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sábado, noviembre 23, 2024

El carnicero Putin

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Brian Klaas, columnista de The Washington Post, no falla en su diagnóstico sobre la “operación especial militar” lanzada contra Ucrania hace poco más de un mes por Vladimir Putin, recientemente descrito por Donald Trump como un “genio” estratégico. 

El saldo, subraya, no puede ser peor: logró revitalizar la OTAN; unificar a un Occidente dividido; convertir a Volodímir Zelenski, el poco conocido presidente de Ucrania, en un héroe mundial; arruinar la economía de Rusia, y acrecentar su legado como criminal de guerra.  

El también profesor de política global en el University College London, se pregunta ¿Cómo calculó tan mal? 

Y responde: “He estudiado y entrevistado a déspotas de todo el mundo durante más de una década. En mi investigación, me he encontrado persistentemente con un mito obstinado: el hombre fuerte, inteligente, el déspota racional y calculador puede jugar un juego largo porque él (y generalmente es él) no tiene que preocuparse por encuestas molestas o votantes enojados. Ellos miran hacia la próxima década en lugar de preocuparse por las elecciones del próximo año. 

“Los autócratas como Putin eventualmente sucumben a lo que podría llamarse la `trampa del dictador´. Las estrategias que utilizan para mantenerse en el poder tienden a desencadenar su eventual caída. En lugar de planificar a largo plazo, muchos cometen errores catastróficos a corto plazo, el tipo de errores que probablemente se habrían evitado en los sistemas democráticos. Solo escuchan a aduladores y reciben malos consejos. Ellos malinterpretan a su población. No ven venir amenazas hasta que es demasiado tarde. Y a diferencia de los líderes electos que concluyen sus mandatos con riqueza, fama y estilos de vida deslumbrantes, los dictadores que calculan mal dejan el cargo en un ataúd, una posibilidad que los hace aún más propensos a duplicar su apuesta”. 

Los déspotas, dice Klaas, “siembran las semillas de su propia desaparición desde el principio, cuando se enfrentan por primera vez a la disyuntiva entre permitir la libertad de expresión y mantener un control férreo del poder.  

“Después de llegar al palacio, aplastar la disidencia y encarcelar a los opositores, desde la perspectiva de un dictador: crean una cultura del miedo que es útil para establecer y mantener el control. Aunque haya que pagar altísimos costos. 

¿Vale la pena entonces que sus asesores le digan la verdad al poder?”, se pregunta. 

“A los déspotas rara vez se les dice que sus estúpidas ideas son estúpidas o que sus guerras mal concebidas probablemente sean catastróficas. Ofrecer críticas honestas es un juego mortal”. 

En esas andamos. 

 

*** 

 

Mes de sangre 

Desde el 24 de febrero pasado, cuando Putin ordenó la invasión de Ucrania, lo que prometió que no ocurriría, existe un carnaval imparable de sangre. 

Y de muerte. 

No existe misericordia ninguna. 

En su delirio imperialista, no se entiende que Putin y su ejército se afanen en infligir el mayor dolor posible a Ucrania y su pueblo si lo que busca es su conquista, hacerse con él y de la voluntad de un país hasta hace poco de 43 millones de personas. 

La crisis humanitaria que vive desde entonces Ucrania es brutal. Se calcula que 10 millones de esas personas se han desplazado en su propio territorio para salvarse de la lluvia de bombas y metralla que, sin entender por qué, les ha regalado Putin 

Casi cuatro millones de ellos han dejado su país. 

Lo que el Presidente ruso quiere para sí y los suyos es convertir a Ucrania en tierra arrasada. 

Lo está logrando, por más que, el viernes pasado, desde el Ministerio de Defensa ruso hayan dado por concluida la primera fase de la “operación especial” y anunciado que ahora se concentrarán en el Donbass, región que controlan desde hace ocho años. 

Ya nadie puede creerles. 

 

*** 

 

Mariúpol, el último suspiro 

Las escenas más terribles de la brutal invasión rusa a Ucrania las han sufrido los habitantes Mariúpol, una pequeña ciudad portuaria de 446 mil habitantes que, no obstante, es uno de los objetivos centrales de Putin por su posición geográfica: Es la salida al mar Azov. 

En un mes Rusia convirtió esta ciudad en escombros.  

Sin agua, sin luz, sin calefacción, sin alimentos, es como sobreviven los cerca de 100 mil habitantes que aún no han podido escapar de los sótanos y refugios de sus casas y de edificios públicos. 

Son, sobra decirlo, los más pobres de los habitantes, quienes se vieron obligados a permanecer en su ciudad por no tener medios para escapar o porque no pueden abandonar a otros miembros de sus familias impedidos por condiciones de edad o salud. 

Debido a que la ciudad lleva un mes bajo el fuego constante e inmisericorde de los aviones y tanques rusos, que tienen prácticamente sitiada la ciudad, los sobrevivientes de Mariúpol se han visto obligados a calentar nieve con trozos de muebles destruidos para tener algo qué beber. 

O como contaron los últimos periodistas en abandonar la ciudad tras ser perseguidos por militares rusos: la gente no tiene que comer así que han recurrido a los perros que deambulan por las calles que, a su vez, se alimentan de los cientos de cadáveres que encuentran por las calles y que no pudieron ser sepultados.  

El notable escritor Pedro Ángel Palou sostuvo en su más reciente colaboración en Hipócrita Lector que “no hay manera alguna de justificar la guerra contra Ucrania: No hay perdón alguno para los crímenes de guerra, la brutalidad genocida, la destrucción; los bombardeos e incluso la amenaza de ataques con armas químicas, biológicas e incluso la posibilidad de un ataque nuclear”. 

Cómo no estar de acuerdo con él. 

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