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jueves, noviembre 21, 2024

El dolor de cabeza en el gobierno de Alejandro Armenta

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Porfirio Díaz tenía una relación fisiológica con su cargo de presidente de México.

Sí le dolía la cabeza, suponía que algo estaba ocurriendo en Tlaxcala.

Si el dolor estaba alojado en su hombro izquierdo, enviaba a su secretario de Gobernación a Tamaulipas.

Sí le dolía el pie derecho, entendía que había problemas en Yucatán.

En un ensayo luminoso, don Alfonso Reyes (poeta, estudioso de la cultura griega, traductor, jurista, hombre de letras doblado de sabio) hace un recorrido de la conquista española a la revolución mexicana, y en esa reflexión —en el mejor estilo quijotesco— va desfaciendo entuertos.

En dicho ensayo —“México en una nuez”, se llama— se muestra un talante poco conocido que tiene que ver con lo dicho líneas atrás.

Vea el hipócrita lector:

Los Estados de la República vienen a ser circunvoluciones de su cerebro. ‘Me duele Tlaxcala’, dice (Díaz), y se lleva la mano a alguna región de la cabeza. Y una hora después, como traído por los aires, el gobernador de Tlaxcala está temblando frente a él”.

Díaz tuvo varios secretarios de Gobernación, pero en la vida real —qué elegancia la de Francia— él mismo estuvo al frente de esa cartera.

Salvo excepciones notables, los gobernantes suelen ser los verdaderos secretarios de Gobernación.

No en balde han sido, y son, los hombres mejor informados de sus comarcas.

Entre el 16 de abril de 1823 y el 30 de julio de 1831, el historiador Lucas Alamán fue cinco veces secretario de Gobernación.

El cargo tenía otro nombre.

Se llamaba Ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores.

Alamán, miembro del Partido Conservador, murió a los sesenta años y fue diputado novohispano en las Cortes de Cádiz.

¿Por qué entró y salió de ese Ministerio tantas veces?

Porque su talento era inmejorable y porque tenía el país metido en su reloj de pulsera.

Como Díaz, sabía qué pasaba en el territorio mexicano.

No fue nada fácil lo que vivió, pues le tocó despachar en dicho Ministerio en dos momentos claves: el Primer Imperio y la Primera República Federal.

Un buen secretario de Gobernación no espera que sucedan los hechos, se anticipa a ellos.

Digamos que éste es el ideal republicano, aunque no siempre se cumple esa sentencia.

¿Cuántos secretarios de despacho hemos visto circular en el estado de Puebla?

Muchísimos.

¿A cuántos recordamos por sus acciones notables?

A muy pocos.

Manuel Bartlett, por ejemplo, fue su propio secretario de Gobernación, pese a que tenía dos gabinetes: el formal y el externo.

¿Y qué decir de Melquiades Morales, Rafael Moreno Valle, Miguel Barbosa y Sergio Salomón?

Ellos han sido los responsables de esas carteras actuando en consonancia y resonancia con los titulares de esa Secretaría.

Javier Aquino, por ejemplo, ha sido un secretario discreto, aplicado, conocedor y mesurado.

Si le duele la cabeza sabe que algo está pasando en la Mixteca.

Al principio del gobierno de Sergio Salomón —en enero de 2023—, el gobernador me dijo, durante una gira por Libres y Teziutlán, que Aquino era el ‘mejor operador político’ del estado.

No era entonces titular de Gobernación.

Pasaron seis meses para que eso ocurriera.

Su sucesor será un operador de tierra que viene acompañando al gobernador electo, Alejandro Armenta, desde hace 16 años: Samuel Aguilar Pala.

Entre los armentistas se cuenta —en el estilo de lo dicho por el gobernador Sergio Salomón— que es el mejor operador político del estado.

Lejos de los perfumados que ocuparon el cargo en sexenios anteriores, Aguilar Pala conoce Puebla como la palma de su mano.

Mejor aún: sabe quiénes son los líderes naturales en cada región de la entidad: sabe a qué horas comen, qué comen, que se han comido, qué comerán mañana.

¿Y qué decir de los párrocos esparcidos a lo largo y ancho del territorio?

Los conoce y los trata a todos.

También tiene claro cuáles son las zonas de riesgo y qué botones apretar en caso de una emergencia.

Y algo más —brutalmente necesario en el tema de la gobernabilidad—: le sabe leer la mente al próximo gobernador constitucional, quien, en el mejor estilo de la tradición política mexicana, será el jefe de esa cartera.

A don Samuel lo conocí hace poco en el Café Aguirre del Complejo Cultural Universitario.

Cuando me lo presentaron —lo recuerdo perfecto— le dije que si no iba a ser líder del Congreso lo veía en un muy alto cargo del gabinete.

Y aunque el diálogo fue breve —duró unos pocos minutos—, supe que no tomará aspirinas cuando ya en el cargo le duela la cabeza.

Los municipios del estado vendrán a ser circunvoluciones de su cerebro.

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