Facebook está destinado a la extinción. No se sabe bien cómo ni cuándo, sin embargo, la red social que unió al mundo (y desunió a millones de parejas) tiene los días contados. Pronto se llamará Meta, y de ahí vendrá el descontrol. No sorprende. Las tendencias son así. Lo hemos visto siempre: recordemos cuando recién inaugurado el siglo éramos adictos al ICQ, al Messenger y al HI5. Plataformas que duraron unos cuantos años y que desaparecieron sin que las extrañáramos demasiado. El ser humano es así: diletante, caprichoso, insaciable. Y lo es a causa del mercado. El capitalismo es lo máximo para los golosos; gracias a él la humanidad come más, corre más, coge más y ve más allá. Volviendo al punto: las redes sociales sufrieron una metamorfosis vertiginosa desde su irrupción; pasaron de ser un espacio para compartir archivos, fotos y tareas (la idea original de Zuckerberg) hasta que llegaron a convertirse en un lugar inexistente en donde se vende y se compra todo. Hoy Facebook te va eliminando poco a poco de la interfaz si ve que no le das a ganar un duro. Maldito dinero, bendito. Que todo lo crea y todo lo destruye.
El heredero natural de Facebook fue Instagram, que nació de otro vientre endemoniado, pero que fue deglutido por el emporio de Zuckerberg. Era de esperarse, el muchacho que empezó su empresa timando a un par de gemelos ñoños de prosapia, terminó siendo un atascado que hoy monopoliza todo.
Y es precisamente en Instagram en donde se explota otro tipo de recurso del que poco se habla, pero que se utiliza a diario, hasta en la casa más modesta: el capital sexual.
El grueso de la gente entra a Facebook por un tema de compañía. Sí; Facebook es una plataforma mucho más sencilla y por lo tanto más cálida, en la que el punto neurálgico es la conversación.
Ni en Twitter ni en Instagram se ven esos chorizos kilométricos en el área de comentarios. En Facebook la gente se siente menos sola. En el chat de Facebook se han fraguado grandes romances y grandes traiciones, y han terminado otras tantas.
Facebook es la Celestina virtual. Sus algoritmos están maquiavélicamente diseñados para encontrar el perfil de la gente que te interesa y, lo más importante: puedes crecer tu lista de amigos de un día para otro tan sólo con invertir un poco de horas nalga.
Esto no sucede en Instagram.
Para aumentar tu lista de seguidores es necesaria cierta logística: los hashtags, las menciones de otros grupos, etcétera.
La pregunta acá sería: ¿por qué si es más complicado de usar, la gente ha migrado masivamente hacia allá?
La respuesta la di unos renglones arriba: porque en Instagram no se explota tanto el capital social (como en Facebook o Twitter) o el capital cultural o económico; Instagram es el triunfo del capital sexual por encima de los otros capitales.
El capital sexual es fácil de definir: se trata del valor social que un individuo o grupo acumula como resultado de su atractivo sexual.
El capital sexual es también convertible y se echa mano de él para adquirir otras formas de capital, incluido el social, el cultural y el económico.
¿Una definición aún más sintetizada?
El capital sexual es el poder de la nalga bruta.
En ese tenor, surgen varias preguntas.
Siendo Instagram una vitrina en la que uno se exhibe voluntariamente, ¿cómo se genera plusvalía a través de esas fotos que las bloggers y las así llamadas influencers suben sin parar?
La respuesta vuelve a ser cosa de niños: Instagram es el supermercado de la belleza, y las marcas cooptan esa belleza y la capitalizan. No es más que otra forma de la ley de oferta y demanda: la mujerona ofrece su medio de producción (la belleza) y la empresa le inyecta capital, generando así un producto que en corto le generará jugosos dividendos.
Ahora bien, ¿el capital sexual sólo se explota de esa manera tan sintética?
No.
El concepto “capital sexual o erótico” siempre ha existido, sin embargo, adquirió este nombre muchos siglos después de su descubrimiento (que sin temor a equivocarme dataría desde el momento precioso cuando la primera mujer que pisó este planeta descubrió que sin tener que ser proveedora o líder de la tribu podía manipular a su hombre, y a otros hombres) mediante el infalible poder de su sexo.
Siglos más tarde, después de Marx y sus teorías, y después de que el socialismo fuera degenerando, surgió una mujer que hizo de sus nalgas y de sus pechos y de su boca y de su melena el mejor medio de producción de riqueza. Hablo, por supuesto, de Marilyn Monroe, quien saltó a la fama y ganó dinero (y el favor y patrocinio de todos los hombres posibles) no por sus innatas dotes de actriz –que fueron mejorando en cuanto conoció a un hombre sensato (cabrón) y cultivado como Arthur Miller y se puso a estudiar con Lee Strasberg– más bien por invertir sus primeros sueldos en platinarse el cabello (era castaña cuando no era La Monroe) y comprarse buenos trapos de diseñador que resaltaran su buen palmito.
A partir de ese momento el término “capital sexual” comienza a aparecer en los mamotretos de economía y sociología.
Y el mundo cambió y fue un lugar más libre…