Carmina de la Luz*
Dar un paseo por Lyme Regis en la costa suroeste de Inglaterra del siglo XIX era toda una experiencia literaria. Sin demasiado esfuerzo, uno podía ser testigo (o incluso protagonista) de habladurías como las que se retratan en La amante del teniente francés, de John Robert Fowles. Y con un poco de suerte hasta nos hubiéramos cruzado con quienes inspiraron a los personajes de Persuasion, la última novela de Jane Austen.
Pero, entre toda esa ficción, una figura real seguramente habría llamado nuestra atención. Se trata de Mary Anning, una comerciante de fósiles que desde muy niña solía instalar su puesto en la playa y que más adelante se convertiría en la primera mujer reconocida como paleontóloga.
Mary Anning nació el 21 de mayo de 1799. Su padre, Richard, era un humilde carpintero que había migrado del pueblo de Colyton atraído por la creciente popularidad turística de Lyme Regis. Ahí formó una familia con Molly Anning y juntos tuvieron diez hijos, de los cuales Mary era la tercera. Solo ella y su hermano Joseph alcanzaron la adultez.
En aquella época existía en Inglaterra una fiebre por los vestigios prehistóricos. Richard compartía dicho fanatismo, así que en sus ratos libres se aventuraba en busca de huesos y conchas antiguos que luego vendía a los visitantes de las clases medias y altas. De hecho, fue ganando prestigio y algunos naturalistas pioneros de la paleontología acudían a él para enriquecer sus propias colecciones.
Lyme Regis constituye una especie de máquina del tiempo en constante evolución. El lugar es parte de la denominada Costa Jurásica, un litoral de 153 kilómetros compuesto por rocas que van de los 250 a los 65 millones de años de antigüedad, donde el oleaje ha dejado al descubierto vértebras, costillas y mucho más.
Sin embargo, recuperar tales tesoros resultaba muy peligroso debido a lo escarpado de los acantilados y a los desprendimientos de material. El mismo Richard sufrió una caída en el sitio que, sumada a una tuberculosis, le provocó la muerte en 1810. Los niños Anning quedaron entonces al frente del negocio de fósiles.
Ese año Joseph se topó con el cráneo de un animal y posteriormente Mary encontró otros elementos del esqueleto de 5.2 metros de longitud. Los lugareños creían que pertenecía a un monstruo o a un cocodrilo y, aunque ciertos fragmentos eran semejantes a hallazgos previos, este fue el primero en su tipo que llamó la atención de la comunidad científica.
Mary se dio a la tarea de limpiar el fósil como le había enseñado su padre. Tal vez hubiera preferido quedárselo, pero la situación familiar era tan precaria en ese momento que terminó vendiéndolo en 23 libras y sin ningún crédito a su trabajo. El ejemplar pasó de mano en mano y, eventualmente, fue bautizado de manera formal como Ichthyosaurus.
A diferencia de sus contemporáneos dinosaurios -exclusivos del ambiente terrestre-, los ictiosaurios son un grupo de reptiles que habitaban en el mar. Poseían características físicas similares a los delfines, pero su origen evolutivo era distinto. Anning halló varios de ellos, incluyendo aquel que nombraron Ichthyosaurus anningae en su honor.
Mary nunca dejó de rastrear fósiles. Contra todo pronóstico para su tiempo, aprendió a leer y escribir en una escuela dominical. De modo autodidacta adquirió conocimientos de anatomía y geología que le permitieron tomar notas de sus descubrimientos. También recibió ayuda de uno de sus clientes, Thomas Birch, quien organizó subastas que contribuyeron a darle estabilidad económica.
En 1823 Anning desenterró la osamenta completa de una criatura jamás antes vista. Correspondía a un plesiosaurio, o sea, un reptil marino extinto de cuerpo ancho, grandes aletas, cola corta y cuello largo. Era tan extraño y su estado de conservación tan bueno que el mismísimo Georges Cuvier -padre de la paleontología- creyó que lo que estaba observando era falso. Su legitimidad se confirmó en una sesión extraordinaria de la Geological Society of London (GSL) a la que Anning no fue invitada.
Los paleontólogos Dean Lomax (U. de Manchester) y Judy Massare (Brockport College, Nueva York) dieron a conocer en 2015 el rescate de un fósil de ictiosaurio, similar al previamente encontrado por Mary Anning a principios del siglo XIX. El ejemplar, con una antigüedad aproximada de 189 millones de años, provenía de la Costa Jurásica donde Anning trabajó toda su vida, pero nadie se había dado cuenta de que se trataba de una especie diferente hasta que Lomax y Massare lo notaron.
Los paleontólogos decidieron nombrarlo Ichthyosaurus anningae en memoria de la incansable buscadora de huesos.
A menudo escoltada por su perro Tray, Mary se hizo un espacio en la historia a punta de martillazos, literalmente. En 1826 consiguió el dinero suficiente para comprar una casa y abrir el Almacén de fósiles Anning. Un par de años después rescató un espécimen de un reptil volador o pterosaurio, y concluyó que las piedras dichosas piedras bezoar eran heces fosilizadas.
Pese a sus aportaciones, Mary siempre fue una intrusa para la academia. Una joven que solía acompañarla en su búsqueda de fósiles contó: “Mary dice que el mundo la ha utilizado hasta la saciedad, estos hombres de ciencia han chupado su cerebro, y han sacado un gran partido publicando obras, de las cuales ella elaboró los contenidos, sin recibir nada a cambio”.
En 1875 -veintiocho años luego de la muerte de Mary Anning a causa de un cáncer de mama- la GSL incorpo – ró a su colección un retrato de la paleontóloga. Por su condición de mujer y su estatus social nunca la admitie – ron en esa institución, pero sin duda su labor fue clave para el desarrollo de las ciencias de la Tierra.