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jueves, noviembre 21, 2024

De migrantes, leche barata y manos resilientes

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¿Qué sería de nosotros sin ellos, los migrantes? Un artículo de la periodista Marcela Valdés publicado el 15 de octubre en el New York Times habla sobre el impacto que tendría la aprobación de una campaña antimigratoria para la producción de leche barata. El reportaje se centra en Idaho, el tercer productor de leche a nivel nacional. El precio de los productos de la canasta básica ha subido desorbitadamente desde la pandemia, excepto el de la leche. Una ventaja para los consumidores, para los dueños de la granja una tragedia y para las manos invisibles de los migrantes que la producen una amenaza.

En algunos estados, los funcionarios públicos pretenden revocar la licencia de funcionamiento de cualquier empresa que sea sorprendida empleando a trabajadores indocumentados. De acuerdo con una encuesta de la Universidad de Texas A&M, 51 por ciento de trabajadores de la industria lechera en este país son indocumentados. En el caso específico de Vermont la mayoría lo son, en las menos de 700 granjas lecheras hay una población de más de mil 500 trabajadores migrantes. Ellos sostienen la economía de este Estado y la de sus familias en México. La resiliencia de sus manos sin derecho al descanso, a la salud, ni a la educación, mantiene el costo barato de la leche. Leche de manos invisibles, de jornadas laborales de hasta 80 horas semanales.

 

“Mis manos son parte del sostén de las mujeres que me criaron”

Yalit Yalit es oriunda del Municipio Atlixtac, al sur de Guerrero. Fugitiva de la pobreza como muchas, se cruzó a los Estados Unidos. Madre desde los15 años dejó a su niño de cuatro años con su abuela y bisabuela. Llegó a los Estados Unidos a los 19 años huyendo porque el hambre y el miedo le dolían demasiado:

“No tenía apoyo de nadie. Ya no aguantaba tanta hambre. Siempre escuché a personas grandes decir que en los Estados Unidos se ganaba bien y que trabajando aquí uno podía construirse una casa para ti y tu familia. Le pedí ayuda a una comadre que había
estado en Nueva York. En aquél entonces, 2012, me cobraron 5 mil dólares más los 3 mil pesos que junté para los autobuses desde Guerrero hasta la frontera. Pasamos por Nogales. De mi pueblo salimos cinco personas, incluyendo mi comadre y mi primo. Nos hospedamos en un hotelito en la frontera dos noches. Nos fueron a aventar a la orilla del Río Bravo, lo cruzamos en cámaras de llanta, a las 5:00 de la mañana. Caminamos harto después. Toda la noche. Nos correteó la migración. Éramos 36 y sólo pasaron ocho. Brincamos dos retenes. La camioneta de migración no agarró a todos, pero sí a mi comadre. Es tanto el miedo que te salen las fuerzas. Yo quería llegar hasta Carolina del
Norte a donde estaba mi mamá trabajando. Ella me prestó el dinero. La otra pollera nos esperaba en Texas y nos dio el ride a Carolina del Norte”.

Yalit relató el viacrucis para llegar Nueva Hampshire en donde hasta hace dos años trabajaba 72 horas a la semana en una granja lechera y empacadora. Tenía además dos turnos de ordeña los domingos y sólo descansaba los sábados. Le pregunté qué significaban para ella sus manos:

“Mis manos son parte del sostén, de las mujeres que me criaron. Mi madre se fue cuando yo tenía tres años. Mi abuela y mi bisabuela vieron por mí. Con mis manos veo yo por ellas ahora. Llegué a trabajar con mi mamá a Carolina del Norte. No me querían dar trabajo porque me veían muy pequeña. Estaba desesperada. Había escuchado de otros que trabajaban en las granjas en Vermont y en Nueva Hampshire, que ahí sí había trabajo. Llegué a Vermont y después un amigo me ayudó a cambiarme a Nueva York. Aprendí a ordeñar y trabajaba 12 horas al día. No me gustó, porque no había horarios de comida. Estaba muy triste. Los hombres con los que vivía eran muy pesados. Otro amigo me ayudó a venirme a Nueva Hampshire a este rancho donde trabajo. Aquí llevo casi siete años y medio, estoy muy contenta. Vivo en una casa en la que soy la única mujer. Todos tenemos nuestros propios cuartos y trabajamos mucho. Todo el tiempo”.

Yalit regresó a su pueblo hace dos años a reencontrase con su abuela, su bisabuela y su hijo. Nos hemos mantenido en contacto. Ahora tiene planes de cruzar de nuevo la frontera para venir a trabajar y luego regresar a México. Hasta que…

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