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jueves, marzo 28, 2024

Otra vez

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Este país, roto, se acostumbró a las tragedias.

A todas las desgracias unidas.

Porque a los de siempre, da igual el partido al que pertenezcan, les importa muy poquito la vida de los otros, de los demás.

Para ellos sólo existen los suyos no los nuestros.

Los que importan son ellos, no nosotros.

 

***

 

El tiempo no, la vida es oro

Ahora fue en una mina en Sabinas, Coahuila.

No sé si lograrán o no sacar con vida a los diez mineros atrapados desde el jueves en un pozo de carbón en la comunidad de Agujita.

Sé que las horas, los minutos, quizá los segundos, son claves.

También sé que sus familias esperaban el milagro de abrazarlos con vida otra vez.

Y que otra vez los gobernantes llegan a supervisar los trabajos de rescate.

Y que ofrecen todos los medios a su alcance (¿en serio?) para que haya una rendijita de esperanza.

Y que fingen estar condolidos.

Y que hacen suya, por un ratito, la angustia de los familiares, de la comunidad entera, cuando antes no les importó nada.

Porque es imposible pensar que ellos no supieran que la miseria obliga a sus gobernados a romperse el lomo cargando una tonelada de carbón por 120 pesos.

Que trabajan, como en este caso, a 60 metros de profundidad. Que en las paredes de las minas puede haber gas, pero también agua.

Porque es imposible pensar que no supieran que lo hacen por necesidad y que los patrones de los mineros los explotan.

Porque es imposible imaginar siquiera que les den el equipo necesario para desarrollar una tarea durísima, peligrosa, esclava.

Porque es imposible imaginar que alguna autoridad hubiera supervisado las condiciones de seguridad en la que operaba esa minita que repentinamente se llenó de agua que se convirtió ya en un densísimo lodo.

Porque es imposible pensar que contara con todos los permisos y medidas de seguridad requeridos y que al menos alguien les advirtiera el peligro.

Porque es imposible soñar con un gobierno que se preocupe por la gente, por sus condiciones de vida, por la forma en que los mineros y millones de mexicanos más trabajan.

Porque en este país roto el reto diario es sobrevivir.

Cuando llegan las fatalidades entonces nos juran que no volverán a pasar.

Y vuelven a pasar.

Pasan siempre.

 

***

 

El carbón rojo

Hoy la tragedia, la desgracia nuestra de cada día, vive en Sabinas. Como antes en Rancherías, o en Pasta de Conchos.

En la de Agujitas extraían carbón rojo.

Así le dicen porque va manchado en sangre.

Es ahí, en Coahuila, donde se extrae el 99% del mineral que se vende a la Comisión Federal de Electricidad.

En un reportaje, Elena Reina, corresponsal de El País, describe lo que todos sabemos: “Las condiciones mortales en las que operan este tipo de minas provocan tragedias cada año sin que ninguna medida gubernamental lo haya impedido.

“En junio de 2021 siete trabajadores fallecieron después del derrumbe de otra mina de carbón en Rancherías, cerca de Sabinas. Las organizaciones de derechos humanos habían denunciado en repetidas veces las pésimas condiciones laborales de la explotación, incluso ante Manuel Bartlett, el director de la Comisión Federal de Electricidad, pero no recibieron respuesta y el túnel, como auguraban, acabó desplomándose”.

En ese mismo reportaje Cristina Auerbach, una de las activistas más reconocidas por su defensa a los derechos de los mineros, sostiene que las minas de la zona de Sabinas sufren otros riesgos a la acumulación de gases por su cercanía con el río Sabinas. “Sucedió lo mismo en Rancherías y desde entonces no ha habido ninguna política para que se repita”.

Y añade: La CFE hace creer a la sociedad que “heroicamente genera electricidad para el país pero la realidad en que es a través de formas precarias y condiciones miserables de vida de los mineros: siempre pobres y siempre los que mueren”.

Otro dato que sirve para documentar lo dicho al inicio: Este país, roto, se acostumbró a las tragedias.

A todas las desgracias unidas.

Vea si no. Entre 2000 y 2019, dos mil 626 mineros quedaron incapacitados permanentemente. Casi 250 murieron.

A pesar de todo ello, en una región de 160 mil habitantes, unas tres mil familias dependen directamente de la industria carbonífera y cerca de once mil empleos están asociados indirectamente.

De las pensiones que reciben las familias de los mineros muertos mejor ni hablar. Algo así como dos mil pesos al mes.

México es un país roto que debe acostumbrarse a las muertes evitables.

Otra vez nos dirán que no volverá a pasar.

Otra vez pasó.

Otra vez pasará.

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