En 120 días, Eduardo Rivera Pérez pasó de creer que era el candidato natural a la gubernatura de Puebla a convertirse en un peón más del juego político de la ultraderecha poblana. En los hechos, el presidente municipal de Puebla ha sido marginado y sus principales aliados tienen más dudas que certezas sobre su estatura política.
La desgracia solo era ignorada por el edil y su grupo de rémoras. El primer indicador fue la elección de la nueva dirigencia del Comité Directivo Estatal del PAN. Lalo y su grupo quisieron ver un triunfo en la llegada de Augusta Valentina Díaz de Rivera y un sujeto que dice llamarse Marcos Castro. La interpretación real que se dio a esa elección fue que la mitad del estado no simpatizaba con el munícipe, es decir, no era el líder que decía ser ni aglutinaba a la base panista. Es más, se comprobó que si lo conocen es solo en la capital y la zona conurbada, porque en el interior fue barrido. Esa elección, por cierto, fue más costosa ya que rebajó la investidura de alcalde a un operador panista.
Para colmo, en el grupo contrario estaba Pablo Rodríguez Regordosa y su esposa Mónica Rodríguez Della Vecchia, quienes ahora son sus más férreos opositores y se montaron en el cobro del Derecho de Alumbrado Público para golpetear a la administración municipal. Ese tema fue el segundo descalabro de Rivera Pérez. En su obcecación por querer allegarse de 100 millones de pesos quedó mal con todos: el gobernador de Puebla, el Congreso del estado, su propio partido, los aliados en el PRI, con los partidos políticos minoritarios como el Verde, PSI, MC.
El descalabro que sufrió fue descomunal, pero aun así no quiso ver la tragedia, mientras que su equipo -sobre todo el bueno para nada de Pablo Montiel– le vendía la idea de que la culpa había sido de otros. Ahí, la única carta que Rivera Pérez podía presumir la perdió ipso facto.
Peor aún, en su ingenuidad pensaron que podían recomponer las cosas a través de la idea de presentar una controversia constitucional que les permitiera tener acceso al cobro, así como dejar sin argumentos a los barbosistas que utilizaron el tema para incendiar la Sierra Negra, a través de la legisladora federal Inés Parra Juárez y servidores públicos de la Secretaría del Bienestar federal. El problema es que el recurso no fue presentado sólo contra el Congreso del estado sino también incluyó al gobierno del estado sin que hasta el momento hayan explicado con claridad el por qué de esa edición.
Junto con el proceso interno y el DAP, Eduardo Rivera fue testigo de una abierta pugna entre el gobierno del estado y los gerentes que tienen secuestrado al Consejo Coordinador Empresarial. ¿Qué hizo? Quedarse callado, lo que fue interpretado no como una cobardía tanto por el Yunque como por la 4T. Lo que sí hizo fue mandar a llamar a la Comisión Permanente, que aglutina la ultraderecha comerciante y universidades confesionales, como una forma de apapacharlos, pero ya se comprobó que no fue suficiente.
A eso hay que sumar el conflicto de la Universidad de las Américas Puebla, pugna en la que tampoco ha querido entrar. Su actitud timorata fue el pretexto perfecto para que Herberto Rodríguez Regordosa, líder del Frente de Empresarios por Puebla y directivo de la UPAEP, lanzara una embestida con la finalidad de dejar claro que en el PAN y la oposición había un nuevo encargado.
Y mientras todo eso ocurre, Lalo Rivera sigue jugando a ser Lalo Bachero, Lalo Naranjita, Lalo Doctor y demás sandeces que se le ocurre a su equipo. La debacle del panista es una tragedia porque ocurre solo en 120 días de gestión (aún le faltan más de dos años y medio de gobierno), pero en el mundo feliz de Lalo, la vida es cool.