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domingo, junio 22, 2025

El maltrato animal, un síntoma espiritual

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Un perro sin dueño caminaba por una calle cualquiera del país cuando una bala lo silenció sin juicio previo.

Una patada. Un cazo lleno de aceite hirviendo que quema la dermis. La indiferencia.

Nadie grita.

Nadie llora.

Apenas un par de clics, una nota breve, y la vida siguió.

En este país abundan los casos de maltrato animal. La mayoría de las personas reaccionan con lentitud, o simplemente no reaccionan. Las instituciones carecen de interés por revisar expedientes, y los gobiernos no destinan recursos para quienes no tienen voz —apenas si lo hacen para los que sí pueden hablar.

Si muchas personas dejaran a un lado el antropocentrismo que han heredado y adoptado por generaciones, comprenderían que nuestra especie no ha evolucionado colectivamente como solemos creer; al contrario, nos hemos desconectado de lo vivo.

Algunos mexicanos pseudomoralistas de egos heridos pensarán que es una burla hablar de animales y no de los niños pobres o las mujeres violentadas —a quienes, por supuesto, no hago de menos—. Sin embargo, ha llegado el momento de mirar también a quienes no tienen el privilegio de hablar nuestro lenguaje, porque este no es solo un problema de ley: es un problema de mirada.

No vemos porque no queremos ver.

Porque si miráramos bien, tendríamos que cambiar.

Los animales no son solo cuerpos habitando un espacio, pedazos de materia, ni objetos a nuestro servicio. Son conciencia. Son presencia. Y nos muestran, día a día, las lecciones que debemos aprender para llegar a ser buenos humanos.

Porque un cuerpo “tuneado” o un guardarropa lleno de marcas costosas no nos brindan las enseñanzas que se requieren para dar el salto al siguiente nivel de conciencia —y para destorcer este mundo que, como decía Eduardo Galeano, “está patas pa’ arriba”.

¿Qué se puede decir de nosotros como especie si nos volvemos cómplices inertes de los atropellos —figurativos y literales— hacia la vida animal?

No te estoy diciendo que dejes comida y agua en la calle para los perros sin dueño.

Ni que dones dinero que quizá ahora no tienes a los refugios.

Ni siquiera que adoptes un animal si no cuentas con el tiempo o el espacio para cuidarlo.

Aunque todas estas acciones son valiosas, lo que quiero —más bien— es invitarte, estimado hipócrita lector, a no marchitar nuestra esencia humanitaria.A darte el permiso de indignarte por las injusticias que sufren los animales y a no acostumbrarte a vivir en un entorno violento como el que atraviesa nuestro país.

Y si está en tus posibilidades, haz algo al respecto.

Alguna de tus reencarnaciones te lo agradecerá.

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