En la sociedad actual nada es imposible. Queremos todo, pero no podemos todo. Pero, en el pensamiento de hoy, todo se debe poder, todo se debe querer. Por eso, cuando necesitamos entenderla, son posibles todas las explicaciones.
Sin embargo, la realidad social que hoy vivimos
hace difícil comprenderla. No es fácil descifrar
cómo impactan en la manera de pensar y actuar de
cada uno, las prisas a que nos somete el cansancio
dónde nos comprime, las frustraciones en las que
nos conserva, en ese afán de que cada uno debe
contribuir con más, cada día, al patrimonio social,
que a su vez, está cada vez más lejos de ser compartido en términos iguales.
Somos tribus que solo valoran los resultados,
pero desprecian los esfuerzos; por ello, las ideas y
las razones no encuentran, a veces, ni necesidad ni
ubicación.
Esto se refleja, se integra y se disuelve en una organización democrática, que concentra poder en quienes ven en el caos, la polarización y la venganza, las posibilidades de una redistribución del poder y de la riqueza.
Es frecuente hoy vivir confundidos entre pocos
liderazgos que lo son, porque creen que solo ellos
pueden explicar nuestros conflictos. Queremos
poder hacer, pero cada día, es más difícil. Esto no
disminuye las intenciones de vivir mejor, solo las
detiene, nos dicen.
Hay un cansancio en cada uno y en todos, porque
a pesar de hacer esfuerzos serios, sus resultados no
reflejan lo que uno quiere, necesita, merece.
Por eso, cualquier explicación motiva conductas, redirige intenciones, reagrupa posibilidades. Encuentran en la revancha, explicaciones a veces irracionales, pero siempre injustas.
Está claro, en el debate norteamericano, que
ninguna de las partes, quieren entender lo que en
verdad significan las minorías latinas, a quienes los
operadores políticos han inventado como el enemigo común de una democracia, cada vez menos demócrata y cada vez más radical.
El problema central es que construyen una moral,
en la irresponsabilidad de las incapacidades con las
cuales, los líderes políticos tergiversan la importancia de la contribución de miles de trabajadores que, hoy, mueven la economía más poderosa del mundo.
Los trabajadores migrantes, nódulo importante en la participación latina en la economía norteamericana no son ni la causa ni el resultado de personas que, distraídas en las tentaciones muy norteamericanas, no trabajan ni contribuyen a la producción.
El que no lo hagan no es culpa de los latinos. Sin embargo, esta elección del nuevo presidenta o presidenta, los ha convertido en moneda de cambio, que merecería el triunfo electoral.
Preocupa, por supuesto, quien gane. Trump, con su
lenguaje grosero, explota la ansiedad cultural que no
encuentra explicaciones racionales ni salidas dignas.
Solo crear un enemigo común, un riesgo amplio y un
costo elevado contra el cual sostener batallas que no
son electorales solamente. Esto es lo peor.
Kamala juega con las indispensables indefiniciones para capturar votos, sin enemistarse con ninguno. Trump, amenaza con destruir a los migrantes, con permiso o sin permiso.
El dilema para quienes están allá, no es decidir
simplemente quién debe ser el próximo jefe o jefa
de Estado. Es resolver el enorme problema de una
moral, pervertida, convenciera, que, disfraza sus
incapacidades, fabricando enemigos, que no lo son,
pero si insisten, podrían serlo.
Es un nacionalismo que esconde los verdaderos
problemas económicos y los sociales, que son los
más gravemente distorsionados.
No es ni justo ni inteligente que echen la culpa a
los trabajadores migrantes. Tampoco que olviden
la importante contribución de su trabajo, generalmente, menos pagado que los nacionales.
Una sociedad confrontada consigo misma n debería fabricar enemigos artificiales, debería enfrentarse a sus propios demonios que, en sus tentaciones, olvidan corregir a una sociedad cuyos propósitos fundamentales son la bonanza económica, como requisito para la alegría y la paz. Una paz cada vez más lejana de la justicia social, porque solo ha perfeccionado sus métodos para mantener a las personas, produciendo cada vez más y a la velocidad de los cambios, requisito indispensable en las actuales economías en las que solo importa el rendimiento.
Por esas irracionalidades, la decisión del martes 5 de noviembre, equivale a esperar el parto de los demonios para los migrantes, especialmente los latinos.