Autodefinirse como una persona de izquierda conlleva grandes dosis de abstracción.
Lo es, como quien se autodefine poeta o filósofo.
O en los tiempos de la cuatroté quien se define morenista. Basta decir –yo soy de Morena- (enfundado en un chaleco color vino) para asumirse socialmente como parte de la Cuarta Transformación.
Ser conservador o de derechas es mucho más tangible. Puede tomarse por ejemplo el reciente encuentro de la Conferencia Política de Acción Conservadora, llevado a cabo en la Ciudad de México en los pasados días. Ahí, el consenso ideológico de la ultraderecha se sintetiza en el lema “Dios, Patria y Familia”. A partir de esa identidad en común los
conservadores desarrollan sus postulados.
El “izquierdómetro” es medido con el autoritarismo el ojo de buen cubero. Es el símil del subcomandante Marcos, que sale cada seis años de ultratumba, para descalificar el gobierno de López Obrador crucificándolo por ser un falso izquierdista. Un farsante profeta cuya prédica es un rezo del priato.
Un buen amigo cae en cuenta de estas subjetividades sobre la definición de izquierda ¿Quién es realmente de izquierda? Para Marcos, Andrés Manuel no es de izquierda; para los cubanos el zapatismo tampoco lo es.
En esa laberíntica reflexión recuerdo al primer gobernador de izquierda que ha tenido Puebla, Miguel Barbosa Huerta. Don Miguel hablaba en una entrevista sobre su rol como presidente de la mesa en el Senado, cargo que le otorgaba institucionalmente la convivencia con el presidente Peña Nieto y los grandes priistas del momento, como Emilio Gamboa.
En esa imposibilidad política de no personalizar las relaciones, el exgobernador fue invitado a fiestas con la clase económica y política de ese momento. Comentaba Miguel Barbosa que el asistir a esas reuniones sociales lo debilitaba como hombre de izquierda y determinó no volver a ir.
Es entonces en última instancia el propio individuo el que cataloga qué tanto o no pertenece a la izquierda. Una pertenencia interior pues no es semejante a la membresía de un club, sino en la autopercepción espiritual –de pinceladas morales- en la que el posicionamiento político se convierte en una filosofía de vida.
Las conclusiones más Guevaristas se presentan estruendosamente en la cotidianidad del día a día.
En ayudar en los cuidados del hogar poniendo la mesa y lavando los trastes. O quizá en las afrentas internas producto de la ética y de los dilemas económicos. Ser o no ser, tener o no tener.
El estado de conciencia puede nublarse largos periodos por la comodidad de la certeza burocrática.
Del mantra nacido en la época del presidente Miguel Alemán Valdés: “vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error”.
Superado el trance inevitable del río seco es menester preguntarse a uno mismo ¿Qué me debilita como hombre de izquierda?
Personalmente encontré la respuesta en un fragmento poético de Octavio Paz del Nocturno de San Ildefonso:
El bien, quisimos el bien:
Enderezar al mundo.
No nos faltó entereza:
Nos faltó humildad