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jueves, noviembre 21, 2024

Los parias de la pulquería

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A mis 17 años quería ser poeta maldito. Leía a Baudelaire, a Rimbaud, a Verlaine. Fumaba Baronet. Bebía ajenjo. Usaba un bastón para romper ventanas, como el pequeño Alex de Naranja Mecánica. También usaba tirantes.  

Varios viernes iba al Palacio de Bellas Artes con Josean, un entrañable amigo, para escuchar, desde la primera fila, música clásica o barroca. Pero lo hacíamos con varios vodkas adentro, como para demostrar que éramos rémoras de una sociedad decadente.  

Fue en esos años cuando descubrí La Atrevida, una pulquería de barrio —muy cerca de La Viga— a la que acudían ladrones, asesinos y parias —en el departamento de hombres—, y prostitutas y aspirantes a serlo —en el departamento de mujeres.  

A esa pulquería iba con Tony, un amigo asiduo a cabarets, con quien también hice varias veces un tour sexual con damas de noche y madrugada. Nada mejor para un poeta maldito que convivir con rufianes.  

En La Atrevida bebíamos pulque. Un pulque sospechoso metido en un barril de madera que era curado con excremento humano. Eso me dijo Tony, pero nunca le creí. Hoy, con los años, pienso que tenía razón. Bebíamos pulque, pues, sentados en una mesa derruida. A un metro estaba la zona de los orines. Una zona abierta por la que todos pasábamos. Olía a algo peor que a orines: a orines viejos de tres días.  

Algunos parias compraban tortillas y chiles Herdez. Con eso bastaba para hacerse tacos. Otros más recurrían a pulque mezclado con pico de gallo: chile, jitomate y cebolla. Era realmente asqueroso, pero quitaba el hambre de los ladrones antes de salir a ejercer su oficio. 

Seis meses acudí religiosamente a La Atrevida. Pasando ese tiempo, cambié de paisaje. Y aunque perseveraba en seguir siendo un poeta maldito, descubrí una vieja cantina en Coyoacán a la que iba el pintor Fernando García Ponce —hermano del escritor Juan García Ponce— y otros personajes ligados al arte. Nunca más regresé a La Atrevida.  

A veces me pregunto qué habrá sido de esos ladrones y asesinos con los que alguna vez toqué el cielo que miraban Rimbaud, Baudelaire y otros poetas malditos.  

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