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jueves, noviembre 21, 2024

El país de los indiferentes

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Este país, roto, perdió hace tiempo su capacidad de asombro. 

Porque, por más dura que sea, la vida sigue. 

Nos lo dicen una y otra vez. 

Que siga entonces. 

Así, sin que nada nos conmueva. 

Porque la indignación dura lo que un noticiero o el tiempo que consume leer una nota. 

Luego se pasa. 

La vida sigue. 

Que siga entonces. 

Aunque también estemos rotos. 

 

*** 

 

El futuro de México, algunos no lo reconocen, se construye diariamente con tragedias, con historias reales de auténtico terror. 

Como la que le costó la vida a Debanhi Escobar, de 18 años, en Nuevo León. 

O la de Ángel Yael Ignacio Rangel, de 19, en Guanajuato.  

O la de Ángel Gabriel Sánchez Sánchez, de 12 años, que apareció muerto en un canal de aguas negras en Valsequillo.  

También con las de Karla Elena Ramírez Murrieta y Cristopher Aguilar Hernández, dos víctimas de 20 años, en Azcapotzalco, en la Ciudad de México. 

No son los únicos casos.  

En lo que va del sexenio, hasta el viernes pasado, se tenía un registro de más de 119 mil homicidios dolosos, la mayoría por disputas relacionadas con el narcotráfico. 

El número es monstruoso. 

Dantesco. 

Pero mucho más lo es que sólo en una mínima proporción los autores de estos crímenes son llevados ante la justicia. Y sólo unos poquísimos tienen sentencia en firme y purgan condenas. 

México es hoy el reino de la impunidad. 

Y ese parece, por ejemplo, el destino del caso Debanhi. 

Así le conviene a los políticos. 

A eso nos quieren acostumbrar. 

La muerte de la estudiante, ocurrida entre el 9 y 22 de abril, en la zona metropolitana de Monterrey, es un compendio de errores vergonzosos por parte de las autoridades de esa entidad. 

Si su muerte resulta indignante, también lo es el comportamiento y actuación de quienes están obligados a investigar sus causas, a esclarecer los hechos y a llevar a los responsables ante la ley. 

¿Encubren a alguien? 

¿Quién sabe? 

Lo cierto es que el papel desarrollado por Samuel García Sepúlveda, el gobernador de utilería de Nuevo León, como lo describió certera como es la escritora Alejandra Gómez Macchia, y de la fiscalía de Nuevo León, es un lamentable tratado de lo que no se debe hacer en una investigación. 

Trece días después de la desaparición de Debanhi encontraron su cuerpo. Desde entonces pasaron 10 días más y no sabemos cómo murió.  

Lo único que nos han dicho es que su cuerpo presentaba una “contusión profunda en el cráneo”. 

Primero nos dijeron que seguramente había sido accidental, que, desorientada, cayó en esa trampa mortal que es una cisterna sin tapa. (Hay imágenes previas que muestran lo contrario: sí había tapa y estaba cerrada). 

Luego filtraron que habría sido abusada sexualmente y golpeada hasta provocarle la muerte y que alguien, sin que se sepa quién, la habría dejado ahí.  

Hoy, otra vez, se vuelve a la hipótesis inicial del “lamentable accidente”. 

A las autoridades de Nuevo León todo les parece circunstancial. Sin importancia. Normalizaron todo desde el primer minuto de sus pesquisas. 

Les parece normal que existan registros de una discusión que Debanhi habría tendido con un grupo de jóvenes a la salida de la fiesta en la quinta El Diamante, a la que asistió a divertirse, y que a ninguno de ellos lo llamaran a declarar. 

Les parece normal el testimonio de las dos “amigas”, que dicen que esos chicos se querían llevar a su “amiga” pero que como no “nos dieron confianza” llamaron a un taxista que conocieron esa misma noche para que la llevara a su casa. (Él sí les dio confianza). 

Les parece normal que ellas, las “amigas”, se fueran en otro auto. 

Les parece normal que el taxista David Cuéllar, de DIDI, la subiera en el asiento del copiloto. (¿Acaso no es una de las prohibiciones que tienen de acuerdo con sus protocolos de seguridad?).  

Les parece normal que el taxista que dice que en ningún momento la acosó sostenga que la discusión que tuvo con Debanhi se debió a que no le dio la dirección de su casa y que no sabía a dónde llevarla. 

Les parece normal que un taxista, a petición de las amigas de ella, suba a una chica de 18 años sin saber a dónde va. 

Les parece normal que el taxista, cansado de lidiar con ella, porque según él “no estaba en sus cinco”, decida detener el coche y permita que su clienta baje en una carretera peligrosa y solitaria (eran las 4 de la mañana). 

Les parece normal que el taxista grabe conversaciones con su clienta. 

Les parece normal que el taxista le haya tomado al menos una foto a su pasajera antes de abandonarla. 

Les parece normal que, después de 13 días de su desaparición, aparezca sin vida en un lugar que efectivos de las corporaciones policiacas de Nuevo León habían cateado no una, sino hasta en cuatro ocasiones. 

Les parece normal que en un hotel de paso no haya cámaras de seguridad en el área de recepción.  

Les parece normal que ninguno de los trabajadores del motel haya visto nada el día de la desaparición de la joven y que durante trece días hayan convivido con su cadáver en el jardín y no notaran nada extraño. 

Les parece normal dar por buenos videos que les entregan en una empresa de transportes 13 días después de la desaparición de la joven que se asomó a su caseta de vigilancia. 

Les parece normal que la Fiscalía filtre otro video tomado desde el restorán contiguo al motel -que llevaba cerrado al público cuatro años- y del que sólo se ve una sombra caminar a través de una reja, tomado desde lo que parece ser la cocina, para concluir que esa sombra a los lejos, que huía de algo o de alguien, es Debahni y que estaba sola (o puede que no). 

Les parece normal soltar la hipótesis de que cayó en una cisterna, para hacernos creer que murió ahogada, cuando la realidad es que estaba prácticamente vacía y el agua sólo cubría 90 centímetros desde el fondo. 

Les parece normal que según su autopsia no había agua en los pulmones de Debahni a pesar de insistir que había muerto en la cisterna.  

Les parece normal que los familiares y amigos de Debanhi tengan que soportar estas y todas las torturas a las que han sido expuestos vilmente. 

Les parece normal que tengamos que soportar las deficiencias de la investigación. 

Les parece normal que aceptemos lo que consideran pruebas fundamentales cuando ocultan y mienten una y otra vez. 

Les parece normal que la sociedad entera tenga que tragarse su incompetencia y apuesten a que, como ocurre en este país, el tiempo, el olvido y la indiferencia hagan su trabajo. 

Les parece normal que en los trece días y las trece noches que duró la búsqueda de Debanhi encontraron los cuerpos de cinco personas más. 

Les parece normal que nadie se preocupe en saber quiénes eran, ¿por qué y cómo murieron? ¿A qué familia rota pertenecían? Que sean sólo “desconocidos”. 

Sí, les parece normal. 

 

*** 

 

La muerte de Ángel Yael Ignacio Rangel, de 19 años, es otra historia de terror. Ocurrió en Irapuato, Guanajuato, apenas el miércoles pasado. 

A él lo mató la bala disparada por un integrante de la Guardia Nacional. 

La tragedia pudo ser peor.  

Alejandra Carrillo, de 22 años, una de sus acompañantes resultó gravemente herida. El conductor se salvó. Ni un rasguño. 

Tres compañeros de la Universidad de Guanajuato viajaban en una camioneta. Les dispararon por ser sospechosos de nada. Eran las 16:40 horas.  

La Secretaría de Seguridad Ciudadana Federal informó, a través de un comunicado, que el agente que disparó contra los estudiantes estaba asignado a tareas relacionadas con el robo de hidrocarburos y fue puesto a disposición del Ministerio Público. 

Empezamos bien. ¿Qué agente, cómo se llama, por qué las víctimas sí tienen nombre y el asesino no, por qué actuó de manera unilateral como insisten? 

En ese mismo boletín señala que “La Guardia Nacional lamenta profundamente los hechos, reitera a la ciudadanía que no tolerará ninguna violación a los Derechos Humanos y reprueba cualquier conducta alejada de la observancia de la Ley”. 

Muy conmovedor. 

Disparan contra estudiantes desarmados y dicen que no tolerarán ninguna violación a los derechos humanos. 

Que reprueban cualquier conducta alejada de la observancia de la Ley, como si un asesinato no lo fuera. 

¿Nos toman por estúpidos? 

El único crimen de los estudiantes fue estar estacionados, junto con otro vehículo, en un camino de terracería en las inmediaciones de la Ex-Hacienda El Copal, y toparse con una unidad de la Guardia Nacional. 

No había retén ni nada. El vehículo oficial realizaba un recorrido de “disuasión”, así le dicen, sobre el ducto de Pemex Salamanca-León. 

Los estudiantes, al ver la patrulla de la Guardia Nacional decidieron ponerse en marcha. No les dio tiempo de mucho. Apenas cuando arrancaban uno de los elementos, el anónimo, bajó de la unidad y abrió fuego contra ellos “de manera unilateral”.  

Una de las balas que disparó fue certera: quedó alojada en el cráneo de Ángel, estudiante de agronomía. Murió al instante. 

Edith Alejandra tuvo más suerte.  

Está hospitalizada, aún con vida. 

Desde ese día no hay clases en la Universidad de Guanajuato. 

El sábado nos enteramos de otra vileza más. Un juez federal, también anónimo, puso en libertad al agente anónimo que la propia Secretaría de Seguridad Ciudadana Federal reconoció como el asesino de Ángel y de causarle heridas graves a Edith. 

La Fiscalía General de la República atrajo el caso para eso: liberarlo y dejar impune este crimen. 

Qué alivio, qué consuelo. 

 

***   

 

A Ángel Gabriel Sánchez Sánchez, de 12 años, no le fue mejor que a Debahni o Ángel Yael. 

A él lo reportaron desaparecido el 13 de abril. 

Vecinos de la localidad de Xochimilco lo encontraron el viernes 22. Su cuerpo en descomposición flotaba en uno de los canales de aguas negras de Valsequillo. 

Sus familiares pudieron reconocerlo. 

Ángel Gabriel nació en la junta auxiliar de Cuacnopalan, perteneciente al municipio de Palmar de Bravo. 

No se sabe mucho más de él ni de su muerte. Había ido de viaje con su tío y encontraron su gorra y un zapato en la zona de la Central de Abastos de Huixcolotla.  

Su tío apareció muerto en una de las franjas huachicoleras del estado. 

Alguien más vio Ángel Gabriel. Estaba con Fernando Leo, de 25 años, y conocido del tío. También él fue asesinado. Su cuerpo fue abandonado en bolsas negras en Yehualtepec. 

De los responsables de la muerte de Ángel y los dos adultos no se sabe nada. 

Todo en curso.  

 

*** 

 

El caso de Karla Elena Ramírez Murrieta y Cristopher Aguilar Hernández, los dos de 20 años, no deja de ser estremecedor. 

A diferencia de Debanhi, ellos primero fueron asesinados y después desaparecidos. 

Tremendo. 

Se conocieron casualmente en una fiesta realizada en un antro conocido como “El Bar Quito”, de la colonia San Miguel Amantla, en Azcapotzalco. 

Ocurrió el 28 de agosto de 2020, en plena pandemia. 

El evento fue promocionado varios días antes por redes sociales. La fiesta, denominada, “After Party” empezó a las 9 de la noche. 

Karla le mandó a su hermana un mensaje con su ubicación en tiempo real. Estaba en “El Bar Quito”. 

Cristopher Aguilar llegó a la fiesta en compañía de unos amigos. 

Ahí coincidieron Karla y Cristopher. Todo iba bien hasta las 12:30 de la mañana. Por alguna razón se desató una balacera en el lugar. Una hora y media después, los amigos con los que estaba Cristopher le avisaron al tío lo que había ocurrido. No encontraban a su sobrino. 

La familia y los amigos lo buscaron por todos lados. En hospitales y agencias del Ministerio Público. Nadie supo decirles nada. No había reportes ni carpetas. No había pasado nada en el lugar, les aseguraron.  

Una amiga de Karla vivía una desesperación similar. “Hubo una balacera y todos salimos corriendo a la calle. Perdí de vista a Karla. La esperamos un rato en el estacionamiento y subimos al coche. Fuimos a buscarla y cuando pasábamos frente al bar vimos dos cuerpos en la calle, tirados. No pudimos detenernos, había mucha gente. Seguimos de frente para ver si la encontrábamos. Decidimos mejor volver para verificar. Cuando regresamos los cuerpos ya no estaban en la calle”. 

Apenas el viernes, la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México confirmó que los cuerpos de Karla y Cristopher, que desaparecieron en “El Bar Quito”, fueron cremados de manera clandestina. 

Hasta el momento, informó, han sido detenidas diez personas involucradas en el caso, entre ellos los dueños del antro donde ocurrió la balacera y en la que murieron los dos jóvenes. 

Daniel, “El Canelo”, y su socio, Iván, “El Cartier”, dueños de “El Bar Quito” habrían sido los responsables de la desaparición de los cuerpos y quienes ordenaron su cremación. El dueño de la funeraria, de nombre Roberto, y dos de sus empleados también fueron detenidos. 

El horror hace tiempo que campea en nuestro país. 

No podemos más ser un país de indiferentes. 

Porque aunque nos digan que la vida sigue para muchos no sigue.  

Se acaba.  

Y lo hace de manera bestial. 

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