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viernes, enero 24, 2025

Demasiado rabiosos…

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No es fácil entender a Donald Trump, tampoco es imposible. Seguirlo es más que una aventura de interpretación de sus ideologías políticas en tiempos de la inquisición. Es todo un catecismo que me recuerda las películas del viejo oeste y las misiones de los cuáqueros, que discutían sobre la necesidad de su religión en el nuevo mundo, pero poco hicieron para acabar con el exterminio de los indígenas norteamericanos.  Pero no hay que espantarse, lo mismo pasó en la fundación de la Colonia Mexicana. 

A veces pienso que el manejo actual de los esquemas de “izquierdas” contra “derechas” es disruptivo y resiliente a propósito. No sé cómo le hacen, pero ambos extremos ideológicos terminan en el populismo y la polarización como estrategia de control. Una que parece agotarse, pero renace al escudriñar en pequeños recovecos a los que hace gigantes. O eran temas importantes, solo que menospreciados que viajan en un tobogán que a veces se nutre de sus fundamentalismos a los que quiere regresar y otra de sus inconsistencias para el futuro, cuando los busca evitar.  Ahora hay muchos tipos de “izquierdas” y de “derechas”, que se recrean en mezclas irreverentes y perversas. 

Hacer grande a Estados Unidos, “otra vez”, fue el primer objetivo de Donald Trump.  “Vamos a recuperar America” es el actual. En ambos hay una visión de destrucción interna de la moral que ha prohijado una corrupción de los valores originales de los colonos, que ahora exige, medidas radicales para recuperarlos y practicarlos. 

Por eso, cuando Trump dice “vamos a recuperar” a Estados Unidos, parece todo un pastor protestante, que promueve valores perdidos en caminos confusos y conductas distraídas de los valores fundacionales de esa nación. En ese diagnóstico de su nación, lo importante es la coincidencia de millones de estadounidenses que están convencidos, que por esa irresponsabilidad interna, efectivamente han perdido el liderazgo mundial y sus formas de colonización y apropiamiento del globo terráqueo donde, efectivamente, los enanos les han crecido. 

China y Rusia, Alemania y Japón, en su poderío económico y los populismos de izquierda en varias naciones americanas, en su visión, abarcan espacios que deberían ser norteamericanos. Eso hay que corregirlo, propone Trump, pero desde adentro, porque esa debilidad se construye en la destrucción de las hegemonías blancas que están siendo desplazadas en todos los espacios de la actividad colectiva. 

Acudir a los valores morales tradicionales y a los principios del protestantismo, tendrían una razón sociológica respetable. Pero el manejo de estas en una mezcla de racismo, rencor y venganza, contra quienes, según ellos, son los responsables del desastre de la debilidad de los blancos, es harto discutible, adentro de su territorio, más lo es afuera, donde, en teoría no son sus territorios. Y los que apoyan a Trump, por eso, están demasiado rabiosos. 

No es fácil entender como Trump construye la “razón histórica” de su gobierno. Una mezcla de cristianismo conservador, nacionalismo cristiano y evangelismo político que no se ajusta a un modelo tradicional de devoción cristiana. Es más una estrategia política que una reflexión teológica genuina. Eso es lo que practica ahora como presidente otra vez. 

Al margen de las discusiones internas en los pastores y obispos, imanes y rabinos, Trump nos recuerda el valor de la religión para conquistar o reconquistar territorios, por la adhesión, a veces poco voluntaria a sus preceptos. Así lo recuerda la historia del nuevo continente. Sin embargo, es difícil pensar en Trump misionero honesto, porque finalmente, en la interpretación de ese catecismo, su apropiación para práctica política, esconde los verdaderos intereses de defender y multiplicar la hegemonía de los blancos y sus grandes capitalistas, cuya religión es la supremacía económica, que ahora tiene entre sus armas más poderosas para reconquistar al mundo, a la tecnología digital. 

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