Los Reyes Magos me trajeron a la residencia de escritura Under the Volcano en Tepoztlán después de pedírselos encarecidamente durante todo el año. Hoy, aquí, desde la terraza de una posada y con el Tepozteco de frente, empiezo el año escribiendo con compañeros de Aguascalientes, Tijuana, Nueva York, Texas, Maine, Nueva Orleans y, por supuesto, Ciudad de México.
Si acaso Melchor, Gaspar y Baltazar tuvieron sus faltas cuando era una niña, ahora puedo decir que me he propuesto procurarme cosas, momentos y lugares con los que siempre soñé.
En mi caso no era la falta de dinero para que las peticiones no se hicieran realidad, era quizás descuido o, incluso, falta de interés. ¿Cómo es posible que nunca se posó bajo el árbol navideño una Rainbow Brite y en su lugar llegó un piano? ¿Por qué en el segundo año de pedir la misma muñeca de pelo amarillo y vestido de colores lo que recibí fue una recámara nueva?
Durante los doce años que duró la magia, aprendí que los regalos llegaban, sí, pero a destiempo y otros, los más, porque fui una buena niña y merecía de todo: patines, bicicletas, Barbies, juegos de destreza, Nenucos y el codiciado, Micro Hornito.
Merecí todo, menos una muñeca de trapo y estambre, llamada Rainbow Brite.
¿Qué hago con eso ahora que soy mamá? Busco y rebusco y voy a Júpiter si es necesario por un balón de futbol o un Pokemón. Tres juguetes para cada uno de mis hijos, tres deseos hechos realidad por el poder que tiene sobre mí sus ojos vibrantes y sus sonrisas que me llenan de una felicidad indescriptible.
¿Qué hago ahora conmigo que soy adulta? Mi Rainbow Brite se transformó en libros, perfumes y viajes.
Mi Rainbow Brite es hoy estos quince días de escritura acompañada, de nuevas amistades con proyectos interesantes. Encontré mi vasija de oro al final del arcoíris, queridos hipócritas lectores y mi corazón late con fuerza.
¡Feliz inicio de año!