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jueves, noviembre 21, 2024

¡Hasta la ignominia, señor presidente!

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Los personajes “cáeme bien” se reproducen como conejos. Habitan debajo de las piedras, abundan en Twitter (algunos le llaman X), en los sindicatos, en los juzgados de lo civil y en lo laboral, en las escuelas públicas y hasta en las mesas directivas de las colonias.

Son aquellos que antes de que lo pidan actúan
por iniciativa propia, son aquellos que, para quedar
bien, hacen todo y de todo, dan vueltas, abrazan,
son cariñosos hasta el hastío.

Traen esa sonrisa fingida dibujada en el rostro
todo el tiempo, actúan, siempre actúan y, pese a
ser pésimos actores o actrices, algunos se compran
sus discursos. Ellos piensan que nadie se da cuenta,
pero muchos lo notan.

Nunca faltan, pululan, sobre todo en los cambios de sexenio, son los que se apropian de la voz del gobernante en turno, ellos son los que creen que ganaron, no quien triunfó en la elección y hablan en nombre de la nueva administración.

No falta quien prometa o quien amenace, como si de él fuera el sexenio o el trienio. Son los que se sienten los traductores del poder, pero como dicta la norma Traduttore, traditore. Es imposible no verlos, su trabajo consiste en hacerse notar, en quedar bien, en asumirse como guaruras del sexenio: “aquí no entra más que mi patroncito, así que ¡úshcale, úshcale, a echar pulgas a otro lado!”.

En otros tiempos, en los que han llamado la era
neoliberal, eran los que respondían “las horas que
usted diga, señor gobernador”.

—¿Los cocodrilos vuelan?

—Pues dice el gobernador que sí vuelan.

—Ah bueno, o sea sí vuelan, pero poquito, nomás
treinta centímetros separados del piso si no serían
águilas ¿no?

Dichos personajes viven en la ansiedad absoluta, todos los días desde que despiertan hacen malabares para tratar de agradar al “jefecito”, al liderazo, a su gurú político; piensan todo el tiempo cómo quedar bien, cómo sonreír para la foto, cómo estar cerca, siempre cerca, aunque eso sea faltarse al respeto. No importa, ellos son los que gritarán en público “¡diosito, llévame a mí, pero nunca al licenciado!”.

Son narcisistas por naturaleza, todo lo que se
diga o escriba piensan que está dirigido hacia ellos,
su ansiedad los carcome, el nerviosismo es tal que
son capaces de entregarse o traicionar a quien sea.

Sus odios se esconden debajo de sus sonrisas.

Hay rencores, envidia, pero sobre todo frustración.

Sus nervios los carcomen.

Su incertidumbre los delata.

Un poeta oriundo de Palmarito Tochapan los describió perfectamente en un texto inédito llamado

Los cáeme bien, aquí un extracto, sin su permiso,
cualquier parecido con un texto de Jaime Sabines
es que resultó ser un pinche plagio:

“Los cáeme bien callan.
el hueso sexenal es el deseo más fino,
el más tembloroso, el más insoportable…

Su cartera les dice que algo han de encontrar,
no encuentran, buscan.

Los cáeme bien andan solos, solos, entregándose a
cada rato por la necesidad de un contrato.

Los cáeme bien viven al día, no pueden hacer más,
siempre se están yendo, siempre por alguna obra
pública.

La licitación pública es la prórroga perpetua…”.

Hasta aquí la larga, pero necesaria cita.

Estos personajes andan por aquí y por allá, prometiendo obras y servicios que jamás se han de llevar a cabo, son los que presumen de cercanía, de hablar diario con el nuevo jefe político, pero este ni los ve ni los oye, quizá en algún acto público les dé la mano por cortesía, pero nada más.

Hay que aprender a entenderlos porque son parte de nuestra fauna política, es más, su actuar es tan humano que todos podemos ser uno de ellos; el poder transforma, engaña y pierde hasta el cordero más humilde de todo el rebaño del Señor.

Después de todo, quien se sienta libre de pecado que aviente su primer contrato.

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