La escena fue brutal.
Y ocurrió el día del informe del gobernador Sergio Salomón.
Alejandro Armenta, gobernador electo, se dirige a su lugar en la primera fila.
El asedio es permanente.
De pronto, entre José Antonio Gali Fayad y Pepe Chedraui encuentra a Melquiades Morales Flores.
Sin titubear, se salta a Gali y toma las manos del exgobernador, quien, sorprendido, no deja de sonreír.
Armenta le dice algo sólo para sus oídos al tiempo que Gali busca escuchar.
En ese momento incómodo para quien estuvo al frente del gobierno durante un año diez meses, toca la espalda del gobernador electo como diciéndole “aquí estoy yo también”.
La respuesta que recibe es elocuente:
Una mirada rápida y un saludo frío.
Y Alejandro Armenta sigue hablando con don Melquiades, dándole la espalda permanentemente a nuestro personaje.
Pepe Chedraui asiente.
El exgobernador también.
El gobernador electo mueve las manos y continúa dirigiéndose a él.
Gali busca meterse en la conversación.
No lo logra.
Es inútil.
Entonces toca la espalda de Armenta.
Ya no hay ojos para él.
Al despedirse de don Melquiades, afloran tres sonrisas.
Ninguna es la de Gali.
¿Cuál sería la traducción de la trama?
Una sencilla, única, indubitable: no hay lugar para ti en lo que viene.
Y una duda que mata coronaría la escena:
¿Cuáles serán los motivos que emulan un día cualquiera en el ártico?
Ufff, ufff, ufff.
Adiós, Fernandín, adiós. Don Fernandín Díez Fernández era un caballero en el mejor sentido de la palabra: un hombre generoso, amable, amigo de sus amigos.
Su voz tranquila, de bajo volumen, presidió la vida de este hombre bueno e inteligente que este domingo dejó de existir.
Al enterarme de su partida, vinieron a mi memoria brutales recuerdos de mesas compartidas.
De manera regular a lo largo de varios años, nos sentábamos a comer en el viejo Club de Empresarios las siguientes personas: don Fernandín, don Alberto Jiménez Morales, don Esteban Pedroche, don Juanito Nackad, don Roberto Herrerías y quien esto escribe.
Eran largas comidas acompañadas por largas conversaciones sobre la política, la vida y la amistad.
Don Alberto, recientemente fallecido, tenía por don Fernandín un especial afecto.
Hoy, junto con don Juanito Nackad, continuarán con la tertulia en otro lugar, en otro ámbito.
A través de mi querida Fer Díez, su amorosa hija, me enteraba de los días y los años de tan gentil hombre.
Siempre nos mandábamos saludos a través de ella.
Y siempre lo recordaré en su mejor momento: conversando en esa mesa que poco a poco se empieza a despoblar.
Un gran abrazo hasta esa otra orilla del mundo, querido Fernandín.