El general Rafael Moreno Valle llegó a la casa de su nieto al fraccionamiento Las Fuentes.
Éste ya lo esperaba en la puerta. Apenas lo vio, lo ayudó a bajar de la Suburban negra. Lo abrazó, lo condujo lentamente al interior de la residencia, lo acomodó en la sala, pidió que le sirvieran agua y celebró el buen gusto de su corbata: una Charvet de seda hilada en Inglaterra.
Martha Érika entró en escena y abrazó al viejo general y exgobernador. Su nieto inició la charla con un “¿qué se siente, abuelito, que alguien que lleva tu nombre y apellidos vaya a ser también gobernador de Puebla?”.
El general celebró el acontecimiento, aunque sus palabras salían con dificultad. A veces, incluso, el gobernador electo tenía que traducirle a Martha Érika algunas expresiones.
Jubilosos, pasaron a la mesa. Un chef les recomendó un lenguado a la plancha. El general pidió más agua, se refrescó la boca y empezó a hablar de algunos personajes del México ya ido.
Elogió al expresidente Gustavo Diaz Ordaz, del que fue médico personal y secretario de Salud. Ponderó a Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda en dos sexenios: los últimos del desarrollo estabilizador. Se detuvo, de pronto, en la figura de Carlos Hank González.
—Qué personaje era Carlos. El mejor amigo que alguien podía tener. Conmigo fue muy generoso.
Y relató pausadamente cómo cada vez que iba a verlo salía acompañado del secretario particular del profesor, quien le entregaba un maletín antes de abordar su auto.
—¿Qué carro usabas, abuelito? —preguntó muy sonriente su nieto Rafael.
—Tuve varios, pero el que más me gustaba era un Ford Galaxie 500 fabricado en Estados Unidos. Me lo trajeron directo de la fábrica de la Ford en Chicago, Illinois. Tenía dos puertas cupé y un motor V-8 de 6 cilindros. Era de tracción trasera. Un verdadero musclecar. Fíjense: era de acero cromado y de dirección hidráulica. ¡Precioso mi carrito! (Risas).
—Y, bueno, abuelito, entonces el particular del profesor Hank te acompañaba al auto y te daba una maleta…
—Ah, sí. Me decía muy gentilmente: “Doctor, dice el profesor que se le olvidó este maletín”. “No, no es mío, licenciado”, le decía yo. “No, sí, sí es de usted, doctor”, me decía él. (Risas).
—¿Y qué contenía el maletín, abuelito?
—¡Un millón de pesos! (Risas).
—¿Siempre era un millón de pesos?
—¡Siempre! Yo nunca iba a verlo si no me llamaba. Era un hombre muy generoso. Ayudaba a sus amigos. Hasta a ese periodista de Excélsior lo ayudó… ¿Cómo se llama?
—¿Denegri, abuelito?
—¡No, el otro! ¡Scherer! A él le regaló carros, camionetas, perlas para su esposa. ¡Ya no hay hombres como el profesor Hank!
*
El lenguado estaba delicioso.
El general Moreno Valle no dejaba de hablar de Hank González. Le brillaban los ojos a sus 93 años. Cinco días atrás los había cumplido. Su nieto le había organizado la mejor fiesta de su vida en la residencia de sus padres, ubicada en Lomas de Chapultepec.
—Fíjate, hijo, que don Carlos fue un niño muy pobre. Su padrastro era zapatero remendón y él iba con zapatos viejos a la escuela normal. Ah, porque se graduó de normalista.
—Yo pensé que tenía dinero, abuelito —le dijo el gobernador electo.
—¡No! Él se hizo solo. Aunque déjenme decirles que era un bohemio. Le encantaban la música y la poesía. Tenía una agrupación política llamada algo así como la República Ideal. En sus reuniones hablaban de política, pero se daban tiempo para declamar poemas y escuchar música. Era un buen declamador. Tenía un vozarrón. Declamaba muy bonito “El Brindis del Bohemio”, Martita.
—¿Tú ibas a esas tertulias, abuelito?
—No, hijo, yo lo conocí después. ¿Recuerdan que de él es la famosa frase de “político pobre, pobre político”?
—¡Cómo no, abuelito! Es una gran frase. Y muy real. Le digo a Martha Érika que tiene una gran sabiduría esa frase. Todos los días vemos a gente que quiere hacer dinero con la
política y terminan por atascarse. Hacen dinero robando, pero la maquinaria los atrapa y se quedan en cargos segundones. En esto hay que llegar con los bolsillos cargados, aunque tampoco hay que gastarse ese dinero en la política. El dinero de la política debe salir de la política. Por cierto, su hijo Carlos Hank Rhon va a hacer varias cosas en Puebla ahora que yo sea gobernador.
La comida llegó al postre. El general se abstuvo. Tenía una dieta estricta.
—Siempre he tenido una duda, abuelito. ¿Ya perdonaste al presidente Luis Echeverría? Si no me equivoco él fue quien tomó la decisión de removerte de la gubernatura.
—Él fue, hijo, no los universitarios. No me quería porque no quería a nadie que le recordara al presidente Díaz Ordaz. Echeverría fue siempre un malagradecido. Hizo todo lo posible por borrar la huella de Gustavito.
—¿Y ya lo perdonaste, abuelito?
—¡Yo no perdono a los traidores! Pero mira qué mal la está pasando. Creo que lo pusieron bajo arresto domiciliario un tiempo. Dicen que ya tiene principios de demencia senil. Y eso que yo soy mayor que él cuatro o cinco años.
—¡Tú estás hecho un roble, abuelito! ¡Y lo mejor es que vas a volver a ser gobernador!
(Risas).
—¡Eso sí, hijo! En todos lados veo eso: ¡Rafael Moreno Valle, gobernador de Puebla!
(Risas)
*
Moreno Valle citó a su equipo cercano para un tema que no lo dejaba dormir: ¿A quién metería a la cárcel una vez en el gobierno?
Se reunieron en su búnker del hotel Presidente Intercontinental. John Peters, un asesor educado en Harvard —ex operador del presidente Clinton—, pidió la palabra. En un inglés bostoniano trazó varias rutas críticas. Una en particular atrapó al gobernador electo: administrar la justicia en función de los conflictos.
En otras palabras: meter a la cárcel a alguien para desviar la atención en temas candentes. A cada crisis le sucedería una orden de aprehensión.
Moreno Valle quería peces gordos. Pidió una lluvia nombres, aunque dejó en claro algo:
“Del lado del gobierno actual nos vamos a ir en contra de Alfredo Arango. Eso ya está negociado”.
Los integrantes del equipo soltaron los de Ricardo Henaine, Francisco Castillo Montemayor, José González —Pepe Tomate—, Adolfo Karam, Carlos González (Nabla Ingeniería), Óscar García (constructor de varios hospitales), Vicente Gil y Armando Adame (ex presidente de la CMIC).
El asesor propuso hacer un calendario y, sobre todo, armar los expedientes judiciales para echarlos a andar una vez que fuera requerido un campanazo mediático.
Moreno Valle viajó a la Ciudad de México ese mismo día con el asesor estadunidense. Lo invitó a comer con el senador Manuel Velasco en Les Moustaches.
Velasco escuchó atentamente la estrategia judicial y les compartió lo que estaba ocurriendo en Chiapas, estado por el que buscaba la gubernatura:
“Mira, hermanito —le dijo a Moreno Valle—, el cabrón de Juan Sabines, gobernador de mi tierra, quiere meter a la cárcel a Pablo Salazar Mendiguchía porque en su gobierno se otorgó un bono sexenal por más de cien millones de pesos. En pocas palabras: lo quieren enjaular por los delitos de ejercicio indebido del servicio público y asociación delictuosa. (Risas) Para que me entiendan: lo quieren llevar al fresco bote entre quince y veinte años. (Risas). Pero aquí no termina todo. El góber Sabines tiene como operadores a otros dos cabrones: Raciel López Salazar, fiscal general del estado, y Florencio Madariaga. Éste fue subprocurador en tiempos de Roberto “El Croquetas” Albores. (Risas). Incluso, Salazar Mendiguchía lo persiguió judicialmente. La venganza es dulce. Hoy Florencio se va a chingar a Pablo. (Risas). Moraleja, hermanito: necesitas dos cabrones así para que tu estrategia sea una chingonería. ¿Los tienes o te los presto? (Risas).