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sábado, febrero 22, 2025

La jungla de San Lázaro

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Los pasillos de San Lázaro se despliegan fríos y austeros, flanqueados por imponentes muros de cantera. ¿Acaso fue la intención del constituyente impactar a los ciudadanos con una arquitectura brutalista que, desde la distancia, intimida y asombra?
A lo largo de la explanada principal se revela una verdadera jungla política, el territorio del poder donde, sin necesidad de ser un experto, es posible distinguir entre depredadores y presas: el león entre los capibaras, el tigre entre los changos, y el humano entre lo inhumano.
Es curioso pensar que el sueño de convertirse en diputado o diputada federal trasciende el mero deseo de obtener un estatus familiar, llenar vacíos emocionales o, en ocasiones, mejorar el país un ideal que hoy resulta escaso.
En esa fría explanada de concreto, donde el aire vibra con la ansiedad del reconocimiento, se percibe la histeria de quienes anhelan ser aclamados por algún “tigre” de la política. Cuanto más alto en la cadena alimenticia, más anhelados son los elogios.
Pero, pocos jóvenes comprenden que el juego en San Lázaro no comienza al ganar una elección; desde un tercer piso con vista directa a la explanada se evidencia que el verdadero enfrentamiento se inicia en torno al tintero, donde se mide el valor moral y el peso político: allí se descubre si eres de los que se agachan para ser pisoteados o de los astutos depredadores.
Pero ¿qué implica alcanzar esa posición en la cadena del poder? ¿Será la cantidad de votos, las alianzas forjadas, el peso de un apellido, el espectáculo armado o la elocuencia en tribuna? Estoy convencido de que nada de eso se reduce a la mera llegada. Muchos ascienden y luego desaparecen, carreras tan efímeras que hasta Google se olvida de ellos.
Entonces, ¿cuál es el sentido de aspirar a un cargo público cuando la verdadera contienda radica en la desigualdad entre pares? Es aquí donde empieza de verdad el juego del poder: simple y complejo a la vez. No se trata de una única cancha, sino de varios tableros que varían según las circunstancias.
En mi joven experiencia destacan: el tablero de la reputación, la cancha de la astucia, el respaldo empresarial, la formación de alianzas, el terreno económico, la esfera familiar y, por último, la astucia política. En algunos, se requiere una precisión casi quirúrgica para no quedar fuera del juego; en otros, puedes nacer con ella o cultivarla, pero ninguno es menos vital.
Como dice un viejo refrán, la política es el arte de “comer mierda, agradecer y pedir más”. Ningún político escapa a tragar sus propias ambiciones y enfrentar frustraciones en el camino; lo esencial es el temple. Son esquemas mentales que debes mantener en tu radar, sacrificando lo banal por lo virtuoso, como Macario, quien se retiró al desierto por treinta años antes de ser proclamado santo.
En definitiva, jugar en estos tableros exige enfoque, disciplina y constancia: las fotos de Instagram carecen de valor si no respaldan tu proyecto; una reunión con un “tigre” político es inútil sin astucia; figurar en la boleta electoral es vacío sin la capacidad de forjar alianzas.
Es en ese cruce donde se distingue entre quienes ascienden por mero azar y quienes lo hacen por convicción, por causa.
La jungla política de la explanada advierte: si te arrodillas, malgastas tu tiempo y no mantienes alerta tu radar de tableros, acabarás siendo solo uno más, rodeando al tigre mientras éste pasea, esperando devorar sus sobras. Pero si te conviertes en el depredador, es porque has sido paciente, tolerante y astuto. Al final, no hay nada como un tiro certero.
Este es apenas un breve pensamiento, surgido mientras disfrutaba de un gansito en ese tercer piso, con la mirada fija en la explanada que se transforma en la jungla política.

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