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jueves, noviembre 21, 2024

Vuelos libres de niños

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Jamás voy a olvidar un vuelo en el que un niño me pateó sin parar durante cuatro horas. Cada vez que volteaba a ver a la mamá, ella se hacía la disimulada para esquivarme. Por fin le dije que su hijo me estaba pateando. Me respondió algo así como “ya lo sé”. Pude ver la desesperación en su cara y terminé por sentir lástima por ella.

Me tocó en otro momento un vuelo en el que la señora de al lado abrió la mesa plegable para cambiar el pañal de su hijo. Y otro vuelo en el que una señora repartió bolsas con dulces y una nota en la que se disculpaba de antemano por los chillidos de su hijo. 

Antes de que me embarazara por primera vez, yo era de esas personas que se sentía aliviada cuando no había ningún niño alrededor, sobre todo en vuelo largo. 

Hasta que llegó mi momento. La primera vez que viajamos con mi hijo de tres meses no dejó de llorar durante casi todo el vuelo. Mi esposo subía y bajaba por el pasillo absolutamente agobiado. Hasta que me di cuenta de que estaba angustiado no tanto por el bebé, sino por los pasajeros de alrededor. Había una mezcla de caras viendo a Alonso, mi hijo: algunas, cargadas de solidaridad y empatía; otras (las menos), cargadas de enojo. 

La segunda vez viajé yo sola. Antes de salir de mi casa, en la madrugada, cuando aun no había salido el sol, Alonso vomitó. No tenía temperatura, así que terminé de empacar la pañalera, la carriola, las maletas. Mi hijo estaba por cumplir cuatro meses. Cuando llegué al aeropuerto, el bebé tenía una terrible diarrea que los pañales no lograban contener. Lo cambié varias veces de ropa antes de subir al avión. 

Mi asiento estaba en la primera fila, junto a la ventana. El vuelo iba completamente lleno. Me paré por lo menos cuatro veces de mi asiento para tratar de calmarlo. El señor que estaba sentado en el pasillo, hacía cada vez peores caras al dejarme pasar. Le sugerí que se moviera a la ventana para no molestarlo. No quiso. Él —me dijo— había reservado el pasillo, y ahí se quería quedar. 

Traté de quedarme el mayor tiempo parada apelando a una paciencia infinita, pues al final transitaba entre el malestar legítimo de un bebé de cuatro meses y el berrinche de un adulto sin empatía. 

Conforme los niños crecen se ponen un poco peor. Los niños pequeños son inquietos, ruidosos, y tienen arrebatos emocionales sin razón. En vuelos largos, los papás están haciendo constantes malabares para mantenerlos lo más tranquilos posible. 

Hay un debate desde hace varios años sobre la implementación de medidas para pasajeros que viajan sin niños y que no quieren saber nada de ellos. 

Existe una fuerte demanda de hacer vuelos sin niños. Aunque algunas aerolíneas ya lo han implementado, no han tenido el éxito que a muchos les gustaría. Este año, Scoot, una aerolínea de Singapur, lanzó un vuelo de Londres a Bangkok libre de niños. 

Japan Airlines tiene un baby map donde están identificados los asientos en los que viajan niños pequeños, para que puedas reservar tu asiento lo más alejado posible. 

Richard Branson dijo que le encantaría generar una kids class, en donde habría niñeras y juegos para entretener a los niños durante el vuelo. Aunque tener un cuarto lleno de niños, lejos de sus papás, puede ser un verdadero caos en caso de alguna emergencia.  

Estas medidas les parecen a muchos sumamente discriminatorias, sobre todo si te prohíben por completo el acceso a un vuelo por llevar un niño. Además de que podrían disminuir aún más la tolerancia.  

Tengo que aceptar que cuando viajo sin niños prefiero estar lejos de ellos. Pero también de la gente que ronca, de la gente que grita, de quienes escuchan la música demasiado alta, de quienes quieren ligar con el de al lado, y de los que entierran las rodillas en la parte de atrás de tu asiento. 

Y no por todo eso —aunque suene catastrófico— les van a prohibir volar a todas estas personas. 

 

(Tomada de Opinión 51)

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