A todos les dijo que no atacaría a Ucrania.
Que era una exageración de Occidente.
Propaganda vil y cochina.
Histeriqueo, eo.
Mintió.
Cínicamente les mintió.
Humilló a Macron, el presidente francés; luego a Sholtz, el canciller alemán.
Y estuvo dispuesto a hacerlo con todos los líderes que desfilaran frente a él, con su larguísima mesa de por medio, en ese imponente salón del Kremlin.
Da nada valió tampoco la conversación telefónica de 61 minutos que tuvo con Biden, apoltronado en Camp David, la residencia de descanso de los presidentes de Estados Unidos.
Resumamos: Lo que hizo Putin fue bajarse la bragueta. Desenfundar. Apuntarles a la cara. Y mearlos a todos.
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Sus pistolas
Suena brutal.
Pero no es nada comparado con lo que hizo después.
Está clarísimo que Ucrania no era una amenaza para Rusia, una de las principales potencias nucleares en el mundo.
En cuestión de horas, algunos dicen que bastaron 48, otros que 72, aniquiló prácticamente cualquier posibilidad de defensa de un país con 42 millones de habitantes.
Lo aplastó.
A miles de civiles los hizo refugiarse en el metro de Kiev, su capital.
A miles de ucranianos inocentes los obligó a esconderse en alcantarillas.
A miles más a huir con lo puesto.
Si Putin quisiera borrar del mapa a Ucrania, como sospecha el canciller alemán, lo haría.
¿Por qué?
Porque quiere.
Porque puede.
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Los apaciguadores
“El que se arrodilla para conseguir la paz se queda con la humillación y con la guerra”.
La demoledora frase es de Winston Churchill.
La soltó a propósito del papelón que hizo su amigo y predecesor en el cargo: Arthur Neville Chamberlain, quien como primer ministro inglés acudió el 30 de septiembre de 1938 a Munich para, en un intento desesperado, evitar la guerra y la expansión que cocinaba Hitler.
El alemán le firmó encantado un acuerdo, a través del que se comprometía a no atacar a Gran Bretaña a cambio de cederle los Sudetes de Checoslovaquia.
El primer ministro inglés regresó triunfal a Londres.
Al año siguiente, Hitler hizo lo mismo que Putin ahora con los nuevos apaciguadores.
Reírse de ellos, bajarse el cierre del pantalón y violar todos los acuerdos internacionales existentes.
¿De verdad nadie entendió a Churchill?
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“Nos dejaron solos”
El objetivo de Rusia, uno de tantos, parece el de derrocar al gobierno ucraniano al que Putin califica de “banda de drogadictos y neonazis”.
Y por eso le pidió al Ejército de Ucrania que tome el poder. Vamos, que de un golpe de Estado y acabe con ese gobierno de payasos.
Que con ellos (con los golpistas) sería más fácil llegar a acuerdos.
No quiere negociar. Quiere la rendición total y absoluta de Zelensky y “su banda”.
Vivo o muerto, como en el Viejo Oeste.
Obvio. Lo que seguiría después es imponer a uno de sus títeres y anexionar a Ucrania bajo su bota.
A Putin, claro está, no le importa que Zelenski, el presidente de Ucrania, haya sido electo democráticamente con 73 por ciento de los votos.
No le perdona haberlo desafiado cuando pidió el ingreso de su país a la Organización del Tratado del Atlático Norte (OTAN).
Que no, que no podía permitir esa amenaza. Que entonces Europa y sus países miembros tendrían en la mira a Rusia, a la mano.
Como si no supiéramos que Estonia y Letonia, también fronterizos con Rusia, forman parte de la treintena de países miembros de la OTAN.
En 2019, cuando Zelenski, de 44 años, asumió el poder en Ucrania, tras convertir su celebridad televisiva como comediante en una carrera política estelar, sus oponentes decían que tenía tan poca experiencia que estaba destinado a ser un desastre: que le vendería el país a Rusia.
Su gobierno abrió el mercado agrícola y expandió con indudable éxito los servicios digitales a todo el país. Comenzó un enorme programa de construcciones de caminos, aunque pronto se olvidó de combatir la corrupción de su país, uno de los lastres de Ucrania. Perdió entonces parte de su popularidad. Se rodeó de sus amigos y se aisló.
Conmueve ahora que Zelenski aparezca en todos los noticieros del mundo reclamando ayuda para su país, que esté consciente que ahora mismo él y su familia son el objetivo número uno para el ejército ruso.
Pero conmueve más aún la respuesta que recibe: el silencio.
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Las sanciones, ja
En más de 70 años nunca la paz en Europa se mostró tan frágil como ahora.
Uno de sus miembros está desde hace días bajo el fuego ruso.
Y, ellos, los líderes de Occidente están prácticamente cruzaditos de brazos.
Que no pueden hacer nada.
Que Ucrania no es miembro de la OTAN.
Que una respuesta militar contra Rusia por su agresión a Ucrania significaría la Tercera Guerra Mundial.
El fin.
El fin de todo.
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Guardián de papel maché
Ahora sabemos que las grandes potencias militares y nucleares de Occidente están atadas de pies y manos.
Que Estados Unidos, el guardián de la democracia y del Mundo, es un guardián de papel mache.
Que Occidente hizo el ridículo y que nadie puede pedirle cuentas por ello.
Que el portugués António Guterres, secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), se olvidó de las palabras de Churchill.
Que su ruego al tirano ruso para que “en nombre de la humanidad” regrese sus tropas a Rusia, fueron un llamado patético salido desde el “fondo de su corazón”.
Que la amenaza de los líderes de Occidente de aplicar durísimas sanciones económicas a Rusia y su élite gobernante, no sólo no frenaron a Putin, lo animaron a ir por más.
Por todo y sin piedad.
Eso sí, nos dicen que nos serenemos, que hay rendijas para la paz, que la vía diplomática tiene canales abiertos.
Que no habrá una escalada bélica.
Que la presión internacional y moral será contundente.
Que los responsables pagarán por sus crímenes.
Que Putin será un paria por los siglos de los siglos.
Que su alma está muerta.
Y que, a nosotros, a los pobres de nosotros, nos queda ver la muerte en directo.
Se sabe cómo empiezan las guerras.
Nunca, si están en curso, cómo acabarán.
Total.
Ya ellos se encargarán de barrer las cenizas.