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martes, diciembre 3, 2024

Por amor a Puebla

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Uno de los lemas que más me ha gustado es el que usó Alejandro Armenta en su imagen de la campaña para gobernador: “Por amor a Puebla”. Si bien es cierto que las frases que sustentan el armazón ideológico de un candidato son también reflejo de su personalidad y fuerza política, en esta frase también hay intención y emoción, un storytelling que cada ciudadano escribirá junto con el gobernador electo en los siguientes 6 años.

Al carecer de verbo de acción, la frase implica una promesa en potencia: “Por amor a Puebla caminaré de la mano con los municipios”. O “Por amor a Puebla habrá atención médica de primer nivel para las mujeres poblanas”. Porque finalmente Puebla no es sólo la capital ni su zona conurbada. Puebla es el conjunto de entidades políticas (incluyendo juntas auxiliares, comunidades y rancherías) en el que viven 6 millones 583 mil 278 habitantes, según el censo del INEGI de 2020.

Está considerada la quinta entidad federativa con mayor población en el país. Desde el punto de vista turístico, sus pueblos mágicos recibieron más de 2.1 millones de visitantes, 16 por ciento más que en el mismo periodo del año anterior. Pero (siempre hay un pero en la sopa de las cifras alegres), el 7 por ciento de la población es analfabeta, es decir, unas 334 mil 179 personas no saben leer ni escribir. Igualmente, esta cifra coloca a Puebla en el quinto lugar nacional en analfabetismo. Y eso que en dicha cifra no se reflejan los casos no contabilizados: adolescentes y adultos jóvenes con serios problemas de comprensión lectora, es decir, aquellos analfabetos funcionales que llegan a terminar carreras y hasta posgrados para luego conseguir (mediante la intervención de parientes o conocidos) buenos trabajos en áreas poco exigentes o muy operativas como hay muchas en la administración pública.

Ya no se diga la población invisible, los ancianos y ancianas que se mueven en territorios hostiles como calles, mercados, sin más brújula que su intuición y la buena o mala fe del prójimo.

Claro que no se puede despreciar lo bueno que sí tiene el estado de Puebla: obviamente su gastronomía, sus artesanías, su patrimonio cultural material e inmaterial, sus gestas históricas, sus museos, iglesias, edificios y monumentos. Sus paisajes naturales. Su café. Sus tradiciones. Sus fiestas patronales. Material de folletería turística, pues. Pero, ¿será que todo eso otorga un lugar de privilegio a los habitantes de los pueblos mágicos o esta denominación es sólo un invento para atraer recursos a zonas ya de
por sí de gran afluencia turística? Difícil saber.

La cultura, como ya se sabe, es un rubro de la vida de las regiones menospreciado por los gobernantes. Caja chica, reserva para compras más importantes que el pago a cuentacuentos, a talleristas que imparten sus conocimientos en lugares no habilitados
para eso, a cantantes, a pintores, a los actores. La cultura es lo primero que se sacrifica cuando hay escasez económica. No se toma en cuenta que los artistas, creadores y gestores culturales también mueven la economía, por no decir que también comen.

Como si las expresiones culturales nacieran por generación espontánea, gente mal preparada para los cargos públicos suele mofarse de proyectos que nunca entenderían. Pero la cultura se mueve por rincones insospechados, asestando golpes de identidad y de belleza. Puebla es un ejemplo de que con muy poco se hacen actividades grandiosas.

En pleno siglo XXI, a los artistas y creadores se les ha situado un escalón todavía más abajo que las compras de papel de baño para las oficinas. A los gobernantes les gusta que luzca su estado, que haya una orquesta sinfónica, que se premien libros, que se den talleres de escritura creativa para jóvenes y se lleven puntos de lectura a los municipios más alejados del centro.

También que haya actores para llevar obras de teatro a las escuelas, a los escenarios callejeros, a los festivales de otras latitudes. Que su entidad se luzca, vamos. Y también que ellos luzcan. Sin embargo, la cultura y su gestión plantea terribles retos a los nuevos responsables administrativos de este sector de la vida pública. Al menos en Puebla, dichos burócratas deberán entender que, allá muy a lo lejos, alguien se acuerda de su viaje a Puebla al ver un tiborcito de talavera en su mesa de la sala. Pero también por el poema que escribió sentado en un taller improvisado en el zócalo de Pahuatlán, para después colgarlo en un tendedero de poesía o meterlo dobladito en el bolsillo de la chamarra.

Esa persona quizá recuerde a Puebla como el lugar donde se enamoró no sólo del mole y la poesía (que muchas veces equivalen a lo mismo), sino también de los paisajes, de las ciudades de la Sierra Norte y el horizonte de cactus de la reserva de Tehuacán. Quizá en Puebla empezó a escribir o a sostener un animado diálogo con la obra de algún pintor expuesto en la casa de la cultura de algún municipio de la mixteca. Lo que el visitante se lleva es un pedacito del espíritu que anima a las personas y las comunidades de las 7 regiones.

Esas experiencias, tan íntimas y tan profundamente arraigadas en nuestro bagaje de vida, las otorga, las concede la cultura. Oh, sí, señores. Toda expresión cultural es una extensión de la imaginación y la creatividad de un creador irrepetible, único. En este siglo XXI, sin la cultura y sus paraísos prometidos no podremos ser un pueblo a la altura
de nuestra historia. Cualquier inventor o científico o tecnócrata puede ser sustituido por otro mejor. El creador y el artista no.

¿Seremos capaces de amar a Puebla sin conocer lo que abrazamos? ¿Sin sentir que nos hormiguean las piernas cada que alguien habla de asentarse en su lugar de origen y trabajar ahí y para su gente?

Bonito lema de campaña. Pero por amor a Puebla, pidamos a las autoridades responsables respetar, promover, procurar, cuidar, otorgar un lugar privilegiado a los procesos culturales, así como avalar a sus creadores como lo que son: representantes
del espíritu de su época, baluartes del lugar que le corresponde a Puebla en el mundo.

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