En el corazón serrano del estado de Puebla, donde las montañas grandes y verdes se abrazan con el cielo y los ríos murmuran historias antiguas, se encuentra Hueytlalpan, un pueblo que parece haber sido detenido en el tiempo para perpetuar su legado cultural. Al cruzar sus puertas uno no solo entra a un lugar, sino a un relato vibrante de cultura, historia y tradiciones que han perdurado a lo largo de los siglos.
Y es que Hueytlalpan, a diferencia de otros lugares circunvecinos, es totonaca y así lo manifiesta en todo lo que hace y hasta como se visten, blanca la tela, colores alegres y bien combinados en esas tiras que alegran las blusas de las mujeres, tejidas con manos y voluntad que resumen siglos de grandeza.
Hueytlalpan es una historia de abnegación y trabajo. En las formas y expresiones de su gente se identifica esa mezcla de humildad y discreción, pero también de sinceridad, de afectos y colaboración, plenos de una especial nobleza, la nobleza del espíritu serrano, construida trabajando siempre sin hacer mucho ruido, dando vida a sus costumbres y tradiciones que solo pasean en sus calles empedradas que envuelven a todos, propios y visitantes, en una especial calidez de su gente.
Hueytlalpan es un lugar de grandeza que combina historia, tradiciones y belleza natural, lo que lo convierte en un destino atractivo para quienes buscan conocer más sobre la cultura y el patrimonio de Puebla. Es conocido por sus tradiciones y festividades que reflejan la mezcla de influencias indígenas y coloniales. Las celebraciones, como el Carnaval, incluyen danzas, música, baile y algarabía en sana competencia entre sus barrios para ver quien lo hace mejor. Las festividades en honor a San Andrés son momentos clave donde la comunidad se une y muestra su identidad a través de danzas, música y gastronomía típica.
En sus danzas refleja su espíritu serrano, mezcla también del origen totonaco que sus ancestros defendieron y que fusionaron con inteligencia, fe y esperanza con la nueva cultura de los conquistadores, lección y ejemplo de lucha permanente para que no sucumban sus valores originales. Así se muestra en la Danza de los Negritos, esos esclavos que recuerdan sus ritos al dominar a la culebra para sanar enfermos, y que el totonaco de instituto imitativo perfeccionó e hizo rito, al compás del violín y la guitarra, o la danza de los voladores que, desde lo alto del mástil, recuerdan una gente indómita que solo conoce la libertad como origen y destino.
Y en cada saltito valseado de un huapango, a veces lento a veces rápido, dan rienda suelta a una alegría que no olvidan, a pesar de las dificultades de un pueblo que nunca será pobre mientras mantenga esa dignidad totonaca de fortaleza que los distingue.
En todo lo que hacen los hombres y mujeres de Hueytlalpan hay una historia especial, leyendas y mitos, historias de guerreros y dioses que habitaron esas tierras, tradiciones que de boca a oído construyeron el patrimonio cultural de un pueblo que ha sabido mantener su esencia serrana a pesar del paso del tiempo y formas de gobernar.
Textiles y bordados reflejan la habilidad y creatividad de los habitantes, sus olores y sabores que en el espléndido café que cosechan, o ricos atoles de maíz, tamales, moles y carnitas, ofrecen de corazón a los visitantes.
En la mayoría de los pueblos de la sierra nororiental poblana las velas condensan historia, fe y orgullo. En Hueytlalpan hay una devoción especial para forjar y decorar la cera que puede ser de abeja o parafina que se decora con elementos simbólicos como flores, papel picado y, a veces incluso, imágenes de santos o símbolos religiosos. Estas decoraciones no solo embellecen las velas, sino que también representan la devoción y el respeto hacia la fe y el rango ante la comunidad, porque las más bonitas y más grandes las portan los mayordomos y los diputados, a quienes toca organizar la fiesta patronal.
Visitar Hueytlalpan es toda una experiencia perdurable y un rico y amplio aprendizaje de cómo en una comunidad indígena el tiempo solo confirma identidad, pensamiento y trabajo que custodia un enorme legado de la santa lección para hacer del trabajo toda una religión que comparten con todos en un ecosistema indígena totonaco, pero poblano, muy poblano, que comparten con todos.