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jueves, noviembre 21, 2024

El otro Javier

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Hasta hace unos días descubrí que el escritor Javier Marías estuvo casado; sólo Googleé la pregunta ¿quien fue novia de Javier Marías? Y el conspicuo buscador me llevó a un artículo del New York Times que cabeceaba el texto como “Javier Marías y su matrimonio atípico”. 

Cuando uno gusta de alguien, o de su obra, intenta indagar lo más posible en el personaje de su fascinación, y el así llamado “Rey de Redonda” encabeza siempre las listas de mis crushes literarios. 

El caso es que, fue una sorpresa encontrarme con que Marías no sólo sí tenía mujer, sino que fue su pareja por más de treinta años, pero fue hasta 2018 que dio el sí frente a un juez con la discreción que siempre lo caracterizaba para tratar temas personales.  El escritor y su novia, Carme López Mercader, editora y economista a quien conoció en la editorial Anagrama cuando publicó Corazón tan blanco, llegaron al acuerdo de casarse como un trámite para evitar que, a la muerte del novelista, y a falta de descendientes, su legado pasara a manos del Estado. 

Esa es la razón por la que el NYT cabeceó morbosamente la citada notada que revelaba la boda. 

Una vez que supe el nombre de la viuda, encontré un texto que ella misma escribió y leyó en un homenaje póstumo. Lo tituló simplemente “mi Javier”. Y no era otra cosa más que un retrato del Marías íntimo. Del señor que escribía a máquina eléctrica con un solo dedo, el desvelado que prefería trabajar de madrugada y despertar diariamente a las once de la mañana. El taciturno caminante, el atento escucha, el Pacífico compañero vacacional y hasta el tierno y arrobado abuelo putativo. 

Como en toda su obra, Marías llevaba una vida secreta; sabía qué contar y para qué, pero, sobre todo, qué no contar y porqué. 

Lejos del bélico articulista que hacía rabiar a la clase política y a las feministas radicales, Marías vivió años luminosos y en paz en esa idílica relación que se mantenía sana gracias a que uno vivía en Madrid y la otra en Barcelona. 

Una confirmación más de que la distancia es el mejor antídoto contra la embriaguez y el hastío. 

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