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lunes, junio 23, 2025

Malinchismo a la inversa

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Imagine el hipócrita lector la siguiente escena: dos franceses discutiendo quién es más mexicano que el otro.
Como dos niños que pelean por ser Ironman.
Yo viví en Holbox, Tulum y Playa del Carmen. ¡Me encanta Cancún!
—¡No mames, wey! una de las frases favoritas de los extranjeros, Cancún es lo menos mexicano que hay, es como un Miami.
Ah, también viví en la CDMX.
—¿Y no conoces Puebla? Queda cerca de la CDMX. Yo vivo ahí, y estuve cuatro años en Yucatán.
—¿Puebla? No, no conozco. Pero tuve una novia mexicana 😌.
Mi esposa es mexicana. Mi hijo nació en México. Llevo ocho años en el país, viajo solo por trabajo.
—¿Neta? Entonces sí me ganas. Eres más mexicano que yo.
Para ellos, “ser mexicano” es un honor. Les encanta la comida, las tradiciones, la música, la gente.
Aman Méxicoa veces más que muchos mexicanos.
Vea otro ejemplo: un alemán que vino de intercambio escolar, se enamoró del país y, cada que regresa a su tierra germana, extraña a México. Anda con sombrero, visita pueblos mágicos, baila en ferias locales y se burla como buen mexicanode lo surreal que puede llegar a ser este país.
En sus videos (@paulelaleman) se pregunta:
“¿Cómo le hacen los mexicanos que viven fuera para no extrañar esto? Porque, como México, no hay dos.
O el caso de un japonés que llegó hace tres años, y ya no se quiso ir. Le gustó tanto el país, la gente, que decidió dar clases de salsa.
Sí, lo sé: un japonés, maestro de salsa. Él mismo lo dice (@kentaroyoneda): Es raro, pero me hace feliz.
Y cada que puede, agradece la calidez de los mexicanos.
No me malinterprete, hipócrita lector: no estoy aplaudiendo la gentrificación.
He visto con tristeza cómo Mérida se ha llenado de extranjeros que, aprovechando lo barato del sector inmobiliario, han comprado casas en zonas antes llenas de flora y fauna. A costa, claro, de la vida natural.
El Centro Histórico es ya más gringo que yucateco. Las casonas se vendieron, los precios subieron, los sueldos no. Y el poblador local paga la factura.
Y qué decir de los que cierran la playa porque es suya, o de los que no soportan la música de banda y agreden a los músicos locales. De esos, no, gracias.
A lo que voy es a rescatar la otra narrativa: la de quienes vienen de fuera y valoran este país incluso más que muchos que nacimos en él.
Los que saborean un pozole como si fuera caviar. Los que se emocionan con una quesadilla más que con una salchicha bávara.
Los que bailan cumbia sin importar el pasaporte.
Renegamos tanto de nuestros orígenes que olvidamos lo que tenemos. Allá afuera se lo juro, hipócrita lector, la gente se impresiona con nuestras pirámides, con los calendarios mayas y aztecas, con la diversidad de climas (porque sí: muchos piensan que todo es desierto y que andamos con sarapeshasta que descubren que aquí también hay lluvia, frío y hasta trajes sastre).
Les sorprende el picante ese que nosotros aguantamos desde la cuna, la variedad de platillos, las diferencias tan marcadas entre regiones. Y también se indignan, con razón, de que al país solo se le conozca por los narcos o porque te mochan un dedo, cuando México está lleno de cultura, talento, belleza y resiliencia.
Nos tratamos como si fuéramos menos. Como si lo indígena diera pena. Como si ser mexicano fuera sinónimo de pobreza o de tercer mundo.
Tenemos tanto que presumir, pero el primer paso es creérnosla.
Tal vez nos haría bien, de vez en cuando, mirar a México como lo miran ellos: con asombro, con cariño, con respeto.
Y que alguien de lejos nos enseñe lo que aquí ya no miramos: la calidez, la risa, la historia.
Porque, a veces, solo cuando te lo dicen con acento, te das cuenta de todo lo que tienes.

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