21 C
Puebla
domingo, noviembre 24, 2024

Los periodistas (usos y costumbres)

Más leídas

Era el año 1988.  

A raíz de que transmití por la radiodifusora XENG de Huauchinango, Puebla, todo lo relacionado con el fraude electoral —en el entonces X Distrito Federal—, la Secretaría de Gobernación, manejada por Manuel Bartlett Díaz, tuvo a bien sacarme del aire algunos meses. 

Fue en esos días cuando a mi oficina de la XENG llegaron los integrantes de la Unión Serrana de Periodistas Al Servicio de la Verdad y de la Justicia (PUFFF, por sus siglas en ruso). Eran tres señores a los que conocía de vista y que ubicaba como parte de un pasquín similar a La Jeringa, el Quid y el Rosticero Político. Dos de ellos llevaban zapatos blancos, calcetines negros y pantalones café caca. (Parecían integrantes de un trío venido a menos). El otro iba de botas sucias y raspadas y un pantalón que alguna vez fue blanco. Los tres llevaban corbatas. Chuecas y sucias las tres, pero corbatas. 

Se presentaron como si fueran los adalides de la libertad de expresión. En ese momento recordé que con uno de ellos me había enfrentado en una polémica. Yo, desde los micrófonos de la radiodifusora. Él, desde su columna Cinturonazos. (Así se llamaba). Ambos hicimos como que no nos conocíamos. 

Tras los aletazos de caguamo y los saludos de rigor, pasaron a llamarme “colega”. Colega por aquí, colega por allá. Luego entraron al quid del asunto. Se trataba de hacerme una estatua en un jardín de Platón Sánchez, Veracruz, como reconocimiento a mi “gran gesta periodística”, misma que me había llevado a la censura “del régimen opresor”. 

—¿Una estatua? —pregunté incrédulo. 

—Así es, respetado colega. Una estatua en la que usted tenga la vista clavada en el horizonte —“en búsqueda de la verdad señera”—, mientras con las manos sostiene una paloma blanca —símbolo de la pureza de nuestra profesión —dijo el que parecía ser el cabecilla. 

Me imaginé la escena y me dieron ganas de vomitar. 

—La estatua, estimado colega, la esculpirá el gran maestro Odilón Rendón, hombre probo como pocos que también forma parte del PUFFF —dijo el que parecía ser el secretario de Actas y Acuerdos. 

Tras media hora de encendidos elogios, pasaron al meollo del asunto, que no es lo mismo que el quid del asunto, aunque se parecen. 

Yo tenía que hacer dos cosas: pegarle desde los micrófonos de la XENG al alcalde de Platón Sánchez, quien había incumplido importantes convenios con el gremio veracruzano en su conjunto, y prestarles cinco mil pesos —que serían devueltos a la brevedad—, en aras de que el maestro Odilón Rendón pueda comprar el mármol necesario para levantar la estatua, misma que mediría tres metros de altura. 

Imaginé la escena y me dieron, una vez más, ganas de vomitar. 

—No puedo cumplir la primera parte del proyecto —pegarle al alcalde de Platón Sánchez— porque en este momento estoy vetado por el licenciado Bartlett —les dije. 

—¿Y la segunda parte, respetado colega? —me preguntó el Secretario de Actas y Acuerdos. 

—También estoy impedido en ese punto —dije sin más explicaciones. 

Tras insistirme que buscara la forma de conseguir el recurso —mismo que sería devuelto a la brevedad—, tuvieron a bien pedirme cincuenta pesos para ir a comer a la fonda de doña Tifo. 

—Hicimos el viaje desde Platón Sánchez y nos quedamos sin emolumentos —dijo el de Actas y Acuerdos, ya sin agregar el “estimado” y “respetado” colega. 

Les entregué veinte pesos y me despedí de ellos en el quicio de la puerta de la XENG. 

Los vi alejarse como quien ve unas aves de mal agüero o un trío de borrachitos expertos en serenatas. 

Desde entonces no me fío de las asociaciones de periodistas y anexas. 

Notas relacionadas

Últimas noticias

spot_img