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sábado, noviembre 23, 2024

Bad Bunny, la involución del sapiens

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Me sorprende que aún nos sorprenda que un reguetonero llene estadios y sea el objeto del deseo de nuestras hijas. 

De las jóvenes inexpertas y las no tan jóvenes.  

Los que amamos la música sentenciamos que el reguetón moriría en máximo cinco años.  

Era inconcebible que un ritmo tan elemental, artificial y cargado de imágenes grotescas sobreviviera por mucho tiempo. Pero recordemos que el abuelo del reguetón era un tipo llamado El General, y que nuestros padres se ruborizaban y nos censuraban la compra del cassette cuyo único éxito decía que la jeva estaba más buena que una Coca Cola y que una libra de cadera no es cadera.  

Ese precedente abrió la llave de paso y, a partir de ahí, se dejó venir una oleada de pseudo raperos que, a falta de la técnica para hacer la crónica obligada del rap, tuvieron que introducir elementos de control y distorsión de la voz como lo es el famoso autotune, utilizado por primera vez para el disco que Cher sacó para despedir el milenio.  

No sólo el reguetón tardó en agonizar. Hoy está más vivo que nunca y es, queramos o no, el espíritu del tiempo de los preclaros miembros de la generación Z. Y nosotros nos lo tenemos que fumar completo, más aún porque llevamos casi tres años encerrados con toda la familia.  

Lo curioso es que esa generación asume una apertura sexual insólita al replicar cada letra cargada de misoginia y el más agudo de los malos gustos, pero por otro lado son seres huidizos, sensibles y defensores de la naturaleza, aunque principales promotores de aquellos que quieren meterles la mano a sus madres sin piedad y hasta el cogote.  

Por eso no me sorprende que Bad Bunny haya rebasado el récord de ventas en el Estadio Azteca, y no sólo eso; que las principales disqueras del mundo se lo peleen como si fuera un Elvis Salvatrucha o un Sinatra con dicción de drogón dañado por el chemo.  

Veo muchas reacciones virulentas ante este evento.  

De puristas, no puristas, opinólogos metiches y aficionados a otro tipo de pornografía como lo eran las rolas del impresentable Joan Sebastian.  

Mi hija, por supuesto, mataría por ir al concierto pese a mis plegarias estériles para que abra las orejas y no se deje encantar por el canto de una falsa liebre.  

Es inútil.  

La entronización del reguetón superó las expectativas del mercado. 

Eso se ve en las reproducciones que alcanzan los videos de reguetón (y en especial de este personaje) en las plataformas de música y video como YouTube y Spotify.  

Hasta Anthony Hopkins ha salido en su TikTok contoneándose al son de Maluma, lo que nos demuestra que el reguetón, cuando no se le presta atención, consigue su cometido ulterior: hacernos mover el culo sin pensar en nada más.  

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