Felipe Calderón fue un gran pasivo para el PAN en las elecciones del 2 de junio.
El presidente López Obrador lo supo desde que inició su gobierno.
Por eso lo fue mermando desde el primer día.
Socavar es un término antipoético, pero eso fue lo que hizo el presidente con Calderón: lo fue socavando todos los días de la 4T.
La cereza del coctel fue cuando mezcló angostura, ron y un piquete de García Luna, el ‘panista’ al que hace unas horas defendió ante Marko Cortés un conspicuo calderonista: Javier Lozano Alarcón.
El presidente supo antes que nadie que la mezcla iba a resultar productiva.
Y vaya que lo fue.
García Luna, quien enfrenta un juicio en Estados Unidos, fue una bomba electoral que le amarró las manos al PAN.
Otra bomba —activada también por el presidente— fue un coctel de cantina barata: PRI+PAN= a PRIAN.
Todo junto generó una narrativa que Marko Cortés acaba de reconocer públicamente.
En el programa de Carlos Alazraki, el dirigente nacional del PAN reveló que los pasivos de la campaña fueron García Luna, Calderón y ese coctel vomitivo denominado PRIAN.
(Pozole con leche, en términos culinarios).
Todo esto lo dijo en el contexto de una discusión a gritos —como deben ser los pleitos de cantina— con Lozano Alarcón.
Éste —autodenominado ‘vocero’ de Calderón— le reprochó a Cortés que no haya defendido a García Luna una vez que fue señalado como protector del Chapo Guzmán.
—¡Que lo defienda Calderón! —le respondió en traducción libre.
Lozano enfureció.
(Normalmente está furioso).
Entonces lo atacó por ubicarse en el primer lugar de la lista nacional del PAN rumbo al Senado.
Cortés acotó:
“Mejor dile a la audiencia que estás enojado porque no pudiste ser candidato a diputado plurinominal”.
Lozano, fuera de sí (normalmente está fuera de sí), negó la especie y vociferó.
(Normalmente vocifera).
Cortés arremetió.
Y reveló a medias —porque Lozano lo interrumpió— que la dirigencia panista le ofreció —sin éxito— ir como candidato a diputado federal por el distrito 11 de Puebla.
¿Por qué no quiso contender Lozano?
La explicación está en el pasado reciente, cuando fungió como vocero de Mario Riestra en la pasada campaña.
En dos ocasiones cuando menos, dijo que Tony Gali Junior ganaría en el distrito 9 bajo el sello de Morena.
(Quise decir ‘Partido Verde’, pero me salió ‘Morena’).
Al tener tan clara la derrota del PRIAN, Lozano no quiso perder una vez más.
(Normalmente pierde cuando es candidato a diputado o a senador).
Tras dos derrotas en Puebla, no quiso acumular una más.
Lo bonito de estos pleitos (debates no son) es que sacan lo peor de los rijosos.
Digamos que lo que vimos en el canal de Alazraki fue una catarsis.
La catarsis después de la derrota.
La catarsis de quienes —parafraseando al poeta Rubén Darío— cuando quisieron no pudieron.
O cuando pudieron, no quisieron.
¿Qué hubiera pasado si el PAN hubiese roto con Calderón en plena campaña?
Es decir:
Que lo hubiera puesto como estandarte de lo sucio, de lo perverso, de la madre de todas las corrupciones.
Es decir:
Que su candidata a la Presidencia enarbolara una guerra en su contra desde el primer día.
Lozano y otros habrían montado en cólera, cierto, pero la opinión pública y los adictos al panismo lo hubiesen agradecido.
Los números se hubieran movido, inevitablemente.
Para cerrar la discusión cantinera, Calderón, desde algún bar de tapas de Madrid, se le fue encima en Twitter a Marko Cortés, quien lo rebatió con buenos reflejos.
Esos reflejos fueron los que le hicieron falta al PAN en la pasada contienda.
Otra vez Rubén Darío:2
“Cuando quiero llorar no lloro / y a veces lloro sin querer”.