Tengo algunos amigos que dicen que la mejor forma de curarse una resaca es bebiendo lo mismo que generó la ebriedad del día anterior. Si bebiste tequila, dicen, hay que beber tequila.
Un día llegué a una comida con una resaca que me había provocado un severo dolor de cabeza (cefalea). Era tan fuerte que me dolía ver. La luz del sol me dolía. Las voces elevadas aumentaban mi crispación. El amigo con el que comería me dijo que me tomara un Negroni.
—¿Qué es eso? —le pregunté.
—Es como la Piedra. Es buena pa’ la cruda —respondió con elegancia.
El Negroni en realidad es un cóctel de origen italiano preparado a base de Gin, Campari y Vermú rojo. Wikipedia dice que es uno de los combinados más famosos del mundo que fue inventado en 1919 por Fosco Scarselli, un barman florentino que atendía en el viejo café Cassoni.
Me tomé pues un Negroni. El garzón me sirvió más gin que campari y vermú. Lo noté en el primer trago. Incluso sospeché que más que gin era ginebra Oso Negro, como la que bebíamos en la secundaria. Una ginebra mexicana verdaderamente repugnante que a los adolescentes de los años setenta nos encantaba por dos cosas: por su ridículo precio —semejante al del “domingo” de un muchacho de clase media mexicana— y por el llavero de un osito negro que colgaba del cuello de la botella.
Al tercer Negroni estaba técnicamente ebrio. La resaca se había ido. Empecé a hablar en lenguas con mi amigo: un joven entusiasta convertido en adulto entusiasta que se la pasaba viajando —muy entusiasmado— a Dubai. Siempre que me hablaba era para presumirme que estaba en Dubai. Incluso empezó a usar prendas árabes. Llegué a pensar que su siguiente paso era alistarse en algún cártel musulmán. Ahora mismo que escribo estas líneas descubro que no me ha vuelto a llamar desde el día de los Negroni, al que bauticé el Negroni Day.
La resaca que tuve al día siguiente fue superior a la que empecé narrando. Desperté en la madrugada sudando, temblando, susurrando. ¿Qué decía? Lo ignoro. En mis pesadillas alguien me ofrecía un Negroni y me vomitaba encima de la copa. De hecho, me vomitaba también encima de quien me lo había ofrecido. Toda la mañana la pasé en cama. Y cuando intentaba levantarme, un temblor a la Felipe Calderón se apoderaba de mí. Pensé que cuando éste era Presidente también tenía resacas muy seguido, pero no es lo mismo curársela en Los Pinos que en una modesta casa de San Andrés Cholula.
Ahora, cada vez que siento que viene una resaca pido en Rappi una buena birria o un plato de pancita. Esa es la mejor cura. Y no se embriaga uno de nuevo.