24.4 C
Puebla
domingo, septiembre 28, 2025

Eres nada

Más leídas

“Eres nada”. Eso le dijo un niño de seis años a mi hijo, que también tiene seis.

Yo, por supuesto, me enojé. Por dentro me hervía la sangre, pero por fuera respiré hondo y me quedé muy calmada, platicando con mi hijo para entender el trasfondo de esas palabras: hirientes, muy fuertes, sobre todo cuando un niño las dice como si fueran un “hola”.

Resulta que, en la clase de fútbol, este niño —de la nada— le soltó tremenda frase. Mi hijo, con esos ojos que todavía creen que el mundo es un lugar de bondad, me confesó: “No sé qué hice mal”. Y yo: “Nada… y aunque hubieras hecho algo mal, no es la manera en que nadie debe hablarte”.

Hurgando un poco, supe que el autor de tremenda poesía —llamémosle Joaquín— es el clásico niño que no pone atención en clases, se la pasa jugando, riéndose, burlándose e ignorando a las guías (Montessori) y llora cada vez que se le llama la atención.

No soy psicóloga, pero seis años de maternidad me han vuelto una antropóloga de pasillo: los niños son como esponjas, absorbiendo todo de sus hogares.

Me aventuro, pues, a imaginar a los papás de Joaquín —a quienes no tengo el gustazo de conocer— como muy permisivos y distraídos, convencidos de que solo es “travieso”. Mera conclusión mía; pero para llegar al grado de ignorar los límites en la escuela, pienso que no ha de ser distinto en casa.

Al principio, le confieso, hipócrita lector, me molestó ese canijo chamaco; después, hasta pena me dio. Pena de imaginar la dinámica familiar que ha de vivir para que suelte así de fácil un “eres nada”. Y, sobre todo, me alarmó pensar: ¿de dónde escuchó esas palabras? ¿Su papá a su mamá? ¿Sus padres a él? Qué tristeza que se le hable de esa manera —o enfrente de él— y, peor aún, que un niño aprenda tan pronto a borrar al otro con una sola frase.

O quizá lo oyó en alguna serie, en una película. Pero entonces, ¿qué clase de cosas le permiten ver? Cualquiera de las opciones me sigue pareciendo lamentable.

Y entiendo que no soy quien para criticar a otro papá o a otra mamá. Ser padres es un trabajo difícil: no solo hay que mantenerlos sanos y a salvo e intentar darles lo mejor posible; es también —y esto es lo más difícil— ser ejemplo, un buen ejemplo. Y eso, ufff, cómo cuesta.

Por supuesto, sé que no soy perfecta y que mi hijo tampoco lo es. Nadie, de hecho. Pero al menos trato de que no se vuelva verdugo de nadie; de que sepa exigir respeto sin pisotearlo en otros.

Una quisiera pensar que todas las familias vamos en el mismo camino, tratando de dejar el mundo un poco mejor. Pero basta un “eres nada” para recordar que todavía hay mucho por hacer y que, mientras tanto, nos toca seguir enseñando que cada persona vale, siempre.

Ojalá a ese Joaquín no se lo hayan dicho sus papás, o —si tiene hermanos— no lo haya escuchado de ellos. Ojalá no crezca con ese vacío en el alma ni crea que todos merecen sentirse como él. Ojalá me equivoque y los padres de Joaquín sean buenas personas, y esto solo haya sido un desliz aprendido de alguien más; que en su hogar la convivencia sea más sana. Y digo ojalá, porque el mundo ya no quiere más tiranitos como él.

Al final, entendí que, aunque me dolió que mi hijo se sintiera “incómodo” —así me lo dijo— con esa frase, me toca darle la certeza de que vale mucho; de que, en la vida, se va a topar con muchos Joaquines —y hasta más crueles— y que solo le queda tener clarísimo quién es, para que ninguna frase lo haga dudar de ello.

Y, por supuesto, lo acusaré. Ojalá lo reprendan, y ojalá aprenda la lección: por su bien, y sobre todo, por el de mi hijo.

Notas relacionadas

Últimas noticias