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jueves, noviembre 21, 2024

El día que Nico creyó que era Supermán 

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Mi infancia terminó el día que Nico se lanzó del quinto piso del sombrío edificio de sur 81 número 425, en el viejo Distrito Federal.  

Ese día escuché por primera vez palabras ligadas a la muerte y a la locura.  

Nico era sirviente de la familia de Carmela. Tenía una edad física de 20 años, pero una edad mental de 5. Para referirse a él, la mamá de Carmela le llamaba de distintas formas. Si estaba de buenas era Nico o Niquito. Si estaba enojada: ¡Nicolás! Y si estaba de malas: “¡pinche loco!”. 

Nico estaba enamorado platónicamente de Carmela. Ella lo hacía reír todo el tiempo, aunque cuando nos invitaba a mi hermano Ofir y a mí a ver a Cachirulo los domingos, Nico nos detestaba. 

Desde la cocina, no nos perdía de vista. Checaba todos nuestros movimientos. Nunca vio, por fortuna, cuando Carmela tocaba indistintamente nuestras manos. Hubiese enfurecido. 

Nico era fuerte, tosco, de grandes pies. Caminaba como un soldado raso, pero pocas veces levantaba el rostro. Siempre iba viendo al suelo. Bufaba y agachaba la cabeza. En ese momento parecía que ejecutaba alguna marcha militar.  

Bastaba que Nico escuchara la voz de Carmela para que olvidara el mal humor. Entonces sonreía y corría a buscar a su ama. Era como el monstruo de Frankenstein cuando una niña le regaló una flor. O como el Gólem, cuando se enamoró de la hija del rabino que lo creó. 

El amor por Carmela lo volvía dulce y amable. El enojo lo llevaba a severas crisis nerviosas que terminaban en un llanto horrible. 

Los padres de Carmela contaban su historia: 

Su padre era alcohólico y golpeaba a su mujer. Un día la abandonó con sus cuatro hijos. Ella empezó a regalarlos con la gente del pueblo (Tacámbaro, Michoacán). A todos le aceptaron menos a Nico. Lo veían raro, neurótico, lo que se dice extraño. El papá de Carmela se compadeció de él y lo llevó a su casa. Trataron darle el cariño que no tuvo. Imposible. Terminaron tratándolo como un sirviente. 

El día que Nico se lanzó del quinto piso nos colapsamos todos. La escena ocurrió así: 

Carmela estaba jugando con otras niñas a los encantados. Estaba vestida de rosa y con ese olor a laca Vanart que siempre la persiguió. Nico quiso jugar, pero Carmela le gritó enojada que no, que ese juego era sólo para niñas, que se fuera a lavar el baño. 

(Así le decía doña Carmen cuando se enojaba). 

Nico quiso llamar la atención de Carmela y con una hoja de papel hizo un avioncito. Empezó a lanzarlo por el pasillo para ver si ella quería jugar con él.  

Al ver la indiferencia de la niña, Nico hizo algo que terminó por destruir mi infancia: lanzó el avioncito al vacío del quinto piso, gritó “¡soy Supermán!” y se aventó para alcanzarlo. Las niñas y Carmela soltaron gritos horribles. Nico se estrelló contra el piso de la planta baja. El ruido que hizo nos sacó a todos de nuestros departamentos. Fue un ruido seco, horrible. 

Todos bajamos a verlo. Estaba lleno de sangre. Todavía hizo algunos movimientos entre sus ayes de dolor. Carmela lloraba como nunca. Doña Carmen también. 

Ahí escuché la palabra muerte, la palabra loco, la palabra miedo. 

Ese día descubrí la vida real. 

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