Uno de los hallazgos fantásticos en la ciencia planetaria de los años recientes ha sido el descubrimiento de objetos interestelares que atraviesan nuestro sistema solar. El ingenioso telescopio los observará.
Observar los llamados “maratonistas intergalácticos” se ha vuelto uno de los proyectos favoritos de astrónomos profesionales y aficionados. Hasta ahora, se han detectado dos, 1I/’Oumuamua, en 2017, y 2I/Borisov, en 2018, si bien se cree que deben de existir muchos más. Los investigadores se han dedicado a estudiarlos porque es muy difícil divisar otros. Cuando alguien anuncia un hallazgo, es necesario realizar mayores y acuciosas observaciones antes de determinar que, en efecto, se trata de un vagabundo de esta clase. Puede tomar días, incluso meses, dependiendo de su brillantez. Pero eso está a punto de cambiar con el despliegue del telescopio James Webb. Sabemos que tales objetos interestelares no han sido observados con anterioridad en este rango del espectro infrarrojo, de manera que el Webb propicia posibilidades inéditas, dada su posición en el cosmos y la calidad de sus detectores.
Nadie sabe qué habrá de encontrarse en ese vasto espacio, aunque, sin duda, será espectacular. A la fecha, concluyó la etapa crítica de alineación y calibración de sus 18 espejos. También se consiguió alinear el generador principal de imágenes, la cámara que observa en el infrarrojo cercano, con los espejos del observatorio. Al ubicarse en un punto privilegiado, libre de perturbaciones luminosas, este telescopio abrirá ventanas, hasta ahora cerradas, las cuales mirarán hacia la profundidad de nuestro sistema solar y sus fronteras con otras galaxias. Dado que siempre que miramos el Universo lo que vemos es el pasado, Webb permitirá atestiguar en tiempo diferido el nacimiento de diversas galaxias, cuando el Universo que habitamos era joven. Este telescopio, muy costoso y de genial diseño, contemplará su estructura e inaugurará una nueva era en la astrofísica. La historia del cosmos está por escribirse.
