El senador Rafael Moreno Valle y la gobernadora Martha Érika Alonso preparaban todo para ir a comer a la casa de los padres del primero, en las Lomas de Chapultepec.
Rafael había insistido en que viajaran a bordo del poderoso Agusta negro, propiedad del gobierno del estado. La gobernadora no estuvo de acuerdo porque era un doble vuelo de tipo personal. No quería violar el menor de los preceptos administrativos. Vía telefónica, le había pedido a Eduardo Tovilla, secretario de Finanzas, que contratara un helicóptero con los hermanos Torre Mendoza, dueños de Servicios Aéreos del Altiplano. Ésa fue la versión oficial. En realidad el Agusta blanco en el que volarían pertenecía al propio senador.
La gobernadora salió de su casa de Las Fuentes hacia el Triángulo de Las Ánimas, donde sostendría un par de reuniones rápidas. Había insistido en mudarse a Casa Puebla hasta enero de 2019. “No me voy a llevar nada de mi casa. Sólo mi ropa”, le había dicho días atrás a su mamá.
El senador se quedó en casa. Estaba de excelente humor. Sus abogados le habían dicho que los tres recursos de inconstitucionalidad promovidos a iniciativa suya marchaban muy bien. Recibió a un par de amigos en su despacho. Brindaron por la Navidad con agua Perrier. Luego se despidieron con el mayor de los optimismos. Más tarde alcanzó a su esposa en unas oficinas del Triángulo. Un auxiliar le informó que el helicóptero Agusta Westland AW1095 Grand, matrícula XA–BON, llegó primero a la casa del exdiputado José Chedraui , en avenida Hermanos Serdán, y que ya estaba en el helipuerto del Triángulo.
Muy bien, señora gobernadora: ¿Cuál es el plan? —preguntó el senador cuando ella terminó sus reuniones.
—(Risas). Comemos con tus papás y luego nos regresamos a cenar con mi mamá a La Calera.
—¿Cómo te fue en tus reuniones?
—Muy bien. Vino Michel Chaín y acordamos varios temas sobre Medio Ambiente. Por cierto: me hablaron de parte de Olga Sánchez Cordero. Quieren que vaya a Gobernación la primera semana de enero.
—Ja. Antes no te querían ver y ahora pasa todo lo contrario.
A la charla salió el nombre de Esteban Moctezuma, secretario de Educación Pública del gobierno de López Obrador.
—Me dijeron que Esteban está teniendo reuniones con la gente de Morena en Puebla. ¿De qué se trata? Qué falta de tacto. Yo soy la gobernadora constitucional —dijo ella.
—Voy a hablar con Esteban. Son mamadas —acotó el senador. ¿Tienes las notas de la reunión?
—Se las voy a pedir a Luis Banck.
Y así lo hizo desde su Whatsapp.
Banck le envió la información y Rafael la leyó rápidamente. Le pidió entonces a Héctor Baltazar, su secretario privado, que lo comunicara con Luis Maldonado Venegas. La conversación cerró con un “Dile a Moctezuma que Martha es la gobernadora“.
—¿Habló tu papá con Julio Scherer? –preguntó Martha Érika.
—Sí. Le pidió que por favor interviniera para frenar a Yeidckol.
—¿Y qué le dijo?
—Que va comentárselo a un amigo en común para calmarla.
Un auxiliar le dijo a Martha Erika que el helicóptero saldría a la ciudad de México cuando ella lo ordenara. Moreno Valle recibió en ese momento una llamada de Marko Cortés y le pidió a ella que se adelantara: la vería en el helipuerto. La gobernadora entró al elevador. Arriba, el capitán Roberto Coppe charlaba con Marco Tavera, su copiloto. Ese lunes había un clima cálido, sin viento, y sin reportes de inestabilidad de acuerdo con el meteorológico. Los pilotos hablaban de que a su regreso de la ciudad de México irían a sus respectivas casas. La cena de Navidad estaba casi lista.
Cuando el senador subió al helipuerto escuchó un ruido extraño: un ruido como dehacha: persistente. Había realizado más de mil viajes a lo largo de su vida. Los helicópteros los conocía mejor que sus relojes. Iba a hacerle el comentario a Coppe, pero a su celular entró otra llamada. Era el senador Ricardo Monreal para desearle una feliz navidad.
Noticias de una nueva novela política. Desde hace dos semanas vengo publicando en este espacio fragmentos de lo que será el segundo tomo de Miedo y Asco en Casa Puebla, mismo que abarca los ruidos, los silencios y las claves de dos exgobernadores: Rafael Moreno Valle y José Antonio Gali.
Su escritura me ha llevado años.
No podía ser de otra manera.
Y es que el contenido —al igual que el primer tomo que va de Manuel Bartlett a Mario Marín— es real en un 95 por ciento, y sólo el cinco por ciento está montado en la ficción.
Elegí el género de la novela por la respiración que tienen ambos tomos: una respiración que va de los gemidos del sexo a los quejidos de la incertidumbre.
Algunos lectores me han venido urgiendo para que publique el multicitado segundo tomo —que tiene el título tentativo de “Un día nos moriremos todos”— lo más pronto posible, pero mi afán por no dejar cabos sueltos se ha impuesto a esos afanes.
El primer tomo, por ejemplo, lo empecé a escribir después de que enfrenté un ictus —equivalente de cuatro microinfartos cerebrales de 7 milímetros de diámetro cada uno—, en abril de 2014. (Ante el temor de sufrir secuelas en la zona del lenguaje del cerebro, me puse a escribir día y noche).
Tres años me llevé en la escritura de Miedo y Asco en Casa Puebla. Eso incluyó escritura, goma de borrar y reescritura. En ese periodo escribí también un libro de poemas bajo el título de “Ictus”. Luego, como para descansar, escribí de un jalón “Se dicen cosas horribles de ti”.
A la par de esto, continué con la escritura diaria de mi columna periodística y la dirección de algunos de los diez diarios que he dirigido a lo largo de tres décadas. El martes 8 de abril próximo cumpliré 69 años de edad. Ese día pienso presentar públicamente el segundo tomo del que tanto he hablado en estas líneas. Qué mejor manera de celebrar la vida y los plazos cumplidos.
(Esta columna se tomará una necesaria vacación. Felices fiestas navideñas a todos los hipócritas —y brutalmente generosos— lectores).