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jueves, noviembre 21, 2024

Año seis de ausencia (líneas breves al Profe Pedro Ángel Palou Pérez)

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A lo extenso lo breve: para enviarle una carta agradeciéndole al Profe Pedro Ángel Palou Pérez (el iniciador y fundador de la Cultura en Puebla) me harían tantas planas
como las que se requieren al redactar una novela. Hace
exactamente seis años nos abandonó físicamente don Pedro. Muchos lo seguimos recordando, aún es breve el
tiempo y a pesar de eso lo llevaremos siempre en el recuerdo. Todavía lo recuerdo (ayer o hace cinco minutos)
bajando las escaleras de la Casa de la Cultura donde casi
dormía. Así fue desde 1973 hasta el día de su muerte. La nuestra es una generación que sólo recibió de él enseñanzas y una gran generosidad. Nos formamos
cerca de él, nos mostró el camino, a hacer del oficio algo extraordinario y responsable. Cuidó y preservó la Biblioteca Palafoxiana, planificó el Premio Latinoamericano Edmundo Valadés y (esto es muy importante) rescató para la cultura varios edificios que sólo funcionaban para albergar a lo peor de la burocracia.
Luchó contra la renuencia de uno que otro gobernador en turno, nunca confrontado, sí entregando proyectos sólidos. Restauró la Sala Alconedo, de quien fue
un estudioso entusiasta, nos trajo las películas que eran ciclos temáticos. Vimos
muchas, cada fin de semana: una alternativa al horrendo cine comercial y en
una época en la éstos proyectaban historias de ficheras. Trabajar cerca del Profe
Palou nos hizo humildes y trasparentes, por él se abrió la convocatoria del primer taller literario y serio coordinado por Miguel Donoso Pareja en un momento
en el que se medio difundían los trabajos de la Bohemia Poblana. Él formó el
Consejo de la Crónica, hoy sin función alguna. ¿Qué se perdió ante su ausencia?
Mucho, me atrevería a decir. ¿Qué quedó de lo que él construyó? Nada, lo digo
sin tapujos. Es por eso que seguirá siendo el promotor de cultura insistituible
más significativo que ha tenido el estado, no hay quien me contradiga o me diga
lo contrario. Una manera de no olvidarlo es haciendo de nuestras tareas algo
verdaderamente amoroso, lo nuestro: es su herencia.

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