No fue una asamblea, fue un ritual de despedida.
A dos meses y medio de que deje la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador escuchó con un gesto singular, inédito, las palabras con las que el gobernador Sergio Salomón se refirió a él.
El cuerpo no miente, dicen.
Y si esto es real, el cuerpo del presidente —echado hacia delante con una mirada incierta— era el vivo retrato de la nostalgia mezclada con la inevitable tristeza: ese maridaje que tiene que ver con la ceremonia de los adioses.
Emocionado, el gobernador hizo una metáfora religiosa, relacionada con Dios, las bendiciones, México y el hombre que lo escuchaba serio, metido en su inevitable duelo: el del ritual de las despedidas.
Más adelante, ya en su turno, el presidente acudió a otra metáfora religiosa en la que mencionó al ‘Creador’.
(Así lo dijo en algo que por momentos se convirtió en una misa en escena).
Noche de emociones en San Salvador el Verde, con Claudia Sheinbaum y Alejandro Armenta, juntos e igualmente conmovidos.
La gira del adiós del presidente tocó estas tierras y los asistentes en dos ocasiones entonaron el clásico “es un honor / estar con Obrador”.
En sus Mañaneras, nuestro personaje siempre habla del ‘pueblo’.
Pues bien, ese ‘pueblo’ fue el que lo celebró y lo despidió en un mar de emociones reales.
Al ver estas escenas entiende uno la razón por la que la oposición mexicana perdió las elecciones como las perdió.
¿De qué carecen Xóchitl Gálvez y las dirigencias partidistas que la acompañaron en esa batalla perdida?
Una breve muestra se vio este sábado: carecen del apoyo del tan mentado ‘pueblo’, un pueblo que más allá —o más acá— de los programas sociales, realmente quiere y admira a su líder.
No entenderán estas palabras y las ridiculizarán los perdedores absolutos de la contienda electoral.
Por eso fueron derrotados, hasta la humillación, el 2 de junio.
Por eso seguirán cabalgando —desorientados— como el célebre jinete sin cabeza.
Es la realidad mexicana a dos meses y medio del adiós del presidente.