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jueves, junio 12, 2025

Sobre el linchamiento patriótico

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Entre redadas antimigrantes, protestas encendidas y una secretaria de Seguridad gringa que culpa a nuestra presidenta de alborotadora profesional, una no puede menos que sentarse a pensar (y preocuparse).

Lo grave del asunto, por supuesto, es que una funcionaria de alto nivel haya responsabilizado públicamente a la presidenta de otro país. Y más aún: que lo haya hecho frente a un mandatario tan voluble como Donald Trump, que si el clima no le favorece, cambia de discurso como de corbata… y no precisamente en beneficio de México.

Pero lo más triste de todo es lo que esta situación deja en evidencia: la polarización que nos carcome. Estamos en un punto donde, si tú apoyas a Sheinbaum y yo no, entonces somos enemigos. Si no voté por ella y le va mal, lo celebro como si hubiéramos ganado la Copa Mundial. Cada error —real o fabricado— se aplaude desde la trinchera opositora como si fuera trofeo.

Y ahí está lo más peligroso: olvidamos que ella, nos guste o no, representa a todo el país. Si la señalan a ella, nos señalan a todos. Como nación, como ciudadanos, como mexicanos.

Si a ella le va bien, le va bien a México.

¿Entonces por qué aplaudir lo malo?

Y ojo: no se trata de Claudia Sheinbaum en lo personal. Podría haber sido Juanita Pérez o Fulanito de Tal. No es la persona, es el cargo. Y lo que representa: nuestros intereses, nuestra estabilidad, nuestro presente y nuestro futuro común.

Este fenómeno, claro, no es nuevo. Ya se lo decía yo, hipócrita lector, en otra columna: vivimos en una época de intolerancia, de agresividad, de mecha corta y, lo peor, de “que se chingue el de junto”.

Porque si usted revisa las redes sociales —la que guste: Facebook, X, TikTok—, todas están saturadas de odio. Ya ni “hola” se puede escribir sin que alguien conteste: “chingas a tu madre tú, tu hola y toda tu descendencia”.

Así andamos: ofendidos y ofendiendo de tiempo completo, listos para la trifulca, felices cuando el país tropieza… nomás porque lo gobierna alguien que no nos gusta.

Y luego, todavía, exigimos que nos traten con respeto allá afuera, cuando aquí ni entre nosotros nos aguantamos. Y tampoco aguantamos —fíjese bien— a los que se fueron.

Por eso la tienen tan fácil los gringos para manipular la narrativa a su antojo. Para azuzar a las masas indignadas que repiten, como si pensaran: “los migrantes son criminales”, “si están ilegalmente, que se vayan”, “si tanto aman a México, pues que se regresen”.

Allá ya los están apaleando. Y como si eso no bastara, desde aquí les mandamos más piedras, más rabia, más juicio.

Y claro, alguien tenía que ser culpable. Ayer fue la presidenta. Mañana, ya veremos. El fuego sigue. Y nosotros seguimos soplándole.

Se nos olvida que cuando ella tropieza, el madrazo nos lo damos todos.

Pero igual aplaudimos la caída. Total, lo importante no es México… sino tener razón.

Nos urge recordar que criticar no es sabotear.

Que la patria no se defiende con odio.

Y que si seguimos así, de frente y a madrazos… al final no va a quedar quien levante la bandera.

Ni bandera que levantar.

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