividad en el dolor y el proceso de renunciar a la vida. Primal Pictures Ltd., compañía pionera dedicada a producir imágenes digitales en tres dimensiones, presentó imágenes impresionantes de diversos organismos vivos.  

Como hace al menos 500 años, artistas y gente de ciencia han trabajado en combinación para ilustrar la verdadera estructura del cuerpo humano, así como de muchísimas otras especies. Los artistas invitados utilizaron todas las herramientas del arte contemporáneo disponibles en ese momento, desde fotografías hasta imágenes de rayos X, desde escáneres térmicos hasta óleos tradicionales, tintas y carbones. ¿Es algo que hubiera hecho AI–Da? Sin duda. 

Los artistas humanos participantes en la muestra de la Fundación Wellcome seleccionaron materiales que se emplean en la vida diaria de un laboratorio, como un cierto tipo de vidrio, maleable y muy transparente, o simplemente una bata blanca. Había imágenes de cuerpos diseccionados, imágenes clásicas de una enorme crudeza, a veces cargadas de ironía que impactaba a los visitantes. Estaba de moda visitar a través del primitivo internet el primer cuerpo humano (donado por un reo condenado a muerte) que había sido diseccionado en pequeñas capas y escaneado a fin de ser expuesto al público.  

A un espectador distraído el tema puede parecerle grotesco, pero no hay que olvidar que gran parte del arte contemporáneo se ha obsesionado con la muerte, así como con la separación de los cuerpos, vivos y muertos. Los cuadros de AI–Da son igualmente tortuosos y oscuros. Sus retratos de Alan Turing recuerdan los desfiguros geniales de Francis Bacon, el reflejo de una sociedad fragmentada, esclava de intenciones turbias. 

En la muestra de Londres lo real y lo ilusorio evitaron los posibles “focos de meditación”, pues los creadores apelaban a representaciones de objetos mentales que conocemos bien, sin necesidad de recurrir a vaguedades de corte misticoide. Más bien al espectador se le invitaba a entender la fugacidad de los esquemas interpretativos que acompañan toda percepción en nuestro cerebro, la cual crea inestabilidad en la idea que nos hacemos de determinada obra de arte.  

Los creadores humanos somos lentos, navegamos en un mar de pausas con la incierta esperanza de atracar en un puerto lleno de imaginación. Los artistas robóticos no dudan, son veloces, intentan poner su poder de predicción al servicio de lo perfecto. 

Siempre que una colección de esta naturaleza se presenta al público, se convierte en una especie de sueño colectivo. Nuestro ser más íntimo es enviado a correr una aventura sin límites. Por momentos hay una sensación de desgarramiento de lo cotidiano, de envolturas y capas de piel encajadas unas en otras que, en su conjunto, buscan encaramarse hasta la cima de la realidad. ¿No es esta es la genuina aspiración de quienes construyen robots artistas humanoides? 

Los creadores humanos de arte están fascinados con la riqueza y la diversidad de la organización natural, y han construido un nuevo teatro anatómico. Las monstruosidades pintadas por Odilon Redon y Alfred Kubin forman parte del desarrollo de una anatomía comparada que se halla en boga. El descubrimiento, en 1953, de la molécula del ADN por Watson y Crick confirmó, entre otras cosas, la correspondencia entre estructura y función. Se abrió un nuevo panorama de moléculas químicas de interés para la vida y la muerte, en particular las proteínas.  

Pintores como Alberto Savinio (hermano de Giorgio de Chirico y cuyo nombre verdadero era Andrea) y Franz Kupka desarrollaron un universo imaginario similar al de este mundo molecular lleno de formas barrocas, a veces simétricas. La introspección mental y corporal que vi en la muestra de la galería Two10 me recordó también que la anatomía siempre ha tenido una historia sórdida y otra digna de elogio. Como cualquier actividad humana, puede servirnos para envilecer o para honrar.  

El museo, la galería, el salón de la plástica, el galerón, la exposición callejera forman parte de nuestra vida cotidiana, no de las máquinas cibernéticas. Hasta hoy. En el caso de un ente IA, visitar un espacio museístico podría convertirse en una jornada de revelaciones, pues es probable que termine bailando con los fantasmas que emanan de cuadros, esculturas e instalaciones; espíritus chocarreros, vaporosos, que lo sumergirán en un estado de letargo, una especie de sedación a fin de soportar lo que va a presenciar. 

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