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sábado, noviembre 23, 2024

El presidente está solo

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El mes que está por terminar es, quizá, políticamente el más complejo y duro que ha tenido el presidente de la República desde que asumió el poder. 

Nada le salió bien. 

Ligó tres derrotas consecutivas que marcarán el resto de su sexenio: Primero, el fiscal general de la República quedó exhibido brutalmente: Fabricó delitos contra la mujer de su hermano y las hijas de ésta valiéndose de su cargo e influencias. Segundo, la Consulta Popular de Revocación de Mandato fue desairada por el 82 por ciento de los electores y por último, la Reforma Energética, la más importante que pretendía su administración, llegó tarde y desnudó su falta de operadores políticos eficaces. 

Lo asombroso de estos tres casos es que en ninguno de ellos el presidente ha reaccionado como se esperaba. 

Sabemos que es su naturaleza. 

Que nada a contracorriente. 

Que así le gusta. 

El mensaje posterior a estos tres descalabros ha sido desconcertante, por decir lo menos. 

¿O es que de verdad el presidente está dispuesto a cargar con el desprestigio de tener como abogado de la Nación a alguien que no le ha dado ningún resultado en el fundamento eje de su gestión: la lucha contra la corrupción? 

¿En serio le da igual que el fiscal general de la República abuse de su cargo para llevar a cabo venganzas personales? 

¿No le importa que se cuestione también la honradez del funcionario encargado de perseguir a quienes actúan al margen de la ley? 

¿Que en sus actuaciones no respeta siquiera el debido proceso? 

¿De verdad ya no importa la ley? 

 

*** 

 

La Consulta de Revocación de Mandato fue otro fracaso notable. 

Nadie que crea en la Constitución en este país quería que el presidente dejara su cargo inconcluso. 

Fue votado para que asumiera el Poder Ejecutivo durante seis años. Ni un día más ni un día menos. 

El ejercicio que algunos vendieron como un novedoso mecanismo de la democracia participativa estaba condenado al fracaso. ¿La principal razón? Los mexicanos acudieron a las urnas en 2018 para elegir, conforme a la Constitución, a un presidente por seis años. 

Las ocurrencias no funcionan y son caras. Está demostrado. 

Si en verdad se buscaba que en los gobiernos sucesivos la Consulta de Revocación de Mandato se aplique al cumplirse el tercer año de ejercicio entonces los partidos deberán ponerse de acuerdo en el Congreso y cambiar la Constitución para que el presidente sea electo por tres años, con la posibilidad de reelegirse para un segundo periodo de tres años.  

No era tan difícil entender que así sí habría un instrumento legal, constitucional, para evitar el suplicio de soportar en el cargo durante seis larguísimos años a un presidente que no pudo con sus tareas o defraudó la confianza que le dieron los mexicanos en las urnas. 

La cuestión es que en este ejercicio, al presidente le quedaron a deber sus operadores: los dirigentes de su partido y, sobre todo, los gobernadores surgidos de Morena: sólo dos lograron una participación de más del 30 por ciento del padrón electoral (Tabasco y Chiapas). 

De nada valió tampoco que Mario Delgado, quien se dice presidente de Morena, terminara de taxista acarreando votantes y encabezando la operación tamal.  

El gasto fue enorme e inútil. 

 

*** 

 

El tercer descalabro en este mes fue el más doloroso y trascendente. 

La denominada Ley Bartlett para nacionalizar la industria eléctrica (ese era el fondo por más edulcorantes que le pongan) buscaba que, otra vez, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) tuviera el monopolio en la generación de luz en el país. 

No pasó por dos razones: Porque llegó tarde (durante tres años Morena y sus aliados tuvieron la mayoría calificada pero decidieron esperar) y porque cuando ya no tenían los votos suficientes para llevar a cabo la reforma constitucional los operadores del presidente le mintieron. 

Y, más, le fallaron. 

¿Quiénes? 

En primerísimo lugar Manuel Bartlett, el director general de la CFE, quien confió que las marrullerías que tanto éxito le han dado en su carrera le permitirían entregarle buenas cuentas a su jefe.  

Adán Augusto López, el secretario de Gobernación, quien prefirió encabezar mítines sobre la inútil Consulta sobre la Revocación de Mandato que negociar con el PRI los votos necesarios como jefe de la política interna del país (con lo que todo implica). 

Nachito Mier Velasco, ujier preferido de Manuel Bartlett, y coordinador de la bancada de Morena en la Cámara de diputados. Fue él quien prometió sumaría los votos imprescindibles para sacar la reforma presidencial. No pudo con el paquete. Estaba distraído con su obsesión: dinamitar al gobierno de Miguel Barbosa para quedarse con la candidatura de Morena a la gubernatura de Puebla.  

Mario Delgado, el taxista estaba dispuesto a llevar hasta las puertas de San Lázaro a los diputados priistas que le consiguiera Nachito Mier. No hizo falta. 

Lo increíble de todo es que ni el fiscal ni los operadores del presidente perdieron su trabajo a pesar de fallarle a su jefe. 

Ellos siguen pateando el bote sin remordimientos, como si nada hubiera pasado. 

Lo dejaron solo. 

Así, francamente, no se puede transformar nada. 

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