Este fin de semana, entre un chile con huevo de salsa macha martajada, unos frijoles de olla, un café de altura y una concha con nata, en el Restaurante Camponuevo de Huauchinango, recibí la invitación de mi amigo Mario Alberto Mejía para escribir en su periódico. Es para mí un gran honor que una de las personas más cultas e inteligentes que conozco me haya invitado a participar en este gran proyecto. En nuestras colaboraciones participaremos sobre temas económicos, diplomáticos y de cooperación internacional. Les agradezco por adelantado su interés en nuestra columna.
He aquí mi primera colaboración.
El reciente anuncio del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, de imponer un arancel del 25 por ciento a los productos importados desde México, ha generado gran preocupación en los sectores comerciales y diplomáticos de ambas naciones. Aunque se presenta como una medida para “proteger empleos estadounidenses”, las implicaciones económicas y sociales de esta decisión podrían tener efectos contrarios a los deseados, tanto para México como para Estados Unidos.
El impacto en los consumidores estadounidenses
Es esencial recordar que las tarifas arancelarias no son absorbidas directamente por los países exportadores, sino que el costo se traslada, en última instancia, a los consumidores finales. Los productos mexicanos abarcan una amplia gama de bienes de consumo, desde alimentos y productos agrícolas hasta bienes manufacturados como electrodomésticos, automóviles y materiales de construcción.
Un arancel del 25 por ciento significa que estos bienes llegarán al mercado estadounidense con un incremento sustancial en sus precios. Para las familias de ingresos medios y bajos, que ya enfrentan altos niveles de inflación, esta medida implicará un costo adicional que limitará su poder adquisitivo. Según estimaciones de analistas económicos, los hogares promedio podrían enfrentar un aumento en su gasto anual de varios cientos de dólares, lo que exacerbará las presiones inflacionarias existentes.
Además, los productores estadounidenses que
dependen de insumos importados desde México
también verán incrementados sus costos, lo que
afectará la competitividad de productos hechos en
Estados Unidos. Este efecto dominó podría derivar
en una reducción de la demanda de bienes locales y
una ralentización del crecimiento económico.
Erosión de las relaciones comerciales
México y Estados Unidos comparten una de las relaciones comerciales más dinámicas del mundo, con un intercambio diario de bienes y servicios valorado en miles de millones de dólares. Desde la implementación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), se ha fomentado un comercio regional basado en reglas claras y previsibles.
Las tarifas propuestas violarían no solo el espíritu del T-MEC, sino también las disposiciones legales del acuerdo, que prohíben medidas unilaterales de este tipo sin un procedimiento previo de consulta. De concretarse estas acciones, México tiene la posibilidad de presentar un caso ante el mecanismo de solución de controversias del T-MEC, que podría derivar en represalias comerciales equivalentes, profundizando aún más la tensión bilateral.
El desafío para México y las estrategias de mitigación
Para México, esta medida representaría un desafío significativo, especialmente en sectores clave como el automotriz y el agrícola. Sin embargo, es importante resaltar que la economía mexicana ha diversificado en años recientes sus socios comerciales y mercados de exportación, con un mayor enfoque hacia Europa y Asia-Pacífico.
El gobierno mexicano deberá fortalecer esta estrategia de diversificación y trabajar estrechamente con los actores productivos para mitigar los impactos de las tarifas. Asimismo, será crucial mantener un diálogo diplomático con la administración de Trump y buscar el apoyo de aliados dentro de Estados Unidos, como cámaras empresariales y legisladores, que comprenden la importancia de una relación comercial estable con México.
Conclusión: Un juego de suma negativa
Imponer tarifas arancelarias a los productos mexicanos no solo contradice los principios del libre comercio, sino que también representa un movimiento políticamente atractivo pero económicamente insostenible. En lugar de fortalecer la economía estadounidense, esta medida aumentará los costos para sus consumidores, generará inflación y pondrá en riesgo miles de empleos que dependen del comercio binacional.
En un mundo globalizado, las políticas proteccionistas rara vez logran los resultados prometidos. En cambio, el diálogo, la cooperación y el respeto a los acuerdos internacionales deben ser los pilares para resolver las diferencias comerciales entre México y Estados Unidos. Solo así podrá garantizarse un futuro de prosperidad compartida en la región.