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jueves, noviembre 21, 2024

Los muertos no hablan, de Chrys Sainos

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La editorial Emergencia acaba de publicar 10 cuentos de la autoría de la escritora poblana Chrys Sainos bajo el título: Los muertos no hablan.

No es un libro de cuentos comunes y corrientes, aunque el color rojo de la portada y la maceta de calavera parezcan anunciar un contenido de horror, muy a la moda de estos tiempos.

Estamos ante un conjunto de cuentos que podríamos calificar de excepcionales. ¿Qué los une?

De manera rápida podríamos decir que la sangre, la violencia, la injusticia. Pero la urgencia de sus títulos nos marca un inicio, el del camino que todas las víctimas, según la criminología, emprenden una noche cualquiera.

La forma de contar, por su parte, contribuye
a crear una sensación incómoda, como la que se
deriva de haber presenciado un delito y tener que callarlo.

Se dice que la literatura no tiene sexo, que no existe una literatura masculina ni una literatura femenina. Sólo buena o mala literatura.

En el caso de Chrys existe buena literatura, pero también algo más. Quizá su conocimiento del mundo de las leyes, su experiencia de vida, su sentido de la justicia, su visión que se aparta del universo literario convencional, su juicio crítico, duro, implacable, cruel de las relaciones humanas en una ciudad como Puebla, sean los elementos responsables de la magia de su escritura.

A través de 10 historias muy breves, Sainos nos presenta una radiografía de nuestra sociedad enferma: una disección del tejido familiar herido, de la noche que se convierte en mortaja, de las decisiones que se toman a la hora en que el demonio sale a darse su vuelta y se mete en jóvenes malandros a los que no les importa acabar con vidas tan jóvenes como las suyas. Dicha radiografía también nos presenta la tortuosidad de las relaciones imperfectas.

Rabia, pasión que envenena, prejuicios como cuna de odios, puñaladas en el corazón del misterio.

Al respecto, el criminólogo español Vicente Garrido nos comenta:

“Junto con la muerte, la peor pesadilla del ser humano es que el mundo no tenga sentido, que todo dependa del arbitrio y del capricho del azar o de un
destino que no podamos controlar, que la justicia
no sea un fenómeno natural de la vida, que muchas
veces sufran los inocentes y los culpables y los culpables no paguen sus crímenes, que ni la fe en la ciencia o en ese Dios que parece ausente sirvan para
mitigar la angustia que se deriva de la tensión entre encontrarse arrojado a un universo indiferente y sin propósito, y a pesar de ello querer encontrar
un sentido a nuestra existencia como individuo en este planeta.”

Chrys Sainos es una escritora implacable, sin
concesiones. Dueña de una prosa certera, entre el
asombro y la perturbación, entre la sordidez y la
luminosidad, sus letras nos llevan de lugares cercanos, conocidos, al territorio de guerras invisibles y cruentas, de situaciones reconocibles a espacios
inexplorados en los cuales campean atmósferas enrarecidas por el aliento de corrupción que exhalan los expedientes judiciales.

La narrativa de Sainos en Los muertos no hablan
nos adentra en ese camino que recorren todas las
víctimas antes de convertirse en un caso, en un
cuerpo tendido en la mesa de autopsias de una morgue. Desde el travesti que sale a trabajar la noche y se topa con un político y después con policías —los
ejes mismos del mal para quien arriesga la piel conseguida a base de maquillaje y rellenos en el wonder bra—, hasta la madrugada de un jueves en que la
paciencia de un ama de casa llega a su límite y cobra venganza de la manera en que sólo una mujer maltratada, harta de puñetazos y humillaciones, se
atreve a hacerlo: a cortes de cuchillo, una puñalada por cada golpe.

O la pareja que al salir del cine se lanza a comer
unos tacos en los Sapos y al final elige tomar un taxi
de regreso a casa. Son las 3 de la mañana, la hora
del demonio y sus fuerzas oscuras. Ellos deberían saberlo, pero las víctimas acuden paso a paso, decisión tras decisión, al encuentro con su muerte.

En los cuentos de Sainos no hay fuerza redentora.

Sólo el mal que avanza noche a noche por las calles
vacías de la Puebla de los Ángeles. Los personajes
surgen del entorno cotidiano y se transforman en
víctimas, en carne de esos semidioses transitorios
que ostentan apellidos de rancio linaje y se rebelan,
a través de sus excesos y falta de moral y rectitud,
como el cáncer social que son en realidad.

Los muertos no hablan es un libro que debe leerse con especial atención. Aunque parece de lectura rápida, sus páginas esconden secretos, trampas que
la realidad encubre y en las que cualquiera de nosotros podríamos caer luego de pensar “a mí no me va a pasar”.

Ojalá que este libro no se quede en las mesas de
noche o en los libreros de casa. Ojalá que circule debidamente, que llegue a manos de jóvenes y adultos para propiciar el diálogo y la reflexión.

Al concluir la lectura, el lector se encuentra con
la certeza de que está frente a una escritora de gran
inteligencia y lucidez, así como de una aguda capacidad de observación de la realidad y de la condición humana.

Parafraseando al profesor estadounidense Robert Simon, experto en el campo de la victimología, pienso que asomarse al lado oscuro de nuestra humanidad, “la sombra” como la llamó Jung, nos habilita para encauzar nuestros demonios hacia otro
tipo de pulsiones, el arte, por ejemplo. Y aunque
esos demonios sigan aullando en nuestro interior,
su furia nos ayudará a transformar en belleza lo que
el dolor convirtió, a través del tiempo, en ruinas y cenizas.

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