Tiene razón el poeta: no hay
habitaciones, techos, ventanas
que nublen el horizonte.
Salgo, abrazado con los míos,
de esa casa nueva y vieja
que en un tiempo fuera nuestra.
Si hubiese una tapia de piedra
recordaríamos los juegos infinitos
de una cierta, lejana, infancia.
Llueve sobre nuestras cabezas.
Solo existe la íntima protección
de torpes manos que las cubren.
Nueva travesía, sinuosas rutas
nos encuentran dispuestos
como colegiales antes del verano.
Dulce cae la noche y sus innúmeras
estrellas. El amor es este abrazo
pleno de incertidumbre, tiritando.
Abandonamos cosas acumuladas:
corazones, ropas, trastos, silencios.
No cabe en nuestras valijas el pasado.
La vida llega, se detiene y prosigue
mientras, al fin, contemplamos la
tímida luz de una nueva aurora.