No es el futbol, no es el deporte.
Ni el estadio, ni los intendentes.
No el balón ni los tacos ni los uniformes.
Es la gente.
Es la podredumbre social.
El fanatismo.
Y el fanatismo, en todo su círculo cromático, engendra monstruos.
Las pocas medidas de seguridad en el estadio Corregidora no son responsabilidad del estadio. ¿Para qué abandonarlo y dejar que se vuelva un chiquero?
Las sanciones son pírricas porque los directivos son personajes que sólo ven su interés personal.
Así como el hincha embravecido no ve más allá de sí mismo y de su muina.
Borges decía, y decía bien, que el futbol es popular porque la estupidez es popular.
Digamos que Borges se excede.
A él no le gustaba dicho deporte porque tenía anhelos más sublimes.
No queremos ser un pueblo lleno de intelectuales. El deporte cumple una función importantísima para el desarrollo de las personas; el que lo juega bien, llega a convertirse en un profesional que a su vez hace ganar a otros jugosos dividendos; y el que lo observa, olvida por un momento sus problemas y crea vínculos familiares.
Es una retroalimentación necesaria.
El futbol es pasión, pero como cualquier pasión, si no se sostiene con el ancla del sentido común, se desborda.
No es la primera ni la única vez que en medio de una justa deportiva se arme la trifulca.
Lo que lastima, ahora más que nunca, es ser testigos en tiempo real de la barbarie, y que, ante los ataques, las autoridades pertinentes no muevan un dedo; al contrario, empiezan a echarse la bolita sin asumir responsabilidades.
Los malandros que asaltaron la cancha son la muestra más clara de la involución del ser humano.
Dejan de ser fans para volverse bestias dispuestas a matar por lo que creen que les pertenece: su orgullo de aficionados.
Defienden su bandera sin que nadie les ordene atacar al bando contrario. Es la guerra más sucia e inverosímil.
Una en la que pierden no sólo los seguidores y los que dan el espectáculo, sino todos los habitantes de un país que siempre acaba dando la nota mundial por su indisciplina, su ignorancia y su instinto de gandallez.
No sólo pasa en el deporte.
Así los políticos corruptos que son grabados en conversaciones escandalosas, los empresarios abusivos, los burócratas ladinos.
A todos nos afectan situaciones como estas.
El futbol no es esto, dicen los hinchas, pero tampoco es elevar a la estatura de dioses a un mortal (generalmente ágrafo) que, por su posición, atropella el orden con el poder que le otorga la fanaticada y sus poderosos muslos.
Recordemos a Maradona. El mejor jugador del mundo era un patán impresentable.
El futbol es popular porque la violencia (ya) es popular.
Y no pasa nada.
Ni pasará.