Cuando Marian Martínez Ruiz me buscó a mediados del pasado diciembre para conversar sobre un tema personal, recordé lo que la prensa había dicho de ella: que era una secuestradora ligada al narco.
¿De dónde salió esa leyenda?
De la mente enferma de algunas plumas que en aras del morbo y el sensacionalismo la cubrieron de epítetos y descalificaciones.
Un panfleto huauchinanguense, por ejemplo, cabeceó más o menos así la nota principal: “¡Quiso graduarse en la universidad, pero se graduó en la delincuencia!”.
Al acudir a la cita con ella, imaginé que me sentaría con una feroz delincuente juvenil que por andar en malas compañías había terminado en prisión.
En su lugar hallé a una chica de 25 años de edad: alta, guapa, inteligente y frágil.
(“Tiene la belleza de las Velázquez”, pensé al confirmar que era familiar directo de las hijas y nietas de don Baldemar Velázquez, recientemente fallecido).
La mirada de Marian me hizo ver que estaba con una mujer que venía del infierno, pero que aún conservaba —muy poderosamente— las ilusiones.
(Hay tres infiernos en esta trama: el infierno de enfrentar a dos jueces corruptos, el infierno de vivir en el Cereso de san Miguel y el infierno de soportar —tras quedar en libertad— la estigmatización de quienes se sienten dueños de la moral pública).
Al narrarme su historia, descubrí que yo conservaba aún la visión deformada que las plumas enfermas que hablaron de su caso sembraron en la opinión pública.
En consecuencia: buscaba en esa chica aplicada y dolida —estudia actualmente su segunda carrera universitaria— rastros del personaje torvo y siniestro ligado al narco y al secuestro, entre otras lindezas.
No sé cuánto tiempo duró nuestra primera charla.
Lo que sí sé es que avente al bote de basura la imagen creada por un sector de la prensa poblana que vive en la zona más disfuncional del cerebro reptiliano.
En varios momentos de nuestra charla, hallé a una mujer sensible y herida, pero dispuesta a reinventarse en todos los aspectos de su vida.
La absolución que una jueza le otorgó el 20 de diciembre de 2024 se sumó a la medida cautelar —que la hizo llevar su juicio en libertad— decretada varios meses atrás.
Marian, hay que decirlo, es la víctima de un sistema judicial tan enfermo como las plumas que la estigmatizaron.
Lo peor es que ella, a sus 22 años, enfrentó una virulencia cruel y despiadada, ingredientes de un coctel judicial que tiene a muchos inocentes en prisión.
Marian ya no tendrá que caminar con la cabeza baja ni evadir las lenguas viperinas que la señalaban desde una autoridad moral de la que carecen.
Acaba de ganar la mejor de sus batallas.
Y lo mejor de todo es que conserva más que vivas las ilusiones alguna vez perdidas.
A sus veinticinco años nos viene a demostrar de qué está hecha.
En ese duro trance, perdió muchos amigos, pero los que conservó y que creyeron en ella jamás la abandonaron.
Buen regreso a casa, querida Marian.
Nota Bene 1: Un juez es la última frontera de los derechos de los ciudadanos.
Si esa frontera está contaminada, los ciudadanos están a la deriva.
Marian lo supo a sus veintidós años.
Y bajó al infierno de la zona femenina del penal de San Miguel.
Y ahí conoció a muchas que como ella eran inocentes.
A muchas que llegaron a esa última frontera y se toparon con la miseria humana en forma de un bisturí amargo, doloroso.
Marian, por cierto, estudia Derecho para defender a quienes injustamente están en San Miguel.
Nota Bene 2: Decenas de usuarios de las redes sociales fueron particularmente crueles con Marian y su mamá: Mariana Ruiz, excandidata a la diputación por Huauchinango.
A ambas, las insultaron hasta el cansancio.
Mariana, hay que decirlo, fue la mayor defensora de su hija, y tocó todas las puertas para lograr su libertad.
Otra lección de vida en esta trama brutal.