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viernes, noviembre 22, 2024

Eduardo Rivera fractura la relación con el gobernador Barbosa

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Nota personal. En 1999 toqué la puerta de una casa en la colonia La Paz; eran las oficinas del diario Intolerancia. Me presenté con Mario Alberto Mejía y le pedí la oportunidad de escribir en el diario. Desde entonces nació una relación de aprecio y respeto; lo seguí en Diario Cambio, El Columnista y el portal La Quinta Columna. 

Hoy nuevamente MAM nos brinda un espacio. Gracias Director por la confianza, pero sobre todo por el favor de tu Amistad, así con mayúscula.  

Vamos con nuestra primera entrega. 

 

“Pero qué necesidad, 

para qué tanto problema…” 

El errado edil y su infausto consejero.  

Desde aquella noche de julio de 2010 cuando el morenovallismo salió a declarar su victoria electoral, quedó en claro que Eduardo Rivera Pérez tendría que conformarse con ser un personaje secundario, un agente ajeno a los cónclaves de Casa Puebla, siempre alejado de la toma de decisiones.  

Para el morenovallismo, Rivera fue el convidado de piedra, el alcalde no grato, pero al que había que llamar a algunas reuniones. Con esfuerzos lo recibían y siempre que era posible lo evitaban. 

En realidad, Eduardo fue ajeno al ajedrez morenovallista y enviado al tablero de Damas Chinas.  

Sin embargo, la historia le dio una segunda oportunidad.  

En 2021, el gobernador Barbosa Huerta le tendió su mano franca con la mejor intención de sostener una relación edificante. 

Al día siguiente de la jornada electoral lo recibió y puso sobre la gran mesa de Casa Aguayo todas las opciones con la disposición de trabajar de manera coordinada.  

Cuando se dio el tema del alumbrado público, Barbosa apoyó al alcalde Rivera Pérez; en el polémico tema de los parquímetros le expresó un público respaldo; frente a la turbia y escabrosa relación con el marinista Edgar Nava García, el Ejecutivo estatal ha sido respetuoso de los acuerdos que se hacen en el Charlie Hall. 

Siempre le mostró la más amplia consideración.  

Pero algo se fracturó la mañana del martes 29 de marzo cuando Rivera –politólogo de UPAEP y con escaso conocimiento del Derecho–, salió a leer un papelito repleto de raquíticos argumentos leguleyos (y de ninguna manera legalistas como acusó Céspedes Peregrina). 

Fue evidente que el edil nada sabe de lo que leyó; sólo repitió los argumentos del Consiglieri.  

De acuerdo a versiones que circulan en los pasillos del Charlie Hall, el autor del enclenque alegato jurídico es Bernardo Arrubarrena García, titular de la Secretaría de Administración del Ayuntamiento de Puebla. 

Ese momento se debe considerar como una alarma vecinal, un semáforo en amarillo, el sonido de una alerta sísmica que anticipa un movimiento cuya intensidad todavía se desconoce. 

La respuesta llegó en escasos minutos.  

Con serenidad pero severa contundencia, el gobernador Barbosa Huerta públicamente le dijo a Eduardo Rivera que ésta fuera de la ley y que actúa como morenovallista, esos a los que tantas veces padeció y reprobó en secreto. 

Ante la intención del alcalde de otorgar una concesión por diez años para espacios publicitarios, el Ejecutivo estatal le advirtió –en el tenor de avisar y anticipar–, que: “Hay controversias constitucionales y hay un Congreso del estado”.   

Pública y abiertamente Barbosa anticipa un litigio contra el Ayuntamiento de Rivera Pérez ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación. 

Y le recordó: “Muchachos, ¿no qué íbamos a ser diferentes?”, aludiendo que Eduardo se está comportando como morenovallista queriendo doblar la regla del Derecho a su antojo y otorgando concesiones con intenciones políticas.  

Al cierre de esta columna aun no hay respuesta por parte del munícipe. 

Decía el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero que la política es “el arte de sacar la pata, porque meterla es inevitable… pero el arte estriba en sacarla”. 

Hoy Eduardo Rivera, conducido por el consiglieri Bernardo Arrubarrena, acaba de meter la pata de manera descomunal. Ya veremos si la puede sacar; si está dispuesto a meter reversa y volver a entablar una relación edificante con el gobierno de Barbosa. 

Eduardo aún tiene la oportunidad de recuperar la relación de terciopelo que tenía con el huésped de Casa Aguayo.  

Y también tiene la opción de sacudirse a Bernardo Arrubarrena, a quien se debe considerar una pequeña ave de tempestades. El asesor está causando una tormenta, cuyas consecuencias ni siquiera dimensiona. 

Dijera el clásico de Juárez: “Pero qué necesidad, para qué tanto problema…” 

Como siempre quedo a sus órdenes. 

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