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viernes, abril 19, 2024

Canetti, Hiroshima y la culpa

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I. Elías Canetti

Fue sin duda uno de los escritores más importantes del siglo XX. Muy joven, estuvo en Viena y en Berlín. Años después, al escribir los cinco tomos de su autobiografía, se convirtió en el guardián, el último testigo, del esplendor de la literatura y el arte de las que fueron las décadas maravillosas de la Bauhaus, Freud, Mahler, Hermann Broch, Joseph Roth, Stefan Zweig, Isák Babel, escritores y artistas alemanes o que allí residían. Escribió una obra que le tomó tres décadas, Masa y Poder, donde intentó explicar los fenómenos de la colectividad convertida en un ente vivo y las locuras megalomaniacas del poder. Escribió también una novela, Auto de Fe, que narra la historia de un sinólogo que es “una cabeza sin mundo” y su enfrentamiento con la doméstica Teresa que es “un mundo sin cabeza”. El resultado es el incendio de la biblioteca y de él mismo: el fuego como destrucción y purificación. Escribió también libros de aforismos, obras de teatro. En 1981 fue distinguido con el Premio Nobel de LIteratura. Nació en Bulgaria, su primer idioma fue el ladino (suerte de español antiguo), escribió en alemán, vivió en Londres durante la parte final de la Segunda Guerra y después. Fue, antes que nada, un enorme humanista. Una de las definiciones que da el Diccionario de la Real Academia Española de humanismo es: “Doctrina o actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos”. ¿Cómo traducimos esta sentencia a la vida y obra de Canetti?

 

II. El 6 de agosto de 1945

En su extraordinario libro La provincia del hombre, Carnet de notas 1942-1972, en la entrada correspondiente a agosto de 1945, después de que, un 6 de agosto, explotara por primera vez una bomba atómica contra una ciudad, Hiroshima -apenas el sábado pasado se cumplieron 77-, Canetti escribió: “Destronamiento del sol; el último mito válido está destruido. La Tierra es ahora mayor de edad; abandonada a sí misma ¿qué va a hacer consigo misma? Hasta ahora era ella la hija indiscutible del sol, totalmente dependiente de él, invisible sin él, perdida sin él. Pero la luz está destronada: la bomba atómica se ha convertido en la medida de todas las cosas. Lo más pequeño ha vencido: paradoja del poder. El camino que lleva a la bomba atómica es un camino filosófico: hay caminos que llevan a otras partes, caminos no menos seductores. Oh, tiempo, tiempo para encontrarlos: a lo mejor has perdido años en los cuales hubiera sido posible salvar algo. De ahí que nada te distinga de aquellos que en estos mismos años han estado trabajando para la destrucción“.

 

III. Culpa y responsabilidad

Estas palabras me conmueven profundamente desde que las leí. Canetti no le echa la culpa a los japoneses ni a las potencias del Eje; tampoco al presidente de Estados Unidos que dio la orden o al piloto del Enola Gay. No entra en el mundo de las culpas. Hace algo magnífico, que sólo un alma noble podría hacer: asume la responsabilidad, no porque haya hecho algo, sino por su ineficacia al impedirlo. ¿Encuentran, amigos de Hipócrita Lector, una muestra más alta de humanismo? Yo, no.

Vivimos en un mundo donde todos se echan la culpa unos a otros. Putin, porque la OTAN amenaza sus fronteras; China, porque Pelosi fue a Taiwán; Trump, porque la culpa la tienen los migrantes y así podemos seguir al infinito, en el ámbito internacional o en el local. Actuamos como los niños o adolescentes que dicen: la culpa la tuvo el gordito o el flaquito…

¿Por qué no maduramos y, como Canetti, aceptamos nuestra responsabilidad en lo que sucede y tratamos de ser menos ineficientes? El mundo sería mejor.

Gracias, Elías Canetti, por asumir la responsabilidad ajena y, al hacerlo, demostrarnos que no hay responsabilidad ajena, todo es nuestra responsabilidad.

 

P.D. Un día como hoy, 8 de agosto, pero de 1911, en medio de la inestabilidad por la llegada al poder de Francisco I. Madero, nació en la ciudad de México mi padre, don Raúl Lugo Aguirre, de estirpe hidalguense. Papá, un abrazo hasta donde estés. Gratitud.

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