En la conversación pública, digital o no, lo que no se dice es un mensaje, políticamente riesgoso, socialmente importante.
El silencio contiene inconformidad, motiva rebeldía, genera aislamiento. Por eso, es un tema importante en la decisión política. El desdén o el desprecio por
lo que el silencio expresa es, casi siempre, una omisión
incómoda que no puede guardarse en el archivero.
El silencio, paradójicamente, sí expresa y mucho
lo que no satisface a la persona o a la comunidad.
Mahatma Gandhi siempre lo supo y cuando la asoció a la inamovilidad social demostró el valor de la expresión que no expresa con palabras pero sí mueve, motiva y transforma todo. Su pensamiento es
claro: “lo más atroz de las cosas malas de la gente
mala es el silencio de la gente buena”.
El silencio no siempre lleva al olvido. Sus contenidos construyen decisiones y conductas que se arropan como explicación pública entre la pertinencia,
la prudencia y la conveniencia. Sin embargo, conllevan miedo. Y el miedo es una variable política bastante importante.
En una democracia en la cual sus decisiones se
presumen moralmente útiles cuando se fundan en
la mayoría, los que no votan también votan. Su silencio es un calificativo que también se incluye en la ecuación que gesta paz y concordia.
El silencio juzga, califica, y evalúa todo lo que se
hace y lo que no se hace. Por eso, cuando la gente no
habla no significa que no haga, que no intervenga.
Tampoco que acepte.
En política electoral es un arma estratégica y poderosa. La incertidumbre que generan los que no dicen lo que harán habitualmente se arropa en un
nicho llamado “indecisos” que destruye escenarios
políticamente deseables.
Toda clase de liderazgos y toda clase de sus equipos más valiosos siempre estarán investigando a los que no hablan. No es curiosidad, no es morbo. La
Mercadotecnia, con cualquier apellido científico, se
justifica y mucho en la interpretación de lo que la
gente acepta decir y le asigna valor, cuantitativo y
cualitativo a lo que no dice.
A ninguno conviene que la gente no diga lo que piensa, lo que quiere, lo que hará, cuándo y con quién lo hará.
El silencio tampoco viaja en paralelo con la especulación, la cartomancia o el arte de adivinar.
El silencio da miedo porque es una decisión casi
siempre bien pensada y deliberadamente comprometida a la no intervención pública, que de sus riesgos y costos sería el menor.
Hay quienes afirman que siempre habrá alguien
que no opina y que esa decisión es una opinión en sí.
En el tránsito entre una administración gubernamental a otra, los dos equipos de trabajo saben bien que el silencio de muchos ciudadanos asigna
una calificación a los aciertos, pero también a los
pendientes que atentan contra la seguridad de las
personas y sus patrimonios.
Nadie debería aspirar a que el silencio de muchos
guarde eficientemente los secretos. También es cierto que en el silencio siempre cohabita el riesgo del secreto y de ahí el complicidio. Este también puede
ser el valor del silencio. Lo peor es que ninguno podrá saberlo, siempre será una caja de Pandora que todos desearían no existiera.
El silencio vale por lo que no expresa y comparte con los demás. Puede ser una autocensura, pero siempre será una expresión que invita, pide y manda escuchar y atender en todos los procesos humanos. Por eso, siempre estuvo en las decisiones de los Constituyentes mexicanos en todas las Cartas Magnas que nos heredaron.
La Presidenta Sheinbaum debe tener en su portafolio de decisiones importantes construir espacios que silencien al silencio, abriendo vías para que se eviten
los miedos, las prudencias o las pertinencias que los
arropan. A Claudia y a Andrés Manuel no les conviene que los silencios construyan secretos, porque lo que se custodia casi siempre es lo que no sirvió.
A Claudia y a todos sería útil que todos se expresen abiertamente, para atender sus necesidades o al menos para saber de qué tamaño y calidades son las
consecuencias del no hablar, del no expresar, del no
participar de los ciudadanos, para saber si el segundo piso va rápido y seguro, sin altos costos y riesgos que pudieran impedirlo.