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jueves, noviembre 21, 2024

El Rey de Chocolate y el autobús sin frenos

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Quien dice ‘yo soy’ es porque no tiene quien le diga ‘tú eres’.

Nicolás Maduro escucha la voz de Hugo Chávez en forma de canto de pajaritos, grita cuando habla, se viste de militar (siendo chofer de autobús de origen), amenaza con encerrar a su contendiente principal, descalifica como ‘demonia’ a María Corina Machado, canta (feo, pero fuerte) himnos inventados por él, pone música de Palito Ortega en sus mítines, agradece los aplausos de sus paleros, arrecia sus críticas en contra de quienes piden que se transparenten las elecciones venezolanas, saca el cuchillo cebollero cada quince minutos, le da besos falsos a Cilia (la primera dama), se cree sus propias mentiras, hace discursos de una hora y media, fustiga, se enerva, colapsa, ladra, escupe, cita (mal) a Bolívar, le reza a san Hugo Chávez, vocifera, vuelve a escupir, vuelve a amenazar, hace el ridículo sin contemplaciones…

Ufff.

¿La causa?

No tiene quien le diga ‘tú eres’.

En él se confirma el dicho de que nadie lo abrazó a los seis años de edad.

Su furia, como su origen, es ladina.

Odia también por costumbre.

Es el clásico ‘segundón’ que no estaba preparado para ser el protagonista de su propia historia.

Y como ‘segundón’ de Chávez, fue el más adulador de todos.

(Diosdado Cabello es a su lado un pobre niño de pecho).

La duda que mata es una:

¿Por qué lo eligió Hugo Chávez como su sucesor?

Enigma en la noche.

El comandante Chávez se batió en catorce elecciones, ofrendó golpes de Estado, sufrió la cárcel, encabezó el país más de tres veces y murió como mueren los valientes.

Su peor error fue uno: dejar a un ‘segundón’ al frente del gobierno venezolano.

Él, que leía muy bien a todo mundo, no supo leer a quien le dejó la herencia.

La historia que estamos viendo en Venezuela es la historia del poder enmarcada en el contexto de un dictador bananero.

(Espero con ansias la serie de Netflix sobre este personaje).

No está mal pasar de ser chofer de un autobús a presidente del país con las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo.

El problema es manejar ese país como si fuese un autobús en la noche del alma.

Un autobús sin alineación ni balanceo.

Un autobús sin frenos.

Un autobús guiado por un chofer dopado con benzedrinas o fentanilo.

(El sistema nervioso deja de funcionar cuando el usuario no es dueño de sí mismo).

El colmo de la trama venezolana es que el presidente del órgano electoral se llama Elvis y se apellida Amoroso.

Elvis Amoroso —sí, señor— va al frente, con su jefe, de ese autobús sin frenos, sin llantas, sin balatas.

¡Alguien que pare, por piedad, esta historieta!

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