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martes, abril 30, 2024

Tres poemas y una prosa de Malcom Lowry

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Malcolm Lowry, muerto el 26 de junio de 1957 en Ripe, East Sussex, pocos días antes de cumplir cuarenta y ocho años de edad, será siempre identificado como el autor de una singular novela, Bajo el volcán, que tiene como escenario el México de los años treinta del siglo pasado, y sobre la cual se han escrito múltiples libros. Lowry, sin embargo, no se veía a sí mismo como un novelista, sino como un poeta. (Rafael Vargas, Revista de la Universidad).  

LOS BORRACHOS 

El ruido de la muerte aquí en este bar desolado,
Donde la tranquilidad se sienta encorvada sobre su oración
Y la música sirve de concha al sueño del amante,
Pero cuando ninguna moneda introduce esta dura desesperación
Hasta aquí, el más solitario de los hogares
Y de todos los destinos el más solitario además, 
Cuando ninguna música eléctrica rompe el batir
De corazones doblemente rotos pero ahora reunidos
Por el cirujano de paz en la astilla del desastre,
Penetra más profundamente que lo hicieran las trompetas
El movimiento de la mente dentro de ese entramado 
Donde el desórdenes son simples como la tumba
Y la araña de la vida se asienta, duerme.  

EPITAFIO 

Malcolm Lowry
Difunto de Bowery
Su prosa era florida
Y a veces reñía
Vivió, de noche, bebió, de día,
Y murió  

Tocando el ukelele.  

IDEAL Y CANTINA 

Nociones de libertad van atadas al trago. 
Nuestra vida ideal contiene una cantina 
En donde el hombre puede sentarse y hablar o pensar sólo,
Todo sin miedo al oscuro dragón heráldico; 
O bien otra cantina donde al parecer 
No hay letreros de “Hoy no se fía, mañana sí” 
Y, aparte de las cervezas ilimitadas, 
Nos sentamos bastos de ebriedad, locos, a editar
Trechos de una tierra mejor en la que el hombre 
Acceda a un vino superior, ah, sin destilar,
Que embriague sutilmente, sin congojas, 
Y se teja la visión de la posada inasimilable 
Donde podemos beber para siempre sin deudas, 
Con la puerta abierta y el viento entre nosotros.  

UNA PROSA 

Hacia la mitad de la novela Bajo el Volcán, Lowry se refiere a la celebérrima cantina que atrae al cónsul Firmin —personaje central de su obra— como un faro a un barco a punto de encallar: 

En el balcón Yvonne leía y el cónsul volvió a contemplar “Los borrachones”. De pronto experimentó una sensación nunca antes sentida con tan absoluta certidumbre. Y era la de estar en el infierno. Al mismo tiempo le invadió un sentimiento de extraña calma. Pudo dominar una vez más el íntimo fermento de su interior, las turbonadas y los remolinos de la nerviosidad. Podía oír a Jacques, moviéndose allá abajo… y pronto tomaría otra copa. Eso le ayudaría, pero no era ése el pensamiento que lo calmaba. Parián… ¡el Farolito!, repetíase. ¡El faro, el faro que invita a la tempestad y la enciende! Después de todo, en algún momento del día, tal vez cuando estuvieran en el jaripeo, podría separarse de los demás e ir allá, aunque sólo fuera por cinco minutos, aunque fuera para tomarse una sola copa. Aquella esperanza lo invadió de un amor que casi lo consolaba, y en este momento (puesto que formaba parte de la calma), del mayor anhelo que jamás hubiera conocido. ¡El Farolito! 

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