Últimamente escucho con frecuencia a mujeres que expresan cierto dolo respecto al tema de la maternidad.
“Es una de las mejores experiencias, pero mejor elige esperar”,
“Disfruta ahora, porque cuando llegan los hijos las cosas se complican”,
“Yo ya no tendría otro hijo. Además de doloroso el parto, trabajar y maternar al mismo tiempo es muy difícil”.
Lo que llama mi atención es que hay algo mucho más profundo dentro de estas y otras narrativas. Maternar ya no es solo un proceso sabio y sublime de la naturaleza: se volvió un acto de valentía, de renuncia, de resistencia.
Las mujeres contemporáneas ya no podemos tomar esta decisión “a la ligera”. Existe temor a la inseguridad, a la precariedad económica, al juicio, a la pérdida de libertad.
Recuerdo que hace unos meses, la secretaria de Educación de Tabasco invitó a los jóvenes en edad reproductiva a tener hijos en lugar de “perrhijos” debido a la notable reducción en las matrículas escolares. Y le digo algo, hipócrita lector, como dicen, yo no supe si reír o llorar con tremenda invitación.
Porque no solo sucede en México, ya no es novedad que en otros países los gobiernos ofrezcan dinero para incentivar la natalidad. De no ser así, ¿quién va a sostener el sistema? Es como si, poco a poco, estuviéramos dejando de engendrar monedas en su bolsillo. Y claro, en una sociedad que prioriza la productividad, la individualidad y el consumo, ser madre ahora toma otra arista: un acto político.
Pero, ¿cómo pensar en la idea de maternar en un mundo que no cuida a los seres humanos y que evidencia un claro abandono institucional y comunitario hacia la vida?
Aunque respeto el cambio de paradigma en el que muchas mujeres ya no quieran ser madres o, bien, decidan priorizar otras áreas de su vida antes que la maternidad, habría que cuestionar esta narrativa creciente que identifica al problema únicamente con “tener hijos”.
Incluso hay quienes sostienen que tener menos hijos o no tenerlos es una forma de salvar al planeta. Para muchos, resulta más fácil tener que renunciar a la procreación como un acto de redención a la naturaleza que enfrentar el desafío de aprender a respetarla y a vivir con ella y con las consecuencias de los problemas que los mismos seres humanos han propiciado.
Tener hijos no es el problema. Tenerlos en soledad, sin tiempo, sin red ni garantías, sí lo es.
Hemos pasado demasiado tiempo enfocándonos en el dilema individual de la mujer —en si “quiere” o “no quiere”, en si está “preparada” o no—, como si la maternidad dependiera únicamente de su temple y capacidad de gestión.
No creo que sea normal un modelo que exija a las mujeres ser heroínas y, a la vez, el sostén económico, el pilar emocional, la tutora y la gerente de un hogar.
El problema de fondo no es la maternidad en sí misma, sino un sistema diseñado por y para la productividad, que solo ve a los futuros hijos como contribuyentes, trabajadores y “monedas en el bolsillo” del Estado.
Entonces, la pregunta no debería ser: “¿Cómo convencemos a las mujeres de tener más hijos?” La pregunta que deberíamos hacernos como sociedad es: ¿qué estamos haciendo para crear un mundo donde criar sea un acto gozoso y colectivo, en lugar de una sentencia de agotamiento?
¿Dónde están las licencias de paternidad extendidas y obligatorias para que la crianza sea compartida desde el primer día?
¿Dónde están las jornadas laborales flexibles y el reconocimiento hacia el trabajo de cuidados no remunerado?
Exigir estas condiciones es demandar la infraestructura social mínima para garantizar la supervivencia y el bienestar de la especie. Es entender que cuidar de la infancia es imprescindible porque son el cimiento de la sociedad.
Dejar de tener hijos puede parecer una solución individual a un problema colectivo. Sin embargo, debemos exigir un mundo que no nos obligue a elegir entre nuestra identidad y la maternidad, entre nuestra estabilidad económica/mental y el deseo de formar una familia.
En última instancia, este evidente descenso de la natalidad es un fuerte síntoma que nos grita que el modelo actual es insostenible y que ha orillado a las mujeres a concluir que traer vida es una cruel contradicción.