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sábado, abril 27, 2024

De Peseshet a Aglaoníkē de Tesalia: las “científicas” de la Antigüedad

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Carmina de la Luz*

Hablar de ciencia en la Antigüedad es entrar a un terreno escabroso. El filósofo argentino Gregorio Klimovsky decía que la ciencia es “fundamentalmente un acopio de conocimiento que utilizamos para comprender el mundo y modificarlo”. Ya está, es una definición bastante universal; sin embargo, los detalles derivados de ella -en particular los que se refieren al método y los resultados- hacen de la ciencia un concepto complejo que muta con la época y el contexto social.

Según Mariano Gacto Fernández, el linaje de lo que hoy llamamos ciencia surgió en occidente durante el siglo XVI, cuando Galileo Galilei demostró que si dos piedras de distinta masa se dejan caer simultáneamente llegan al suelo al mismo tiempo. El profesor de la Universidad de Murcia señala que ese experimento transformó nuestra relación con la naturaleza, “inaugurando una etapa de cambio en la mente humana que fue continuada por muchos otros”.

¿Había ciencia previo a esa fecha? Podríamos responder que sí, pero tenía rasgos diferentes: a menudo, experimentar quedaba fuera de la ecuación, y sus exponentes solían anteponer la razón para resolver los problemas. Por ejemplo, en la Grecia del siglo IV antes de nuestra era (a. n. e.), Aristóteles concluyó que una roca robusta caería más de prisa en comparación con una pequeña, aunque nunca se le ocurrió probarlo.

Kate Campbell.

Una característica adicional de esta ciencia antigua es que, por lo general, estuvo restringida a los varones de las clases privilegiadas. Pese a ello, hubo mujeres que lograron hacerse un lugar, que por fortuna hoy podemos apreciar gracias a que su trabajo quedó plasmado en tablillas de arcilla, murales y papiros.

Estos son algunas de esas avezadas mujeres y algunos de sus saberes y aportaciones.

 

Peseshet (2400 a. n. e.)

Era una sun-un, o sanadora. Se le considera la primera científica de la que se tiene registro. Vivió en Egipto, en un momento en el que resultaba muy complicado para los chicos -e imposible para las chicas- acceder a una educación profesional, salvo que formara parte de una tradición familiar. Por suerte, el padre de Peseshet era escriba y ella pudo estudiar en el Per-Ankh, o Casa de la Vida, equivalente a la universidad.

Para curar a las personas utilizaba miel, ajo, comino, hojas de Acacia y aceite de cedro. Estos remedios los combinaba con invocaciones a Serket (diosa de la naturaleza) y a Hathor (diosa de la feminidad). Peseshet aparece en la falsa puerta de una tumba del Imperio Antiguo, en Giza, y probablemente su historia desembocó en el mito de la médica en jefe Merit Ptah.

Merit Ptah surgió en la década de 1930, cuando la médica y pionera feminista, Kate Campbell Hurd-Mead, escribió el libro Una historia de la mujer en la medicina: desde los primeros tiempos hasta el comienzo del siglo XIX. Publicado en 1938, su obra malinterpreta un informe sobre un sanador real del Antiguo Egipto. Hurd-Mead consigna la excavación de una tumba encontrada en el Valle de los Reyes, donde había una imagen de una supuesta doctora, llamada Merit Ptah, la madre de un sumo sacerdote, quien se refiere a ella como la médica en jefe de la corte. El nombre siguió apareciendo durante el Imperio Antiguo (entre el 2686 y 2181 a.n.e.), pero no lo registra ninguna de las listas recopiladas de los antiguos curanderos egipcios, ni siquiera como un caso legendario o de dudosa existencia.

Al parecer esta mujer era la madre del dueño de la tumba, por lo que se ganó el mote de “supervisora de las mujeres sanadoras. Peseshet y Merit Ptah no fueron coetáneas (estuvieron separadas por unos 300 años), si bien ambas eran mencionadas en las sepulturas de sus hijos, quienes por casualidad fueron altos funcionarios sacerdotales. De ahí la confusión de Hurd-Mead. Se dice que en la biblioteca privada de Hurd-Mead había un ejemplar de un libro en el que se hablaba de Peseshet y sus logros en biomedicina.

¿Por qué las confundió? ¿Fue un simple error humano o quiso acelerar de manera artificial el reconocimiento de la aportación femenina al conocimiento humano? Como quiera que haya sido, afirma un estudioso de la historia de la medicina de la Universidad de Colorado, Jakub Kwiecinski, “la parte más sorprendente de la historia no es el error en sí, sino la determinación de generaciones de mujeres historiadoras de recuperar los relatos olvidados de las antiguas sanadoras, lo que demuestra que la ciencia y la medicina nunca han sido exclusivamente de hombres”.

“Aunque Merit Ptah no es una auténtica curandera del Antiguo Egipto, es un símbolo de la lucha feminista del siglo XX que quería volver a escribir libros de historia en femenino, además de abrir la medicina a las mujeres, convirtiéndose en un modelo a seguir para todas aquellas que querían dedicarse a esta clase de ciencia medicinal”, concluyó Kwiecinski.

 

Enheduanna (2300 a. n. e.)

Las fértiles tierras entre los ríos Tigris y Eúfrates favorecieron el nacimiento de la civilización sumeria. Era una sociedad de avanzada, que construía urbes y fortificaciones, con una sofisticada agricultura de riego. Los sumerios tenían un marco legal, red de transporte, personal administrativo, escuelas e incluso servicio postal.

Ahí floreció el ingenio de Enheduanna, destacada poeta y la primera persona en ser reconocida como escritora. El emperador Sargón el Grande fue su padre y esto la colocó en el puesto de máxima sacerdotisa de la deidad de la Luna. Dicha responsabilidad implicaba un amplio conocimiento numérico y astronómico, plasmado en los versos de la princesa. Ella registró no solo los comienzos de las matemáticas, sino que también dio cuenta de las motivaciones y necesidades que dieron origen a este lenguaje.

 

Tapputi– Belatekallim (1200 a. n. e.)

La evidencia más antigua de mujeres haciendo química es una tableta cuneiforme de Mesopotamia (actual Irak). Esta pieza retrata una especie de farmacia, donde Tapputi creaba perfumes con mezclas de distintas sustancias. Extraía los olores de las plantas mediante técnicas como el cocimiento de flores y la sublimación. Asimismo, empleaba aceite de dátil o de ricino, agua destilada y alcohol de grano, y a ella se le atribuye el uso del primer alambique de la historia.

Lo que se sabe acerca de la vida personal de Tapputi es escaso, pero hasta nuestros días ha llegado su receta de un ungüento aromatizado para el rey de Babilonia que incluía esencia de cálamo. Seguramente redactó el primer tratado de perfumería, un documento que se perdió a lo largo de los siglos. Sus habilidades la convirtieron en perfumista de Palacio. La palabra Belatekallim agregada a su nombre denota que fue directora del laboratorio real de cosmética.

 

Agnodice de Atenas (siglo III a. n. e.)

Esta ginecóloga por poco se vuelve una muestra de lo que Umberto Eco reseñó una vez: “No es que no existieran mujeres que filosofaban. Es que los filósofos han preferido olvidarlas, quizá tras haberse apropiado de sus ideas”. Agnodice siempre quiso dedicarse a la medicina, pero en su tiempo la actividad estaba prohibida para su género. Así que la única opción que encontró fue disfrazarse de varón e irse a estudiar a Alejandría.

Al regresar a su ciudad natal se ganó la confianza de las pacientes y éstas guardaron su secreto. Celosos del éxito de Agnodice -y creyendo que era uno más de ellos-, sus pares masculinos la acusaron de violación, mandándola a juicio. Entonces no tuvo otro remedio que revelar su identidad. Respaldada por una multitud femenina ateniense consiguió su liberación.

 

Aglaoníkē de Tesalia (entre el siglo V-I a. n. e.)

Es citada como la primera mujer astrónoma de la antigua Grecia. Era tal su conocimiento que podía predecir la hora y sitio exactos de los eclipses lunares. Probablemente enseñó astronomía a otras mujeres de su región, a quienes el filósofo Platón describió como “hechiceras de Tesalia” todas ellas mujeres capaces de interpretar el movimiento de los cuerpos celestes. Así, podían calcular eclipses lunares con asombrosa precisión. Hay un proverbio griego que dice “La Luna obedece a Aglaoníke”.

No es descabellado creer que Aglaoníke fue un personaje ficticio, legendario, representativo de un grupo de mujeres amantes del conocimiento. Como subraya la historiadora Marilyn Bailey Ogilvie, adentrarnos en la vida y obra de estas mujeres requiere especulación e imaginación. “Es difícil asegurar si eran jóvenes o mayores, ricas o pobres (…) si las aceptó la sociedad o fueron parias. No obstante, suficiente información existe para decir que estas mujeres participaron en la construcción de la ciencia desde sus albores”.

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