Sin duda, la escasa, portentosa, influyente obra de este pintor de fines del siglo XVI, así como su vida pendenciera y atormentada es digna de incluirse en un museo de lo increíble. Michelangelo Merisi de Caravaggio se la pasó buena parte de su corta existencia (1571–1610) envuelto en dimes y diretes, en persecuciones y venganzas, huyendo de la luz, temeroso de las sombras, y aun así se las arregló para pintar cuadros escalofriantes, en los que las cuestiones metafísicas son trituradas por la realidad física que gobierna este mundo.
Hace unos días el Museo del Prado anunció haber llegado a un arreglo con el nuevo dueño de una variante del Ecce Homo, pintura atribuida durante siglos al genial pintor José de Ribera (1591-1655), pero en realidad creada por el tenebroso Caravaggio probablemente al final de su vida. El arreglo consiste en permitir su exhibición en dicho museo desde el 28 de mayo al último día de octubre del presente año.
La pintura subastada se hallaba en condiciones deplorables, no obstante, sobrevivió luego de pasar por las manos de varios militares de alto rango, incluso alguna vez formó parte de la colección del rey Felipe IV. Más tarde, en 1821, fue a dar a la casa de un diplomático español de nombre Evaristo Pérez de Castro Méndez, cuyos herederos la conservaron hasta que doscientos años después, en abril de 2021, se deshicieron del lienzo mediante una subasta pública llevada a cabo en la casa Ansorena de Madrid, estableciendo como cifra inicial de la puja 1500 euros.
Supongamos que el nuevo dueño se lo llevó por ¿15 mil? Difícilmente ¿Por 150 mil? Poco probable. Considerando que estamos en los pasillos del imaginario museo de “Créalo o no”, digamos que se subastó por un millón y medio de euros, pues no debemos olvidar que hasta ese momento se trataba de Ribera, otro gran maestro, de hecho admirador de Caravaggio, quien también, como éste, sirvió en la corte del duque de Nápoles.
Asumamos, pues, que el anónimo comprador lo adquirió por una cifra moderadamente millonaria. Pero he ahí que atentos eruditos se dieron cuenta de ciertos detalles pictóricos, estilísticos y temáticos que los llevaron a determinar que la obra no había sido pintada por el admirador español, sino por el maestro lombardo que inauguró un peculiar estilo barroco naturalista.
Como puede suponer el lector, en ese instante se disparó el valor monetario del cuadro, cuantimás porque se agrega a dos obras consideradas las últimas que salieron de la mente atribulada de Caravaggio: El martirio de Santa Úrsula y La negación de San Pedro.
Si la pintura de marras se ofreciera a un coleccionista internacional, su precio rondaría los 150 millones de euros; si fuera vendida al Museo del Prado, quien la haya adquirido conseguiría al menos unos 50 millones. En lo que eran peras o manzanas, el gobierno de España prohibió su salida del territorio nacional, mientras autoridades del museo comenzaron a negociar con el anónimo dueño o dueña, o quizás dueños.
Finalmente no fue vendido al estado español, pero los negociadores del museo consiguieron que fuera prestado unos meses para solaz de curiosos, estudiosos y turistas luego de una meticulosa restauración pagada por quien ahora lo posee. De inmediato productores y artistas españoles e italianos se asociaron a fin de documentar no solo este proceso para recuperar el esplendor del cuadro, sino también la carga emocional, histórica, estética que arrastra desde que fue pintado; han prometido entregarnos un documental poco convencional, un thriller intitulado El durmiente.
Eso fue la vida de Caravaggio, un genuino thriller construido a partir de las cuitas de un hombre dominado por sus pasiones, a pesar de su talento. Murió solo, empobrecido, sin saber de la suerte azarosa que sufrirían sus cuadros, mucho menos que él alcanzaría tal fama. Tanto así que aparece sorpresivamente en una serie original de la plataforma Netflix lanzada en fecha reciente, basada en las aventuras perversas de Tom Ripley, personaje diabólico creado por Patricia Highsmith en cinco de sus novelas.
Ripley es otro habitante de este imaginario museo de lo increíble. Un individuo gris, sin atributos, pobretón, pero cuando es presa de la envidia o la ojeriza irracional, el resentimiento y la ambición lo transforman en un monstruo con piel de oveja, capaz de exhibir la más enconada malicia que puede esgrimir un ser humano. No es un criminal perfecto, sino un superviviente que sabe aprovechar las zonas trémulas de la conducta humana.
Caravaggio está presente de manera magistral en la serie de Steven Zaillian (La lista de Schindler, Despertares, Bandas de NY), aunque no en las novelas de Patricia Highsmith. Un acierto, a todas luces, ya que le confiere un toque grave, dramático al desarrollo de los personajes y del ambiente que los envuelve en ese pueblo costero italiano, tortuoso, de una belleza implacable, amarga. Otro acierto es haberla realizado en un soberbio blanco y negro. Con ello Zaillian consigue meternos de lleno en la mente claroscura de Tom, así como en la del mismo Caravaggio.
No es la primera vez que las acciones sublimes, de bajeza innombrable que practica Ripley son adaptadas a la pantalla; ya antes, en 2002, John Malkovich había interpretado a este gandul sociópata en El juego de Ripley. Tres años antes Matt Damon lo personificó en El talentoso señor Ripley. Dirigida por Wim Wenders en 1977, El amigo americano tuvo a Dennis Hopper en el papel de Tom, si bien se trata de una versión libre que sucede en el puerto alemán de Hamburgo.
Pocos años después de la publicación de la primera novela de Highsmith sobre el estafador Ripley, en 1960 René Clément la llevó al cine con la súper estrella Alain Delon bajo el título de A pleno sol. Todos ellos espléndidos actores sin duda, a quienes se une el protagonista de la serie referida, Andrew Scott, cuyo desempeño no desmerece ni tantito.
Así que, believe it or not, de esta retorcida manera han quedado enredados en la telaraña de Tom Ripley un lienzo de Caravaggio atribuido a otro artista durante siglos, la vida del rijoso pintor lombardo creador de una forma de pintar lo luminoso y lo oscuro que aún hoy sigue imitándose, casas de arte y de subastas, intermediarios, gente multimillonaria, expertos restauradores, cineastas, actores, un gran museo de Madrid, el gobierno español.